Justo antes de la declaración de la pandemia mundial del
covid-19 sintetizamos nuestras reflexiones teóricas sobre las perspectivas
estratégicas del régimen internacional en la entrada UN
MUNDO RESTAURADO de marzo de 2020. Ahí hablamos de grandes potencias, de
regímenes de seguridad y de cambios en el sistema mundial para concluir que
estamos a las puertas de un nuevo régimen internacional con nuevas reglas,
normas y procedimientos de adopción de decisiones que traerán la paz y la
seguridad. Pero también hablamos de las grandes incógnitas que se abren ante el
cambio: si se producirá una gran guerra entre grandes potencias, fenómeno que
es casi inevitable en la configuración de un nuevo régimen, si el mundo que
surja, con guerra o sin ella, será un mundo globalizado o por el contrario
compartimentado, y finalmente, si se mantendrá la democracia como la conocemos
hasta ahora o será una víctima más en la lucha por el poder mundial.
Posteriormente, hemos dedicado tres entradas en abril de 2020 a analizar los
efectos políticos de la pandemia en la estructura internacional. En la primera,
¿DÓNDE
ESTÁ EUROPEA?, hemos visto cómo la ausencia de liderazgo en el seno de las
instituciones europeas y la carencia de una visión realmente comunitaria de la
Unión Europea determinó rápidamente que cada uno de los Estados que la componen
tomara sus propias medidas, sin coherencia ni coordinación con unas
instituciones europeas que se vieron superadas por los acontecimientos y por
las medidas nacionales. Ni las no pedidas disculpas de la presidenta de la
Comisión Europea, Ursula von der Leyden, ni las más recientes declaraciones de la
comisaria de Salud Stella Kyriakides, que pretenden hacer en la salida de la
crisis lo que no supieron hacer ni pudieron hacer antes, resultan sumamente alarmantes,
porque aspiran a concentrar más competencias, mientras que hemos visto que países como Italia o España
quedaron literalmente a su suerte. Por eso hay que tener claro que
en la lucha por mantener la democracia también existe un peligro por parte de
las instituciones europeas, que con cada crisis o con cada evento grave tratan
de ampliar sus competencias por si aportar soluciones a los problemas reales. Por tanto, desde la perspectiva de la gestión de esta
crisis está claro que el Estado sigue siendo la estructura más adecuada para proteger
la salud y el bienestar de los ciudadanos. Esto no significa, como pretenden
algunos, querer o pretender “menos Europa”, sencillamente se trata de ser
conscientes de las limitaciones de la estructura comunitaria, que no lo puede
todo, y de su relación con los Estados miembros soberanos –aquí la apelación a
Hobbes es inevitable–. Y por ello se ha vuelto a poner sobre la mesa el debate
sobre el proyecto común europeo, como enfatizó el primer ministro portugués
Costa el 11 de abril de 2020 cuando habló de que es el momento “de la
clarificación política en Europa” –cuando no hay grandes líderes,
inevitablemente los pequeños destacan–. Pero tampoco hay que creer a pies
juntillas en la santidad de los Estados: durante un espacio extremadamente corto de tiempo estamos asistiendo, inermes, a una ofensiva limitadora de las
libertadas públicas, especialmente en el espacio cibernético, lo que lleva a
plantearse si la democracia puede estar en peligro también por este lado. Cada vez se alzan más voces
en este sentido, a pesar de que al principio se pretendió acallarlas, y la respuesta
puede causar pavor, por lo que se debe estar atentos a los cambios que se
implementen después de la crisis. Porque, precisamente, son los valores los que
diferencian un bando, el mundo libre, del otro, el totalitario, y son los
valores de la democracia, los derechos humanos y la libertad de mercado los que
permitieron la expansión de la globalización, las redes sociales y la sociedad
de la información. Esto enlaza con la entrada ¡QUÉ
VIENEN LOS CHINOS! OTROS EJEMPLO DE LA FÁBULA DE PEDRO Y EL LOBO, donde estudiamos
el impacto estratégico que puede tener la crisis del covid-19 en la relación
entre las grandes potencias, singularmente entre el Bloque occidental
encabezado por los Estados Unidos y China. Parece que las primeras están
decididas a pedirle cuentas por el estallido de la pandemia mundial, la
reiterada falta de transparencia de las políticas chinas en materias claves que
afectan a la paz y a la seguridad y, en definitiva, la ausencia de democracia
en la “primera fábrica del mundo”, algo que había sido tolerado hasta ahora. Es
evidente que lo que subyace en este debate es la lucha por la hegemonía mundial
y que los Estados Unidos no están dispuestos a dejarse arrebatar a manos del
gigante asiático. Por eso hablamos de la inevitabilidad de la guerra. Finalmente,
en la entrada UN
DISCURSO PARA UNA NUEVA EUROPA QUE CHOCA FRONTALMENTE CON LA REALIDAD nos
hemos ocupado del papel que puede desempeñar Europa en la reconfiguración del
nuevo orden mundial. Son reflexiones de larga data que tienen su fundamento
teórico en la doctrina realista de las Relaciones Internacionales. Pues bien,
en estos días han aparecido tres ensayos que sirven para acotar de forma
extraordinaria los temas planteados, y son documentos que destacan por su
anticipación, claridad y extraordinaria solvencia académica. En primer lugar, el
Dr. Iván Witker, profesor de
Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos de Chile, analiza las
repercusiones geopolíticas que tendrá el descubrimiento de la vacuna contra el
covid-19, que califica de “hazaña prometeica”, y su impacto en la distribución
del poder mundial postcrisis (El
Líbero, 20 de abril de 2020). Para ello se apoya en la tesis de
Kissinger de que esta epidemia ha iniciado el cambio hacia un nuevo orden
mundial (en TheWall Street Journal,3 de abril de 2020). Sin embargo, sus efectos “no serán
ni benevolentes ni menos equitativas”, estima que “intereses comerciales,
aunque especialmente políticos, marcarán la nueva era post-vacuna”, por ello la
carrera desaforada por obtenerla no responde a criterios estrictamente
sanitarios sino a la búsqueda de “nuevas fuentes de autoridad y legitimidad en
el plano internacional”. Por ello, emplea la expresión “cambio metamórfico”. En
el nuevo orden mundial “lo desequilibrante no serán más las capacidades
militares, sino de cuán dotadas estén de know how científico, el
principal resorte del nuevo poder global”. En ese cambio se da por perdida la ilusión
de la hiperglobalización, como consecuencia del “reforzamiento de las fronteras
nacionales y los checkpoints (puertos, aeropuertos)” y el
establecimiento de “la cibervigilancia en la cotidianeidad de las personas y
también los países”, lo que califica de “algo sencillamente inaudito”. Segundo,
el profesor Dr. Lorenzo Cotino Hueso,
catedrático de la Universidad de Valencia, afirma que la inteligencia
artificial y el big data han fallado estrepitosamente como mecanismos
para adelantarse a la crisis, pero al mismo tiempo considera que son esenciales
en la lucha contra la pandemia y en la búsqueda de la vacuna salvadora (IEEE,
23 de abril de 2020). Dice que “China exportó el covid-19 a todo el mundo”,
pero teme que las medidas de control social y vigilancia biométrica que se
están imponiendo no sean circunstanciales –justificadas “mientras dure la
guerra”–, sino que estén para quedarse y que cuando nos demos cuenta ya será demasiado
tarde. En consecuencia, aboga por el empleo de sistemas y aplicaciones no
invasivas en la vida personal, que en todo caso preserven la privacidad y el
anonimato y que establezcan períodos de caducidad de los datos. En tercer
lugar, el coronel José Luis Calvo Albero,
académico del Instituto Español de Estudios Estratégicos, plantea la pregunta
crucial: “¿Puede el covid-19 cambiar el mundo?” (IEEE,
24 de abril de 2020). Afirma que ninguna pandemia ha afectado por sí misma a
la distribución del poder establecido en cada período histórico que cita,
aunque sí ha coadyubado a que el cambio se produzca. Nos parece particularmente
lúcido el análisis que realiza sobre el papel de las organizaciones
multilaterales, que ha sido prácticamente nulo, durante el desarrollo de la
crisis del covid-19, la lucha de poder interior en Washington –tesis que
sostiene desde hace tiempo el Dr. Manuel Medina, catedrático de la Universidad
Complutense de Madrid– y el mantenimiento de la hegemonía americana, planteamientos
con los que estamos completamente de acuerdo. Finalmente, como en el caso de
los colegas anteriores comentados, Calvo Albero incide en el impacto de los sistemas de
localización permanente y vigilancia mediante datos biométricos en las
libertades públicas y termina con una frase realmente aleccionadora, en la que
expresa que “si algo nos enseña la historia es que al mundo no lo cambian las
pandemias, sino los seres humanos”. Por consiguiente, se trata de ensayos de obligada
lectura y reflexión, porque lo que está en juego en estos momentos es nuestra
visión del mundo, de la democracia y de la libertad y cómo quedará
reconfigurado el orden mundial después de la crisis.
UN DISCURSO PARA UNA NUEVA EUROPA QUE CHOCA FRONTALMENTE CON LA REALIDAD
El 7 de febrero de 2020 el
presidente francés Emmanuelle Macron pronunció un discurso en la prestigiosa
Escuela Militar de París en el que, en una parte de su intervención, se dirigió
directamente a los socios europeos. De forma enfática pidió que los gobiernos
europeos no fueran meros espectadores ante la carrera de armamentos que se
puede desatar en Europa en breve plazo si, finalmente, los Estados Unidos y Rusia
terminan deshaciéndose del último tratado de control de armas que permanece en
vigor: el Tratado de Armas Estratégicas (Nuevo START), firmado en Praga el 8 de
abril de 2010, y que finaliza el 5 de febrero de 2021. Si Moscú y Washington no
entablan negociaciones serias e inmediatas parece que su extinción será la solución
más probable. Entonces nos planteamos: ¿las grandes potencias no son
conscientes de sus intereses de seguridad globales? En honor a la verdad
hay que decir que Moscú ha reiterado su predisposición para extender por un
período de cinco años el Tratado, lo que requiere una simple notificación entre
ambos gobiernos, y está abierta a negociar un nuevo tratado sin “condiciones
previas” –véase al respecto in extenso la entrada DIEZ AÑOS DEL TRATADO DE LIMITACIÓN DE ARMAS ESTRATÉGICAS: LA VISIÓN RUSA de abril de 2020–. Por este
motivo el presidente Macron afirmó que “los europeos deben darse cuenta de que
sin un marco legal pueden encontrarse rápidamente con un resurgimiento de la
carrera de armamentos convencional o nuclear en su propio territorio”. Sin
embargo, el presidente francés habló en su discurso de la “competencia global
entre los Estados Unidos y China”, ¡y no Rusia! como si China significara algo
en el régimen de estabilidad estratégica –o paridad y estabilidad estratégica, si
tomamos la terminología rusa–. Debemos recordar que los Acuerdos de Moscú de
mayo de 1972 sentaron las bases de un bondadoso régimen de seguridad global
entre las dos grandes potencias nucleares que ha perdurado hasta hoy y que ha logrado
que no hubiera ningún enfrentamiento bélico entre ellas, que de forma
inevitable hubiera desembocado en una guerra nuclear de consecuencias absolutamente
catastróficas –para entender esta idea recomiendo la película “El día después”
(Nicholas Meyer y Jason Robards, 1983)–. Por ello, es necesario, diríamos
absolutamente imperioso, un nuevo acuerdo que mantenga la estabilidad porque
las partes del sistema cambiaron: desapareció la Unión Soviética y emergió la
Rusia extremadamente debilitada de Yeltsin. En ese momento, Washington podría
haber actuado políticamente de dos maneras. Por un lado, haber dejado caer la
estructura política postsoviética, absolutamente caótica, ineficiente y hundida
económicamente, y haber potenciado la división territorial hasta el extremo,
como hizo con Alemania en 1945 –la “gran oportunidad” perdida que han dicho
algunos politólogos–. O, por otro lado, reconocer el papel de Rusia en el
“nuevo orden” mundial anunciado por el presidente Bush padre el 11 de
septiembre de 1990 y llevarla al grupo de las potencias democráticas, que fue
la política que finalmente sostuvo la exitosa presidencia de Clinton, con el
arma más poderosa con la que han contado los Estados Unidos desde su fundación:
la globalización asociada a la Doctrina del Destino Manifiesto como la “Nación
indispensable”, en palabras de la secretaria de Estado Albright. Optar por esta
segunda política hizo innecesario hacer cambios en el régimen internacional
debido al advenimiento de la hegemonía americana. Pero el resurgimiento una
década después de la Rusia de Putin –que funda su continuidad como potencia en
el antiguo imperio zarista– coincidió con el nacimiento de la segunda gran
potencia no europea del sistema internacional: la República Popular China,
primero tímidamente como era propio de los dirigentes chinos inexpertos en
política exterior, y ahora orgullosa y agresiva bajo las pautas rectoras del
presidente Xi Jinping, en el poder desde marzo de 2013. Siguiendo el discurso
del presidente Macron esto significa que el sistema de la posguerra fría –de la
globalización o de la posmodernidad, como se le quiera llamar– es lo
suficientemente complejo para que los europeos no puedan permitirse andar
dubitativos, si es que quieren representar un papel importante en los asuntos
mundiales, y no digamos si aspiran a formar parte del nuevo Directorio mundial –porque
este es el término correcto–. No actuar significa quedarse fuera. Por
eso, aquella declaración de Macron podría entenderse como dirigida
“bienintencionadamente” hacia Moscú… si no fuera por la errática estrategia
francesa post-Sarkozy hacia Rusia. No se oculta a nadie que, después de la
salida del Reino Unido de la Unión Europea, Francia queda como la única
potencia europea con armas nucleares –“the only one”– y esto le da la fortaleza
para renovar esa visión de sí misma como garante última de la seguridad europea
y de los Estados que la conforman. Esta posición política francesa ya la
tratamos ampliamente en el ensayo “Hacia la creación de un sistema europeo dedisuasión nuclear” de 2005, en pleno debate de la después fracasada
Constitución Europea, por lo que el asunto no es nada nuevo. Macron dice
que la capacidad nuclear francesa “refuerza la seguridad de Europa por el
hecho de existir y que tiene una dimensión auténticamente europea”. Estas
dos afirmaciones encadenadas no tienen parangón en el seno de la Unión Europea,
de hecho, deben causar desazón entre los políticos bruselenses imbuidos de un
discurso comunitario “buenista” que niega cualquier posibilidad de catástrofe
global. Para continuar con este discurso, mantengamos esta última cuestión en
suspenso por ahora. Pues bien, aunque Macron proclame que “Francia está
convencida de que la seguridad de Europa a largo plazo pasa por una alianza
fuerte con los Estados Unidos”, la visión estratégica francesa parte de la
hipótesis de que los Estados Unidos no van a continuar garantizando la
seguridad europea como en los tiempos de la Guerra Fría. Esto es así porque
tienen que defender sus propios intereses de seguridad en la cuenca de
Asia-Pacífico, cambio estratégico que puso en marcha el presidente Bush hijo y
han seguido fielmente Obama y Trump. Macron continúa: “nuestra seguridad pasa
también, inevitablemente, por una mayor capacidad de acción autónoma de los
europeos”. Seguridad y decisión autónoma significa construcción de una defensa
europea común que, para ser creíble, debe contener en su seno un sistema de
disuasión nuclear propio, porque las armas nucleares existen dentro y fuera de
la Unión Europea. Pero las que están dentro son francesas –si obviamos la
existencia de cerca de un centenar de bombas atómicas americanas en cinco bases
europeas– porque fue el presidente de Gaulle con su firme decisión política
quien creó la fuerza nuclear y son los contribuyentes franceses los que pagan
su sostenimiento. Pero para convertirlo en un sistema de disuasión común París debería
congregar a todos los socios europeos en un proyecto político común que sentara
las bases de una estrategia exterior, en todas las organizaciones
internacionales y en todos los foros en los que participan. Las bases del
liderazgo político francés están en su condición de miembro permanente del
Consejo de Seguridad de la ONU y su derecho de veto que, desde su propia
perspectiva, ejerce de forma “ejemplar” y presenta “un balance único en el
mundo”. Porque sigue apostando por la paz y el multilateralismo, pero
no descuida los fundamentos de una defensa basada en la posesión de las
armas nucleares y una política de empleo de las mismas. Pero no es solo
esto. El presidente Macron enfatizó, además, que Francia no firmará ningún
tratado destinado a reducir su arsenal nuclear y anunció que continuará
aumentando el presupuesto de defensa nacional –del que se destina el 12%
anual al mantenimiento de la disuasión nuclear–. Quizás esto escuece en los
oídos de algunos dirigentes europeos. Claro que también cabe otra posibilidad,
y es que el presidente Macron acoja los principios políticos de la estratégica
nuclear degaulliana de la Guerra Fría y quiera poner a Francia en una posición
intermedia entre los gigantes nucleares, con la aspiración de actuar como
moderador, contando para ello con los atributos de poder global que hemos
examinado más arriba. De una u otra manera, París necesita el respaldo
político del copartícipe del Directorio europeo, la poderosa, y al mismo tiempo
dubitativa, Alemania. Es aquí donde entramos de lleno en la cuestión del liderazgo
europeo, o más bien de la falta de liderazgo, que no parece que vaya a
solucionarse a corto plazo –nuestra tesis de los testigos silenciosos está
subyacente a lo largo de estas líneas–. Entonces, ¿sirven de algo estos discursos
franceses? porque, hasta ahora, no han conseguido nada. Mientras tanto,
las grandes potencias nucleares, los Estados, Rusia y China, avanzan
cada vez más hacia políticas nacionales y a soluciones bilaterales en los
asuntos internacionales. Veremos hasta cuándo y cómo. Inevitablemente este
escenario estratégico recuerda al período de los años treinta en Europa y,
desgraciadamente, la historia nos enseña que el directorio solo cambia
después de una guerra entre grandes potencias y que las vencedoras dictan las
nuevas reglas. Estamos a las puertas y muy probablemente sucederá.
El texto completo del discurso del presidente Macron está disponible en el sitio web oficial de la Presidencia Francesa, y también se puede seguir en el canal de la Ecole Militaire en Youtube (duración 1:14:26).
¡QUÉ VIENEN LOS CHINOS! OTRO EJEMPLO DE LA FÁBULA DE PEDRO Y EL LOBO
En medio de la pandemia del COVID-19 o SARSCoV-2 que está azotando
a todos los países del mundo con mayor o menor virulencia, la Administración
Trump publica un documento en el que acusa a China de llevar a cabo actividades
nucleares sospechosas. Esta declaración no es nueva, pero sirve para generar
más alarma respecto a la gran potencia asiática y, de paso, traslada el foco de
atención hacia otros asuntos. Pero, ¿realmente es cierta esta acusación?
Porque de ser así, las consecuencias para el régimen de no proliferación nuclear
serían gravísimas, en la línea de lo que venimos comentando en entradas y publicaciones
anteriores en cuanto a la destrucción del régimen de control de armamentos que están
realizando los Estados Unidos de forma sistemática. No olvidemos que ahora
mismo el foco está puesto en la fecha final de vigencia del único acuerdo
internacional de limitación de armamentos nucleares que permanece en vigor, el Tratado
de Limitación de Armas Estratégicas (Nuevo START) firmado en Praga el 8 de
abril de 2010. Y está claro que la actual Administración americana no está por
la labor de continuar con el Tratado más allá de 2021, pero, no nos engañemos,
una Administración encabezada por el partido contrario tampoco lo haría, porque
existe un consenso en las elites dirigentes de Washington sobre la inoperancia
de los tratados de desarme para garantizar la seguridad nacional, o mundial,
que en el caso de los Estados Unidos viene a ser lo mismo. Porque si esto fuera
así hace ya mucho tiempo que habrían ratificado el Tratado de Prohibición Total
de Pruebas Nucleares de 10 de septiembre de 1996 (CTBT por sus siglas en inglés).
Veamos por qué. El Departamento de Estado publicó el 14 de abril de 2020 el
documento titulado “Executive Summary of findings on adherence and compliance with arms control, nonproliferation, and disarmament agreements and commitments” en el que afirma que durante el pasado año las
autoridades chinas desarrollaron un elevado nivel de actividad en el polígono
de pruebas nucleares de Lop Nur, situado al noroeste del país, que hace sospechar
que estarían preparando la realización de algún tipo de prueba nuclear. Para
ello, el Departamento de Estado se apoya en la “falta de transparencia” que
demuestra China en materia nuclear, incluida la no transmisión de datos de
radiación y actividad sísmica en cumplimiento de determinadas cláusulas del
CTBT, tratado que no está en vigor, que todavía diecisiete Estados no lo han firmado y
cincuenta y uno no lo han ratificado, incluidos los Estados Unidos -como se indica además al
principio del citado documento-. Básicamente
el artículo 1 de este Tratado establece que “Cada Estado parte se compromete a
no realizar ninguna explosión de ensayo de armas nucleares o cualquier otra
explosión nuclear y a prohibir y prevenir cualquier explosión nuclear de esta
índole en cualquier lugar sometido a su jurisdicción”. En efecto, los
responsables de la política exterior americana están apelando al CTBT cuando,
al mismo tiempo, rechazan activamente formar parte de dicho Tratado. “Cosas
veredes”, dice un castizo refrán español. En realidad, lo que están diciendo es
que China podría estar llevando a cabo estas actividades violando determinados compromisos
internacionales. ¿Cuáles son éstos? Ciertamente, existe una moratoria de
ensayos nucleares establecida mediante declaraciones unilaterales de las
potencias nucleares legales -aquellas reconocidas como Estados nucleares por el
Tratado de No Proliferación Nuclear de 1 de julio de 1968 (NPT por sus
siglas en inglés)-, que se denomina estándar de “rendimiento cero”, es decir, de
prohibición absoluta de pruebas nucleares de cualquier tipo, y que ha sido
respetada hasta ahora por todas ellas. Por tanto, esta declaración de
Washington no es sino un intento de aplicación de los dictados de la potencia
imperial al resto de actores del sistema internacional. El problema es que bajo
el liderazgo de Xi Jinping China ya no acepta las imposiciones de los Estados
Unidos, como hemos estado viendo recientemente durante la etapa denominada erróneamente
de “guerra comercial” -y hay que reconocer que el concepto ha calado hondo en
el imaginario global-. Inmediatamente, el Ministerio de Asuntos Exteriores chino
declaró que las acusaciones vertidas por el Departamento de Estado americano son
falsas y que ni siquiera merecen ser refutadas. El funcionario Zhao Lijan manifestó
que su país está cumpliendo con los compromisos de los tratados de control de armas,
cosa que tampoco es cierta, porque hasta el presente China no forma parte de
ningún tratado de control de armas nucleares ni tampoco los acepta, aunque
su política nuclear se fundamenta en una “estrategia nuclear de autodefensa” de
naturaleza exclusivamente disuasoria, basada en la posesión de un arsenal “suficiente
y efectivo”, una declaración de no primer uso de armas nucleares y otra declaración
de no uso de armas nucleares contra Estados no nucleares o que se encuentren en
zonas declaradas libres de armas nucleares -como puede ser América del Sur o la
Antártida-. Por tanto, se trata de limitaciones autoimpuestas y no sometidas a
ningún control internacional -véase la entrada DE VUELTAS CON EL ARSENAL NUNCLEAR DE CHINA: CUANDO LAS INVENCIONES RAYAN EL DISPARATE de febrero de
2020-. Pero, en el mismo documento también se dejan caer acusaciones extremadamente
graves sobre el incumplimiento por parte de China de la Convención de Armas
Biológicas de 10 de abril de 1972 (BWC por sus siglas en inglés), en vigor
desde el 26 de marzo de 1975 y que fue el primer tratado internacional que
prohibió una categoría completa de armamento. El Departamento de Estado
afirma que “Durante el período que abarca el informe (2019), China realizó
actividades biológicas con posibles aplicaciones de doble uso” y reitera que
tiene conocimiento de que China tiene “un programa ofensivo de armas biológicas”
que ha mantenido a pesar de su adhesión a la BWC hace treinta y cinco años. Pero
en el documento también hay para Moscú. El Departamento de Estado afirma con
rotundidad que Rusia “ha llevado a cabo experimentos relacionados con armas
nucleares que han generado rendimiento nuclear” y, por tanto, no son
consistentes con el estándar de "rendimiento cero" en vigor, a pesar
de que inmediatamente después declara que no sabe cuántas pruebas supercríticas
o autosuficientes llevó a cabo en 2019. Pero da más detalles y declara que las
autoridades rusas estarían probando un diseño de “contenedor explosivo” que
libera energía nuclear. Esto podría significar que se refiere al accidente
radiológico ocurrido en Nenoksa, en el norte de la Rusia europea, el 8 de
agosto de 2019 y que estaría relacionado con los ensayos del nuevo misil de
crucero de propulsión nuclear denominado Burevestnik (SSC-X-9 Skyfall),
una de las nuevas armas que anunció el presidente Vladimir Putin en el discurso
a la Asamblea Federal el 1 de marzo de 2018 -véase la entrada EL PODER DOMINADOR DE LAS ARMAS NUCLEARES Y LA AMENAZA DE GUERRA de marzo de 2018-, como indica el mismo
documento más adelante. Sin embargo, en el documento citado se afirma que Rusia
tiene “la intención de llevar a cabo en un sitio de prueba un experimento
subterráneo supercrítico (una reacción en cadena autosostenible) relacionado
con armas nucleares, que dará como resultado una liberación de energía nuclear,
independientemente de la magnitud de su rendimiento.” Sin embargo, Rusia, que renovó
la moratoria de todo tipo de pruebas nucleares en 1996, mantiene silencio
sobre estas declaraciones, al menos por ahora. Por tanto, el documento merece
una lectura detenida y una reflexión.
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