Este es el título del artículo sobre las relaciones de poder entre la potencia emergente que es China y el hegemónico del sistema internacional globalizado, los Estados Unidos, cómo una y otro se encuentran inmersos en un proceso de reajuste permanente de zonas de influencia y esferas de poder y cómo interactúan con las otras grandes potencias del sistema internacional, que ha sido publicado por la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos del Ministerio de Defensa Nacional de Chile, en la sección “Columna de Opinión”, el 25 de septiembre de 2013.
Texto completo del ensayo (*):
"Recientemente el profesor Tao Xie, de la Escuela de Estudios Ingleses e Internacionales de la Universidad de Lenguas Extranjeras de Pekín, ha publicado en la revista Política Exterior (núm. 135, 2013) un artículo con el sugerente título “El contestado auge de China en el Pacífico”, que me ha llevado a varias reflexiones que deseo compartir. Para empezar, en las primeras líneas afirma que “China se ha convertido en la mayor potencia económica y militar de Asia Oriental”. Claro, a priori, se me ocurre que la primera potencia de la región es precisamente una potencia extrarregional: los Estados Unidos. Le quedan muchas décadas a China, como a cualquier otra potencia o conglomerado de potencias que eventualmente se pueda formar, para encontrarse en disposición de desafiar el poder global americano; siendo realistas se tendrían que dar muchos cambios en la estructura internacional para que esto ocurriera y no antes del 2050, quizás ni siquiera en este siglo, como afirma George Friedman en Los próximos cien años (trad de The Next 100 Years. A forecast for the 21st Century. Nueva York, 2010). Es cierto que el rápido auge chino de las últimas décadas ha afectado a las relaciones de poder regionales que datan del final de la Segunda Guerra Mundial y que se desarrollan entre un conjunto de potencias emergentes como son la misma China, pero también Japón, Corea del Sur, Australia, Indonesia y la India. En particular, es esta última la que desafiará la eventual expansión china hacia el sur, y en esta oposición contará con el apoyo decidido del bloque occidental y de Rusia. Parece que el auge chino concierta, más que generar grandes desafíos, a sus oponentes y posibilita la formación de una coalición preventiva organizada por los Estados Unidos decidida a mantener a China en una posición determinada en la escala internacional. Si por mor de los grandes acuerdos de Yalta-Postdam y de la Conferencia de San Francisco las grandes potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial acordaron la presencia de China en el Consejo de Seguridad, no es menos cierto que la concibieron en una posición inferior, similar a la que podían tener Francia o Gran Bretaña, pues al fin y al cabo el organismo no era sino un espacio de concertación privilegiado (nada menos que monopolizó el uso de la fuerza en la sociedad internacional) entre las dos grandes potencias: los Estados Unidos y la Unión Soviética. Esa situación se ha mantenido hasta hoy y ese consenso permanece: ni Washington ni Moscú aceptarán una posición china independiente en el Consejo de Seguridad. Es más, si se diera esa circunstancia se rompería el régimen explícito formado por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y el sistema onusiano, que es la estructura visible de la sociedad internacional global organizada. Por tanto, como decía la anterior Secretaria de Estado H. Clinton: “el futuro de la geopolítica está en Asia, no en Afganistán ni en Irak, y los Estados Unidos deberá situarse en el centro de la acción” (“America´s Pacific Century”, Foreign Policy, noviembre de 2011). Si esto es así, entonces, ¿qué le espera a China como gran poder emergente? Primero, puede optar por adaptarse a la presencia permanente de los Estados Unidos en la región, porque ésta, aparte de ser ya agobiante, podría terminar conformando un auténtico cerco militar sobre China: de norte a sur, se reafirman las antiguas alianzas militares con Corea del Sur, Japón y Taiwán, se crean nuevos acuerdos de seguridad con Singapur, Tailandia, Filipinas, Indonesia o Australia, y girando hacia el océano Índico, se consolidan las relaciones estratégicas con la India y la constitución de Afganistán como protectorado militar americano. El norte es la zona de influencia rusa, su indiscutido “espacio cercano”, y Rusia siempre se concertará con los Estados Unidos si de lo que se trata es de contener la potencia china a sus fronteras actuales. Por el contrario, China podría intentar crear una coalición de potencias que desafiaran el poder militar americano en la región. Pero aquí el mismo Tao Xie reconoce que los eventuales aliados son bastante endebles: Corea del Norte, quizás Pakistán, y algunos Estados africanos y sudamericanos que, “sin embargo, fundamentan sus relaciones con el país asiático en necesidades económicas mutuas coyunturales y no en alianzas militares duraderas”, nada a la hora de un conflicto militar. Por eso, reconoce que “China no debería plantearse siquiera competir con los Estados Unidos por el dominio regional”. El pragmatismo general del que hacen gala las autoridades estatales chinas les ha llevado a abandonar la expresión “auge pacífico” sustituida por “desarrollo pacífico”; en consecuencia, el discurso oficial se ha tornado conciliador tratando de buscar puntos de encuentro con las potencias occidentales. Así en la cumbre bilateral celebrada en Sunnylands, California, en junio de 2013, el presidente Xi Jinping propuso un “nuevo tipo de relaciones entre grandes potencias” basadas en tres puntos: la ausencia de conflicto y confrontación, el respeto mutuo y la cooperación mutuamente beneficiosa. Con todo, desde el lado americano se insiste en la idea del “auge no pacífico de China” y se quiere ver en cada actuación no prevista del gobierno chino una amenaza a la seguridad nacional de los Estados Unidos. Pongamos un ejemplo reciente: la entrega en septiembre de 2012 del portaviones Liaoning, primer buque de estas características de la Marina Popular, que no es otro que un portaviones soviético que se estaba deshaciendo por corrosión en los astilleros de Nikolaiev en el mar Negro comprado subrepticiamente por las autoridades chinas en 1998 y rehabilitado durante una década, se considera una amenaza directa a la hegemonía de la US Navy en el Pacifico. Sin embargo, una sola mirada a los números (sin poder obviar la extraordinaria brecha tecnológica que separa a uno y a otros) impone una visión realista de las cosas: a pesar de las restricciones presupuestarias para contener el déficit público, la primera potencia aeronaval global mantiene diez grupos de combate de portaviones, con sus correspondientes escoltas de cruceros y destructores y submarinos de ataque, que embarcan diez alas aéreas que acumulan más de 1.000 aviones y 540 helicópteros (aparte las fuerzas aéreas del Cuerpo de Marines); pues bien, seis grupos de combate se encuentran asignados a la Flota del Pacífico. No es preciso que acudamos a los grandes teóricos de la supremacía del poder naval para entender que los Estados Unidos no tienen oponente presente ni en un futuro cercano que les pueda disputar su supremacía militar, siempre, claro está que los gobernantes americanos sean capaces de mantener el círculo virtuoso que enunció el Presidente Clinton en 1999: “El liderazgo americano se torna indispensable para fortalecer los intereses nacionales en los años venideros (…) En este momento de la historia, los Estados Unidos están llamados a ejercer su liderazgo para guiar las fuerzas de la libertad y el progreso; para canalizar las energías de la economía global hacia una mayor prosperidad; para reforzar nuestros valores e ideales democráticos, para aumentar la seguridad americana y la paz global.” (A National Security Strategy for a New Century. Washington, 1999). Mientras tanto, China, como cualquier otra potencia, debe adaptarse a las necesidades estratégicas de los Estados Unidos, simplemente porque no resistiría un enfrentamiento militar directo."