En marzo de 2020 la US Navy llevó a cabo el ejercicio Ice Exercice 2020 (ICEX-20) en el que sendos submarinos nucleares de ataque de la clase Los Angeles
USS Toledo y de la clase Virginia
USS Connecticut navegaron en los mares árticos, saliendo a la superficie en una zona de hielo predeterminada en el mar de Beaufort, al norte de Alaska. El punto se ha denominado en esta edición Camp Seadragon y fue levantado de forma temporal por personal del Laboratorio Submarino Ártico para desarrollar actividades de exploración científica civil y militar en la región. En el
vídeo que adjuntamos se puede ver como el USS Toledo emerge lentamente tras romper la capa de hielo, varios miembros de la tripulación salen por la vela del submarino y liberan el casco cortando bloques de hielo con motosierras. Podría considerarse una imagen hasta idílica, si no fuera por el potencial de destrucción se encierran los negros cascos de los dos submarinos nucleares. Pero no solo ellos, sino también los de sus silenciosos perseguidores. En efecto, el almirante Víctor Kravchenko, jefe del Estado Mayor de la Armada rusa entre 1998 y 2005, dice que la banquisa ártica –entre 60 y 90 centímetros de espesor¬– es
un ambiente que dominan los submarinos rusos, porque se entrenan regularmente en estas latitudes. La Armada rusa continúa incrementando las capacidades de detección de los submarinos oponentes desde que se sumergen en el océano Ártico y durante su navegación bajo el hielo, porque de este modo dispondrán de más oportunidades para destruirlos en caso de conflicto. Los ejercicios ICEX, de unas tres semanas de duración, se desarrollan en los mares árticos con carácter bienal y tienen como finalidad evaluar la preparación de la Marina americana y otras marinas aliadas para ejecutar operaciones en mares helados, mejorar las capacidades para operar en entornos polares y mantener la estabilidad en la región. Por su parte, el
USS Toledo es un gran conocido de la Armada rusa, ya que participó en los eventos de agosto de 2000 en los que se perdió el submarino nuclear de la clase Antey K-141
Kursk con toda su tripulación a bordo, como hemos relatado en la entrada
KURSK: UNA TRAGEDIA DE LOS SUBMARINOS NUCLEARES RUSOS de octubre de 2019. Pero, ¿qué alcance tienen estos ejercicios navales más allá de la estricta presencia militar en una región de extraordinaria importancia estratégica desde los albores de la Guerra Fría? En 2013 el presidente Obama aprobó la “Estrategia Nacional para la Región Ártica” con la finalidad de crear una zona “estable y libre de conflictos, donde las naciones actúan de forma responsable con un espíritu de confianza y cooperación y donde se explotan los recursos económicos y energéticos de forma sostenible.” El mismo año, el Departamento de Defensa publicó la “Estrategia para el Ártico” en la que se mencionan como objetivos fundamentales garantizar la seguridad y estar preparados para la amplia gama de desafíos que plantea la región. Conforme a estos documentos Washington tiene una estrategia ártica para un futuro cercano (hasta 2020), a medio plazo (2020-230) y a largo plazo (más allá de 2030) en los que la seguridad sigue jugando un papel esencial frente a la imparable apropiación del Ártico que está ejerciendo Moscú. Rusia ha convertido el Ártico en un motor del desarrollo económico del país –a través de la explotación de inmensos campos de gas y petróleo en la península de Yamal o la extracción de minerales en las regiones norteñas de Krasnoyarsk y Chukotka–, mantiene una presencia militar permanente modernizando instalaciones abandonadas de la época soviética y construyendo nuevas bases que son un modelo de ingeniería y el establecimiento de una legislación específica para la región, que incluye los asuntos de seguridad marítima y salvamento en caso de accidentes, lo que le permite ejercer un control efectivo sobre los espacios marítimos árticos. Precisamente, el 5 de marzo de 2020 el Kremlin publicó la nueva “Estrategia para el Ártico hasta 2035”, en la que se reafirman como objetivos nacionales la protección de los intereses en la región y la necesidad de estar preparados para responder a los desafíos que se presentan, tanto desde el lado de la geografía como de la explotación de los recursos naturales. Moscú trata de garantizar el ejercicio de su soberanía en un espacio que considera propio amparándose en la Convención de Derecho del Mar de 1982 y, en consecuencia, se arroga competencias exclusivas y excluyentes en el control de la Ruta Marítima del Norte. Para implementar esta estrategia, durante los próximos quince años va a continuar el programa de modernización de las infraestructuras árticas, se modernizará completamente la flota de rompehielos nucleares de la Atomflot, se incrementarán las capacidades militares navales y de defensa aérea y se mejorarán las redes de vigilancia aérea, marítima y submarina, establiendo zonas antiacceso y de denegación de área en ambos extremos y en puntos localizados de la Ruta Marítima del Norte. Y esto nos lleva a nuevas preguntas: ¿se convertirá el Ártico definitivamente en un área de confrontación entre grandes potencias? ¿Están preparadas las potencias occidentales para hacer frente a los cambios que se avecinan en el equilibrio de poder? En el próximo conflicto, el Ártico no será un área de enfrentamiento militar, pero el desenlace del mismo sí que determinará también la distribución del poder en la región.
"Entre dos tierras estás..."