Se acaba de anunciar uno de los contratos de defensa
más importantes de la década y, sin duda, el mayor contrato militar en la
historia del país convocante: Australia. El gobierno de este país ha otorgado a
los astilleros estatales franceses de la DCNS el contrato para la construcción
de una nueva flota de doce submarinos convencionales que sustituirán y completarán
a los actuales submarinos de la clase Collins. El proyecto francés denominado
Shortfin Barracuda tendrá propulsión diesel-eléctrica, desplazará 4.500
toneladas y medirá 97 metros de eslora. Según informan los medios generalistas
el importe de la operación asciende a unos 38.570 millones de dólares (50.000
millones de dólares australianos), esto viene a ser unos 3.214 millones de
dólares por unidad, lo que es absolutamente desproporcionado para un submarino
convencional de las características que se han hecho públicas –por comparar, el
nuevo submarino nuclear ruso lanzador de misiles de crucero proyecto 885M Kazan tendrá un coste de 2,700 millones
de dólares, de ahí la denominación en medios especializados de goldenfish-. La sorpresa, además, ha
sido doble porque se daba por seguro que la propuesta japonesa con un submarino
convencional AIP basado en la clase Soryu
actualmente en servicio en la Armada nipona saldría vencedora, tanto por
consideraciones técnicas, ya que se trata de submarinos de una extraordinaria
calidad y capacidades de combate ajustadas para un submarino convencional,
como, sobre todo, consecuencia del estrechamiento de las relaciones militares
entre los dos países en el seno de la alianza estratégica en el Pacífico
occidental que lideran los Estados Unidos en su política de contención a China.
Sin embargo, algunos analistas opinan que “las ventajas geoestratégicas que para
Australia hubiera tenido reforzar sus lazos con Japón no fueron suficientes
como para compensar las ventajas técnicas de la oferta francesa” –en ese
sentido Mark Thomson, analista del Australian Strategic Policy Institute-. El elemento
fundamental está en que la propuesta francesa contempla la construcción
integral de los doce submarinos en los astilleros australianos de Adelaida.
Como decía el Primer Ministro Malcom Turnbull: “serán fabricados en Australia,
con empleos australianos, con acero australiano, aquí mismo en donde estamos”.
Otra cosa es que los astilleros australianos tengan las capacidades para
acometer esa obra, y es bueno recordar lo que ha ocurrido con la construcción
de los buques de proyección estratégica de la clase Camberra y los destructores
antiaéreos de la clase Howard, ambos contratos otorgados a la empresa española Navantia.
Quizás por ello, la Ministra de Defensa australiana Marise Payne ha manifestado
que “los submarinos franceses tienen el mejor rendimiento de sensores, mejores
características para pasar desapercibidos, y un alcance y una resistencia
similar a los submarinos de la clase Collins (sic)”. Por su parte, el Primer
Ministro Turnbull declaró que “la recomendación del competitivo proceso de
evaluación del panel, del departamento de defensa, de los expertos que lo
supervisaron, fue que inequívocamente la oferta francesa representa las
capacidades que mejor pueden satisfacer las necesidades únicas de Australia.”,
lo que debe ser así indudablemente al precio que van a pagar por los nuevos
Shortfin Barracuda, a los que califica como “los buques más sofisticados que se
están construyendo en el mundo”.
Sobre la propuesta japonesa y el eventual impacto en las relaciones bilaterales, véase Kelly, T., Altmeyer, C. y Packham, C.: "How France sank Japan's $ 40 billion Australian submarine dream", Reuter News, 29 de abril de 2016, disponible aquí.
Sobre la propuesta japonesa y el eventual impacto en las relaciones bilaterales, véase Kelly, T., Altmeyer, C. y Packham, C.: "How France sank Japan's $ 40 billion Australian submarine dream", Reuter News, 29 de abril de 2016, disponible aquí.