TRAGEDIA GRIEGA 4: LA INTEGRACIÓN POLÍTICA

Ya en el Foro Económico Mundial de Davos de enero de 2011 la canciller Merkel expresó que la existencia de Europa va ligada de forma indisoluble al euro. Por su parte, el presidente Sarkozy advirtió a los líderes económicos presentes en dicha reunión que Francia y Alemania no permitirían situaciones o procesos que pudieran poner en duda la viabilidad de la unión monetaria porque “las consecuencias serían tan catastróficas que no podemos ni permitirnos barajar esa idea”. La decisión del Directorio europeo era tan fuerte que el presidente Sarkozy afirmó con rotundidad que “Merkel y yo jamás dejaremos caer el euro, jamás” –recomendamos ver las declaraciones del presidente directamente en francés disponibles en youtube- . Pocos días después, el Directorio reiteró en el Consejo Europeo Extraordinario de Bruselas de 4 de febrero de 2011 su firmeza en la defensa del proyecto de integración política. En una declaración conjunta franco-alemana la canciller Merkel dijo que “no solo vamos a defender el euro como moneda, sino también como proyecto político”; por su parte el presidente Sarkozy enfatizó que “el eje entre Alemania y Francia es extremadamente fuerte”, y esta fortaleza incluía, entre otros asuntos fundamentales, el mantenimiento de la Eurozona como proyecto político diferenciado. Fue en este Consejo Extraordinaria cuando se aprobaron garantías adicionales para el Mecanismo Europeo de Estabilidad. En una comparecencia pública en Berlín el 17 de noviembre de 2011 la canciller habló de la reforma de los Tratados como “paso definitivo hacia una nueva Europa” y de una “solución política” a la crisis económica y financiera europea. El acuerdo en el "núcleo duro" era tan profundo que el presidente Sarkozy y la canciller Merkel pactaron en París el 5 de diciembre un acuerdo para los socios de la Eurozona por el que se creaba un nuevo régimen jurídico en el que una autoridad supranacional tendría el control sobre los presupuestos nacionales, la emisión de deuda soberana y la política monetaria, así como la ampliación de los poderes de control del BCE. El presidente Sarkozy explicó después de la reunión bilateral que “nuestra preferencia es por un Tratado con todos los veintisiete para que nadie se sienta fuera, pero estamos listos para seguir con un Tratado con Diecisiete en el que los otros serían libres para unirse”. Como había acuerdo en el seno del Directorio nada había que discutir, así que París y Berlín comunicaron su acuerdo dos días después en una carta dirigida al Presidente de la UE, van Rompuy. Por ello el Consejo Europeo de Bruselas de 8 y 9 de diciembre de 2011 se concibió como un mero trámite para extender al resto de los socios los acuerdos del Directorio europeo. En consecuencia los Estados miembros aceptaron las medidas decididas previamente por París y Berlín que adoptaría la forma de un acuerdo intergubernamental, sin reforma de los Tratados fundacionales y excluyendo, de antemano, la celebración de referendos nacionales que podían ralentizar o incluso impedir avanzar hacia la integración política como había ocurrido con la fracasada Constitución Europea. El propio desarrollo de la crisis financiera en Europa con la imposición de las tesis alemanas sobre la austeridad y la sustitución de Sarkozy por Hollande en la Presidencia francesa llevaron a que París quedará aparentemente descolgado de las grandes decisiones políticas europeas. Ahora bien, la resolución de la crisis financiera de Grecia en el mes de julio alertó a los asesores principales del Presidente Hollande sobre la revisión del escaso protagonismo de París en los cambios que se están produciendo en la integración europea. De hecho, el diputado Philip Cordery, responsable del Partido Socialista en asuntos europeos, enfatizaba el fin de semana pasado que “Francia quiere ahora hacer valer sus puntos de vista”. Por ello, el presidente Hollande anunció el 26 de julio que Francia busca una refundación de la Eurozona. Las principales propuestas francesas presentadas por el presidente Hollande son un gobierno económico común para todos los Estados del euro, un presupuesto común para la zona euro, una unión bancaria efectiva más allá de la actual supervisión centralizada de los bancos con garantía de depósitos y mecanismos para acometer las eventuales fugas de capitales, un Fondo Monetario Europeo como instrumento de intervención en casos como la crisis griega, un impuesto de sociedades armonizado en toda la zona euro, el establecimiento de un salario mínimo europeo y un seguro europeo de desempleo complementario, y lo que resulta más llamativo, un Parlamento propio de la Eurozona con la finalidad de democratizar las decisiones de profundo alcance político que se están adoptando mediante acuerdos intergubernamentales en el seno del Eurogrupo. Clement Beaune, asesor para asuntos europeos del Ministro de Economía, ha precisado que París concretará sus propuestas en septiembre y que, después, las consensuará con Berlín. Es decir, primero Hollande hablará con la canciller Merkel para llegar a una posición común y, posteriormente, presentarán el acuerdo a los demás miembros del Eurogrupo, bien en una reunión del Consejo Europeo o en una reunión ad hoc de los jefes de Estado y de gobierno de la Eurozona, aunque en París pretendan seguir creyendo que “su dinamismo económico (el de Alemania) no se ha transformado en un dominio político”. Por su parte, los dirigentes alemanes han recibido la propuesta francesa favorablemente e incluso el Ministro de Finanzas Wolgang Schäuble ha declarado: “me encantó escuchar a Hollande que Francia está lista ahora (para una revisión de los Tratados fundacionales)”, precisamente lo que ya había planteado la canciller Merkel en noviembre de 2011 como “paso definitivo para una nueva Europa”. Pero, ¿cómo será esa Europa? Pues París sostiene que acabarán estando los seis miembros fundadores de la UE, aunque en la reunión de bilateral en Madrid el 10 de julio el Ministro de Economía Manuel Macron ya habló de estas propuestas con los Ministros Luis de Guindos y José Manuel Soria.

TRAGEDIA GRIEGA 3: LA HEGEMONÍA ALEMANA EN EUROPA

El debate sobre la hegemonía alemana en Europa es uno de los grandes asuntos de la integración europea. Desde la refundación en 1949 los pilares de la política exterior alemana han sido el europeísmo, concretado en el proceso de integración en la Unión Europea, y el atlantismo, en su doble vertiente de relación especial con los Estados Unidos y de pertenencia a la Alianza Atlántica. De hecho, pocos Estados han mostrado un fervor multilateralista mayor en sendas organizaciones intergubernamentales. Desde 1950 lideró con Francia la creación de las instituciones comunitarias europeas y, al mismo tiempo, fue un aliado sólido en la Alianza Atlántica durante la Guerra Fría. Pero, precisamente la desaparición de la Unión Soviética precipitó un nuevo papel de Alemania en el continente. La retirada de Rusia a sus fronteras interiores significó la vuelta de Alemania a la Europa Central para ejercer el liderazgo que siempre tuvo en Mitteleuropa. Con el apoyo de los Estados Unidos los nuevos Estados independientes del anterior bloque soviético pasaron a integrarse en la Alianza militar occidental y, poco después, en la UE. Fue un proceso imparable que servía a los intereses de los Estados Unidos como potencia hegemónica europea, pues pasó a actuar en el continente de forma interpuesta por la nueva potencia: Alemania. Para Berlín significó recuperar su espacio de influencia tradicional y la superación de los acontecimientos históricos derivados de la implacable derrota en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hubo que superar los miedos europeos iniciales a la reunificación política alemana, esencialmente de británicos y franceses, lo que se consiguió a cambio de sacar adelante las ampliaciones de la Alianza y la UE a los nuevos Estados europeos -de nuevo por aplicación de la política del equilibrio de poder-. Durante veinte años la relación de poder se mantuvo estable porque los Estados Unidos ejercían una hegemonía “suave” en Europa y todos los miembros de la UE y de la Alianza aceptaban la presencia americana como la mejor garantía para su seguridad.
Pero, como sabemos, las partes del sistema cambiaron cuando los Estados Unidos decidieron centrarse en la región del Pacífico, su área de expansión natural, y esto significó la emergencia inesperada de Alemania en Europa. Los Estados Unidos alcanzaron un acuerdo general sobre el funcionamiento del sistema con Rusia en abril de 2010, en una suerte de Tratado de Yalta II, de modo que ambas potencias actúan como co-garantes de la estabilidad global. Como consecuencia de este acuerdo general, Alemania pasó a ejercer como potencia hegemónica en Europa en calidad de agente interpuesto de los Estados Unidos. Este cambio es natural al funcionamiento del sistema general, sirve a los intereses de los Estados Unidos y es aceptado por Rusia. Por tanto, la Unión Política Europea debe responder a los intereses de seguridad de tres potencias: los Estados Unidos, Rusia y Alemania. Pero este nuevo régimen de seguridad se dio en un contexto de crisis económica y financiera que puso a Alemania en una posición más visible de lo que ella misma y las otras dos potencias querían, porque de lo que se trataba es de que Alemania ejerciera el poder de forma benévola en el continente europeo.
Desde 2010 la canciller Merkel y otros dirigentes alemanes no dejan de afirmar que el euro forma parte de la integración europea, que de ninguna manera se iba a dejar caer el euro y que, incluso, el gobierno alemán tiene el “deber histórico” de apoyar el euro porque forma parte del éxito económico de Alemania. En el Foro económico de Davos de enero de 2011 Merkel declaró que la existencia de Europa va ligada de forma indisoluble al euro. Posteriormente, en declaraciones oficiales ha reiterado que el euro y la pertenencia a la Eurozona forman parte del interés nacional de Alemania, y que no retrocedería un solo paso en la integración monetaria y que el objetivo prioritario era “reducir la deuda y mejorar la competitividad”. Para ello, afirmó en noviembre de 2011, que se debía avanzar hacia “una reforma de los Tratados” que implicará la cesión de más competencias a las Instituciones comunes -que no comunitarias- decisiones para una cooperación reforzada avanzada entre los Estados miembros de la Eurozona, todo ello como “paso definitivo hacia una nueva Europa”. En plena crisis de la deuda soberana de los Estados europeos, el Ministro de Finanzas alemán Schäuble afirmó que en diez años se habría realizado una completa integración política de la Eurozona. Por ello, Merkel enfatizó la idea de que “la solución es política”, no meramente económica o financiera. Ahora bien, la solidaridad de Alemania “está vinculada a unas condiciones concretas” que deben ser cumplidas por las autoridades nacionales y “cuanto antes se haga menor coste habrá para los contribuyentes”. Por este motivo se ha opuesto con vehemencia a la reestructuración de la deuda griega, como también lo hicieron el Bundesbank y el BCE, y ello a pesar de las indecisiones de la Francia de Hollande. Llegados a este punto es interesante destacar cómo Gran Bretaña ha sido excluida sistemáticamente de decisiones políticas que implican un cambio estratégico complejo en el continente y, a su vez, carece de recursos e influencia para presionar a otros socios en la petición de medidas de excepción y derecho de veto de las que nadie le ha pedido opinión. En definitiva, lo que ha ocurrido es que la crisis griega ha mostrado de forma patente que Alemania es quien dicta las reglas del régimen de la Eurozona, que se inserta como una estructura de cooperación reforzada en el ámbito de la UE, pero que funciona como una organización independiente, y avanza en los planes de dar forma al proyecto de Unión Política Europea. Sin embargo, para ser una potencia sistémica Alemania necesita de un poder militar que no tiene y que, en la voluntad de los dirigentes alemanes actuales, está lejos de tener.

TRAGEDIA GRIEGA 2: EL DIRECTORIO EUROPEO

Es evidente que la crisis económica y financiera global planteó una nueva e inesperada posibilidad a Europa o, más concretamente, a la unión política europea. Desde 2010 asistimos a una evolución acelerada de la UE o, para ser más precisos, del ámbito de cooperación estructurada institucionalizada que es la Unión Económica y Monetaria (UEM). En la realidad de los hechos, la Eurozona se ha constituido en una nueva entidad política supranacional que elabora reglas para los Estados que la componen, empezando por la estabilidad presupuestaria, el control de la emisión de deuda pública y el gobierno común, pero que no se quedan ahí. Esto supone una transformación compleja en una Organización Internacional integrada dentro de la UE con características fuertemente supranacionales y que coexiste con su “gemela”, la UE, supranacional orgánica -Consejo, Comisión, Tribunal de Justicia- e intergubernamental en todo lo no transferido. En el contexto actual, las decisiones económicas y financieras que se están adoptando implican cambios políticos de gran alcance que se efectúan sin ningún tipo de mandato político siguiendo la doctrina de los poderes implícitos, poniendo de manifiesto que el Directorio europeo se impone. Pero, el nacimiento de este nuevo régimen europeo es consecuencia del nuevo equilibrio de poder (balance of power) continental: Alemania se ha convertido en la potencia hegemónica que dicta las reglas del sistema con la anuencia de los Estados Unidos y Rusia. Esto significa en términos realistas es la aplicación implacable del poder nacional. El reto es insuperable porque se trata de ordenar el sistema europeo entre una Rusia poderosa que está en proceso de recuperar sus zonas de influencia perdidas al final de la Guerra Fría y una Alemania que se ha convertido en el líder indiscutible de la UE.

TRAGEDIA GRIEGA 1: EL EUROGRUPO

El Eurogrupo se creó con el Tratado de Lisboa y en su origen se definió como la “reunión informal mensual de los ministros de Economía de los países que formasen la zona del Euro”, reuniendo además al Presidente del Banco Central Europeo, el Comisario de Asuntos Económicos y Monetarios y el propio Presidente del Eurogrupo, no se le asignaron funciones legislativas ni de toma de decisiones y entre sus tareas estaba la de estimular la integración entre los socios europeos, lo que se hacía cada vez más complicado en el seno de un Consejo de Asuntos Económicos y Financieros extraordinariamente ampliado. De hecho, su única labor era la preparación de las reuniones del Consejo, pero podía debatir sobre temas que les afectaban como la situación económica, la estabilidad financiera o los presupuestos. Poco después, se ocupó también de las condiciones de los programas de asistencia a los Estados miembros de la Eurozona que se enfrentaban a graves dificultades financieras. Pero el Eurogrupo también se reúne como conferencia intergubernamental de Jefes de Estado y de gobierno presididos por el Presidente del Consejo Europeo, adoptando en este caso decisiones de alcance político que afectan a los dieciocho Estados miembros que lo componen. Por ello, en la actualidad el Eurogrupo se puede ver tanto como un sistema de cooperación reforzada dentro de la UE como una organización supranacional distinta de la anterior, una organización dentro de otra  tanto en cuanto tiene sus propios miembros -no todos los Estados de la UE los son de la Eurozona, aunque sí se coordinan entre ellos-, objetivos, reglas y procedimientos de adopción de decisiones diferentes, cosa esencial en los regímenes políticos integrados. Incluso se podría dar el supuesto de sucesión de organizaciones internacionales, la UE en su totalidad y el Eurogrupo, quien sucedería totalmente a la UE cuando todos los Estados miembros del Eurogrupo sean receptores de transferencias provenientes de los Estados miembros de la UE. Si alguno de ellos se quedara fuera, por las razones que fueran, el Eurogrupo sucedería a la UE en todo aquello que le haya sido transferido y quedaría la UE como organización residual con los poderes que fueren, los que le correspondan. Desde un punto de vista político es evidente que el Eurogrupo representa al Directorio europeo, el poder de las grandes potencias europeas sin el concurso de Gran Bretaña, pues el objetivo político de sus miembros es, precisamente, la integración política. Esto permite afirmar que el Eurogrupo será clave para definir la Europa del futuro.
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