Este es el título del artículo más reciente que he
publicado en el sitio web de la Academia Nacional de Estudios Políticos y
Estratégicos (ANEPE) del Ministerio de Defensa Nacional de Chile, en concreto
en la sección “Columna de Opinión”, el 17 de noviembre de 2017.
El ensayo
examina el estado más reciente de las relaciones de Turquía con sus aliados
occidentales y las crecientes desavenencias con los Estados Unidos, la Unión Europea
y Alemania, que han llevado en el caso alemán a la retirada definitiva de las tropas
desplegadas en territorio turco y a su redespliegue en Jordania. De las
declaraciones del Presidente Erdogan y de otros responsables políticos turcos
se deduce el hartazgo hacia los gobiernos occidentales por las continuas
desavenencias acentuadas después del frustrado golpe militar del año pasado, lo
que ha hecho que se aproximen de forma creciente a Rusia y a China, como
potencias equilibradoras de un inexistente régimen de seguridad en Oriente
Medio profundamente desestabilizado por la fragilidad estatal desde las
denominadas “primaveras árabes”. Estas potencias parecen aportar soluciones
donde el Bloque Occidental no es capaz de superar el reto impuesto por
organizaciones terroristas yihadistas que no dudaron –y consiguieron, al menos
temporalmente- en proclamarse en entes territoriales estatales y ejercer
funciones propias como el monopolio de la fuerza en el territorio, la
administración de justicia basada en la ley islámica, la recaudación de
impuestos y el control de la población sometida bajo su poder. Y no hablamos
exclusivamente del autoproclamado “Estado Islámico” en Siria e Irak, sino
también de algunas franquicias de Al-Qaeda como el Frente Al-Nusra o Al-Qaeda
en la Península Arábiga o las mismas organizaciones nacionalistas kurdas –como denuncia
insistentemente el gobierno turco- por mencionar los grupos que continúan
actualmente ejerciendo la violencia en sus respectivos territorios.
Texto completo del ensayo (*):
"El
pasado 27 de septiembre de 2017 el Ministro turco para Asuntos Europeos, Omer
Çelik, impartió una conferencia en Madrid que, sin lugar a dudas, fue existosa,
sobre las bondades, ventajas y conveniencias de una unión estrecha entre
Turquía y la Unión Europea (UE), relación cuya etapa final debía ser la
integración turca en el sistema comunitario como miembro de pleno derecho. La
conferencia tenía por título “El futuro: Europa y las relaciones Turquía-Unión
Europea”. En su intervención el Ministro Çelik alabó el éxito de la UE como
organización supranacional europea destinada a hacer posible una paz permanente
en el continente, pero también dejó claro que la plenitud europea no se podía
conseguir sin la integración de Turquía, país europeo, democrático y
comprometido con la paz y la seguridad común, lo que sin duda ha cumplido hasta
ahora en el marco de la Alianza Atlántica. También se ocupó de señalar los
aplazamientos, las dudas y las desavenencias que se han producido a lo largo de
las dos últimas décadas en el proceso de negociación de cara a la integración
turca en la UE, sin duda la más grave es la actual situación de tensiones y
distanciamiento mutuo con Alemania que llevó a la retirada de las fuerzas
militares alemanas que estaban en aquel país desde 2003 para garantizar su
defensa, primero frente al Irak de Saddam Hussein y, posteriormente, ante el
envilecimiento de la guerra civil en Siria. En este punto, el Ministro Çelik
recordó que Turquía es “frontera exterior” de la UE y que ahora mismo tiene en
su territorio tres millones de refugiados sirios que desean llegar a Alemania,
y a los que no se presta la asistencia debida por el incumplimiento por parte
de la UE del Acuerdo bilateral sobre refugiados de marzo de 2016. Finalmente, exigió
que se avanzara en los capítulos veinticuatro y veinticinco de la negociación
para la adhesión definitiva de Turquía a la UE. No se puede criticar al
Ministro Çelik por la defensa de esta posición, porque realmente es difícil
sacarla adelante, si no imposible, y mucho más después de la reacción europea
al frustrado golpe militar de julio de 2016 que casi le costó la vida al
Presidente Erdogan. Los dirigentes políticos nacionales europeos y las principales
instituciones de la Unión –la Comisión, el Parlamento, el Consejo- no reaccionaron
como esperaba el gobierno turco –de hecho, no reaccionaron de ninguna manera-
ante el intento de derribo del poder constituido por parte de los militares
golpistas, pero posteriormente sí mostraron el rechazo a las purgas masivas que
ha habido en las Fuerzas Armadas, la policía, la judicatura, la universidad y los
medios de comunicación. Es evidente que la deriva presidencialista del sistema
constitucional turco, en este sentido cada vez más próximo al ruso, inquietaba
desde antes del golpe militar a los democráticos dirigentes europeos. Pero la
celebración de las elecciones parlamentarias en Alemania a principios de
octubre despejó las dudas del liderazgo turco sobre cómo Europa ve a la actual
Turquía: además de islamista, cada vez más autoritaria y menos democrática, por
tanto, alejada de los valores europeos. Pero con Turquía pasa lo mismo que con
Rusia: las relaciones son complejas porque ambas encierran en sí mismas un modelo
de sociedad, en ambas las élites están imbuidas de un sentido de superioridad
cultural que les da la historia, su pasado de grandes potencias imperiales
dominadoras de vastos territorios sometidos a su autoridad; por tanto, se
dirigen a Europa y negocian como iguales, no se consideran ni una Polonia, ni
una Rumania, ni mucho menos una Eslovenia o un Kosovo. Pero estos sentimientos
interesan bien poco a los dirigentes comunitarios que permanentemente esgrimen
la superioridad cultural del modelo occidental imbuidos de una concepción
holística de los derechos fundamentales y las libertades públicas que, sin
embargo, solo es propia de las naciones avanzadas europeas. Esto en sí mismo no
es malo, pero cuando se negocia con grandes potencias es evidente que hay que
aplicar otros parámetros de relación, que son los basados en las políticas de
poder. Y en esto, sabemos que los dirigentes europeos no padecen de autismo
político: el ejemplo son las relaciones con la China popular comunista –y
aclaro “comunista” porque allí gobierna el Partico Comunista chino-, donde la
cláusula democrática basada en el respeto de los derechos civiles cede ante los
gigantescos intereses comerciales que ha otorgado la globalización como una
bendición para todos, como un maná que asegura el crecimiento económico a unos
y a otros. Pues bien, en medio de una renovada campaña en el extranjero para
mejorar la imagen de Turquía y manifestar su compromiso con el proyecto comunitario,
el Presidente Erdogan ya se hartó de la falta de lealtad de los socios europeos
y occidentales. El día 2 de octubre de 2017, en una dura intervención en el
parlamento turco, acusó a la UE de haberles “fallado en la lucha contra el
terrorismo”, sencillamente porque ve como en Europa se da refugio a miembros de
organizaciones terroristas kurdas y a golpistas gulenistas, al igual que en los
Estados Unidos, donde está refugiado su líder, Fethullah Gulen. A pesar de que
públicamente se mantienen abiertas las negociaciones y de que la posición turca
es la de avanzar definitivamente hacia la integración plena, el Presidente
Erdogan dijo que “para ser sincero, ya no necesitamos ser miembros de la Unión
Europea”. El siguiente paso es que tampoco les interese ser miembro de la
Alianza Atlántica, y esto no parece estar muy lejano, precisamente por el mismo
motivo. Mientras Ankara intenta acabar con las organizaciones separatistas
kurdas que aspiran a obtener una parte del territorio turco para su futuro
Estado –además de partes del norte de Siria, de Irak, con la celebración de un referéndum
de independencia reciente incluido, e incluso ciertas zonas de Irán-, éstos
obtienen el apoyo militar de los Estados Unidos y de otros miembros del Bloque
Occidental en Siria –asunto que Rusia no para de poner de manifiesto por boca
del portavoz del Ministerio de Defensa para Siria, el general Konashénkov-.
Parece entonces que el único socio fiable que le queda a Turquía es Rusia con
quien, precisamente, y con Irán, están tratando de resolver de una vez el
postconflicto civil sirio –con más claridad de miras que los gobiernos de la
denominada Coalición occidental-. Y también a Rusia es a quien se ha dirigido
para adquirir el nuevo sistema de defensa aérea S-400 de Almaz-Antey por 2.500
millones de dólares, según confirmó el propio Presidente Erdogan el 25 de julio
de 2017. En este caso, la respuesta del portavoz del Departamento de Defensa de
los Estados Unidos, capitán Jeff Davis, fue que “Turquía tendrá que dar
explicaciones por la elección de los sistemas rusos”. Pero como se encargó de
responder el Presidente Erdogan el mismo día del anuncio de la firma del
contrato: “cada país debe tomar las medidas para garantizar su seguridad. ¿Qué
lado puede asegurar estas medidas?, allí nos dirigiremos. Cuántas veces hemos
hablado con los Estados Unidos, pero no funcionó, por tanto, nos guste o no
comenzamos a hacer planes con las S-400.” Este hartazgo del Presidente Erdogan
se extiende a todas las instituciones occidentales. Así, el 13 de octubre de
2017, en medio del enfrentamiento diplomático con los Estados Unidos por la
suspensión de la emisión de visados, se quejaba amargamente de la hipocresía de
los países que dicen ser socios de Ankara: “en las reuniones cara a cara hacen
promesas y dan garantías, y a nuestras espaldas montan juegos sucios, que han adquirido una envergadura que
ya no pueden ocultar”, y acusó directamente a los Estados Unidos de mentir al
mundo entero. Lo que ocurre es que las relaciones entre ambos países están
ensombrecidas por la negativa de Washington a extraditar al clérigo Fethullah
Gulen, acusado de organizar el golpe militar del año pasado. El Presidente
Erdogan enfatizó en la comparecencia pública del 13 de octubre que “somos la
República de Turquía y tienen que aceptarlo. Si no lo hacen, entonces lo
siento, pero no los necesitamos”. Llegados a este punto, se plantean las cuestiones:
¿son conscientes los dirigentes europeos del protagonismo de Turquía en la
región? ¿Están teniendo en cuenta el papel que Turquía ha desempeñado en el
flanco sur de la OTAN? ¿Prefieren una Turquía aliada a Rusia o, peor, echada en
manos de China, que está adquiriendo una influencia creciente en Oriente Medio?"
(*) Las opiniones que se recogen en este artículo son responsabilidad exclusiva de su autor.
Referencia bibliográfica
completa: Pérez Gil, L.: “Turquía y las relaciones con el Bloque occidental”,
Columna de Opinión ANEPE, 17 de noviembre de 2017, disponible aquí.