REFLEXIONES SOBRE LA ESTABILIDAD ESTRATÉGICA EN UN MUNDO EN CAMBIO

Actualmente estamos debatiendo de forma incansable pero recurrente sobre la vigencia del régimen de estabilidad estratégica ante la voluntad decidida del gobierno americano de abandonar los acuerdos básicos en los que se fundamenta, como eran el Tratado de Sistemas Antimisiles (Tratado ABM) de 1972, el Tratado de Misiles de Alcance Intermedio (Tratado INF) de 1987 y el Tratado de Armas Estratégicas en su última versión denominado Nuevo START de 2010. Estos acuerdos entre los Estados Unidos y la Unión Soviética y, posteriormente, Rusia, sirvieron para crear un régimen explícito de seguridad dotado de un conjunto de normas, reglas, procedimientos y sistemas de adopción de decisiones entre las dos grandes potencias con la finalidad de evitar un enfrentamiento militar directo que, en términos estratégicos, se traduciría en una guerra nuclear total de proporciones incalculables. Este régimen de seguridad global, que tiene su fundamento en los Acuerdos de Moscú de 1972, ha funcionado porque ha mantenido la paz y la seguridad internacionales. Sin embargo, ahora nos encontramos en la etapa final de ese régimen y hablamos simple –y terriblemente– del fin del régimen de estabilidad estratégica. Por eso es importante entender qué significa este concepto y su importancia en los estudios estratégicos. Entendemos por estabilidad estratégica el equilibro de fuerzas dentro de la cual ninguna de las partes podría alcanzar una ventaja estratégica negándola a la otra parte, es decir, una situación en la que ninguna de las partes tendría un incentivo para un primer uso de armas nucleares porque no tiene la certeza de prevalecer en el enfrentamiento. Con esta definición es evidente que estabilidad estratégica y armas nucleares van de la mano. Esto es así porque el advenimiento en 1945 de la bomba atómica cambió la forma de hacer la guerra y la carrera entre los Estados Unidos y la Unión Soviética durante las primeras décadas de la Guerra Fría puso de manifiesto la brutalidad del nuevo invento: la posibilidad cierta, por primera vez, de poder destruir completamente la civilización humana, lo que en términos estratégicos se sintetizó en el concepto –luego doctrina– de la destrucción mutua asegurada (MAD por sus siglas en inglés). Para evitar este escenario terrible era preciso erigir un régimen de seguridad. Así que mientras ambas potencias seguían amontonando cada vez más ojivas nucleares y capacidades para alcanzar los objetivos (ICBM, SLBM, SSBN, ALCM, sistemas de guía satelitales) Moscú y Washington implementaron primero un régimen de carácter implícito y, posteriormente, con los Acuerdos de Moscú negociaron y establecieron un régimen de seguridad explícito. Su existencia permitió que cuando llegó el final de la Guerra Fría y el derrumbamiento de la Unión Soviética el sistema permaneciera estable sobre la base del reconocimiento de Rusia como potencia nuclear sucesoria y cogarante de statu quo. Esto era aceptado por ambas partes… al menos hasta ahora, porque en abril de 2010 los presidentes Medvedev y Obama firmaron en Praga el Nuevo Tratado START que ampliaba la vigencia de los anteriores tratados START de limitación de armas estratégicas reduciendo el número de ojivas estratégicas en ambos arsenales, así como los sistemas de lanzamiento. Como hemos seguido en el blog, desde su entrada en vigor, ambas grandes potencias han cumplido estrictamente las estipulaciones del tratado en cuanto a los sistemas de combate en servicio, su número, plazos y estipulaciones de información mutua. Pero al contrario que el Tratado INF que tenía una vigencia indefinida  –pero que finalizó el 2 de agosto de 2019 por la denuncia de las partes, como tratamos de forma monográfica–, el Nuevo START terminará el 5 de febrero de 2021, y si no se hace nada, es decir, si Moscú y Washington, no deciden ampliarlo o renovarlo, se habrá extinguido prácticamente el régimen explícito de seguridad global. De hecho, solo quedará el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que reúne al directorio mundial en sus cinco miembros permanentes, como barrera de contención frente a la guerra a gran escala. Pero también hemos visto como, cuando es necesario, se puede actuar al margen del mismo: los casos más evidentes con la guerra de Corea de 1950 a 1953, el ataque de la OTAN a Yugoslavia en 1999 o la segunda guerra de Irak en 2003. ¿Es posible que el sistema se destruya completamente? Puede que sí. No auguramos el caos, pero si un mundo más inestable porque supone retroceder a antes de 1972, al período previo a los Acuerdos de Moscú, con el agravante de que el sistema no consta de dos partes, sino de tres, porque ahora Washington incluye a China en la ecuación, a pesar de que esta nueva gran potencia rehúsa el encuentro. Y lo ha dicho claramente en el Libro Blanco de la Defensa publicado el 24 de julio de 2019: el país todavía no está preparado para combatir y ganar guerras; como ellos mismos establecen, esperan alcanzar esta capacidad en 2035. Pero los Estados Unidos no van a esperar a que llegue ese momento. Como hicieron con el Japón imperial restaurado las hostilidades se han iniciado con la denominada guerra comercial, la pugna por el control de las rutas marítimas –eufemísticamente denominado la libertad de los mares–, la competición por el acceso a los recursos naturales ­–básicamente petróleo, gas y materias primas–, la suma de nuevos aliados a la coalición antiimperialista ­–es decir, contra la nueva potencia revisionista usando términos morgenthaunianos– hasta llegar, finalmente, al enfrentamiento militar directo. Por ese motivo Washington no quiere tener atadas las ambos con acuerdos o tratados que puedan limitar su capacidad para desarrollar y poner en servicio cualquier tipo de sistemas de armas avanzadas tecnológicamente, incluidas las hipersónicas, los misiles de crucero de cualquier rango de alcance y las cargas nucleares de bajo rendimiento o baja potencia para poder llevar a cabo ataques decisivos contra instalaciones clave en cualquier momento y cualquier lugar­ –este es el fundamento estratégico del programa de desarrollo Prompt Global Strike, del que nos hemos ocupado en otro lugar–. Como conocemos el desenlace del Japón Imperial podemos augurar el final de la China comunista, porque no olvidemos un principio fundamental: las democracias solo son más pacíficas entre ellas. Cuando el enemigo es un adversario que tiene un sistema político o socioeconómico diferente no existen restricciones morales y se aplica la fuerza absoluta para alcanzar la victoria: este es el principio sobre el que se estableció la rendición incondicional de Alemania adoptado por los Aliados en la Conferencia de Casablanca en enero de 1943 a propuesta del presidente Roosevelt. Por eso son tan oportunos y se agradecen tanto los ensayos que explican y tratan de actualizar los conceptos básicos que manejamos, no por simple ejercicio de disquisición teórica sino porque su comprensión e implementación permite mantener la paz entre las grandes potencias. 
Este es el caso del reciente artículo titulado “Estabilidad estratégica en un mundo en cambio” del profesor ruso Dmitry Trenin, publicado en el número de julio/agosto de 2019 de la revista Política Exterior. Trenin dice que la competición entre grandes potencias ha reaparecido tras un paréntesis de veinticinco años y que en el futuro las armas nucleares probablemente no estarán controladas por tratados internacionales. Muestra, por tanto, un escenario sombrío para la paz. ¿Es posible reconducir la situación actual? Veamos que nos dice. Trenin comienza con una definición clásica de estabilidad estratégica como “la ausencia de incentivos para que un país nuclearizado lance un primer ataque nuclear” (p. 108) e inmediatamente advierte de que este concepto y las condiciones para que se dé “han mutado de manera fundamental” (p. 108). En consecuencia, lo primero que propone es definir “el concepto de estabilidad estratégica hoy” sobre la base de los siguientes puntos: la competición entre las grandes potencias ­–Estados Unidos, Rusia y también China–, el declive del control de armas, las nuevas tecnologías aplicadas a los sistemas de armas en un mundo con menos control ­–desde sistemas antimisiles, misiles guiados de precisión de largo alcance, armas nucleares de bajo rendimiento hasta armas cibernéticas–, una nueva percepción sobre el papel de las armas nucleares, los cambios en la doctrina estratégica –por ejemplo, China podría variar la política de no primer uso y Estados Unidos y Rusia volver a desplegar misiles balísticos en Europa–, la ampliación del concepto de estabilidad estratégica y la creación de mecanismos destinados a fortalecerla. Ante el escenario que se presenta de ruptura del régimen de estabilidad estratégica afirma que “las sociedades estadounidense y europeas, incluidas las élites políticas, han perdido, casi del todo, el saludable (sic) temor a una guerra nuclear” (p. 115). Hoy sabemos, por ejemplo, que Rusia puso en alerta máxima las Fuerzas Nucleares Estratégicas en 2014 durante la crisis de Ucrania, que terminó en la anexión de Crimea y el inicio de la rebelión separatista en las regiones orientales del país. Es preciso entender que para Rusia la posesión de su enorme arsenal nuclear es la clave de su capacidad para influir en las decisiones estratégicas de Washington. Y ante una amenaza de ataque nuclear Rusia respondería con una estrategia de lanzamiento de alerta, es decir, lanzaría todos sus misiles desde que tuviera conocimiento de que los misiles adversarios vuelan en hacia territorio ruso. Trenin insiste –en lo que estamos completamente de acuerdo– en que Moscú nunca ha aceptado la idea de guerra nuclear limitada, a pesar de las interpretaciones occidentales de una estrategia basada en la idea de “escalar y desescalar”, que no tiene apoyo ni en la política oficial de empleo de armas nucleares de Rusia ni en las declaraciones de los principales dirigentes políticos y militares sobre el uso de las armas nucleares. Para las élites política y militar rusas “es imposible acotar una guerra nuclear” (p. 116), por tanto, todo enfrentamiento con armas nucleares entre grandes potencias será siempre masivo. Trenin recoge las declaraciones recientes del presidente Putin cuando dijo el 18 de octubre de 2018: “nosotros, víctimas de una agresión, iremos al paraíso como mártires, pero ellos perecerán sin que les dé tiempo de arrepentirse de sus pecados”. La lógica de este pensamiento es lo que fundamenta el concepto de estabilidad estratégica de la Guerra Fría: si la guerra nuclear no se puede ganar, nunca se librará, que es la tesis que he defendido siempre el profesor Eladio Arroyo Lara, y se basa en la capacidad para infligir un daño de proporciones catastróficas a cualquier adversario “que ascenderá a millones de vidas y pérdidas que paralizarán la economía mundial” (p. 118). Trenin afirma, por tanto, que el mantenimiento de la estabilidad estratégica en la era actual exige una comunicación fluida y permanente entre los máximos responsables políticos, militares y jefes de inteligencia de los Estados Unidos, Rusia y China: “es imprescindible evitar una colisión militar directa entre los Estados Unidos y Rusia o los Estados Unidos y China” (p. 121). El temor reside en la existencia de un peligro de escalada incontrolable. En consecuencia, es absolutamente necesario conocer la doctrina estratégica de los otros, sus doctrinas militares y de uso de armas nucleares, así como sus programas de seguridad y defensa. Y aunque excluye la firma de acuerdos de control de armamento entre los Estados Unidos y China, considera que es  indispensable acordar medidas de transparencia, fortalecimiento de la confianza y creación de mecanismos de prevención de conflictos como se formalizó con la Unión Soviética en la Guerra Fría. De este modo, sería posible alcanzar un régimen explícito donde las tres grandes potencias se abstendrán de adoptar medidas que minen o subviertan la estabilidad estratégica y, en consecuencia, perjudiquen su propia seguridad. Precisamente esta es la clave para que las partes decidan mantener un régimen de estabilidad estratégica: que sirve a sus intereses nacionales. Trenin dice que para ello se necesita “voluntad política” y “sentido de la responsabilidad”, pero es complicado lograrlo en un mundo que carece de un Kennan, un Kissinger o un Nixon. Finalmente, recomienda que Moscú adopte la estrategia de segundo ataque o de contragolpe para intentar elevar el nivel en el que se decidiría el empleo de las armas nucleares, lo que traería estabilidad al sistema. Por tanto, se trata de una lectura muy recomendable y que abre espacios para reflexionar “en un mundo en cambio” plagado de incertidumbres. 

Referencia bibliográfica completa: Trenin, D.: “Estabilidad estratégica en un mundo en cambio”, Política Exterior (Madrid), núm. 190, julio/agosto de 2019, pp. 108-124. Disponible en el sitio web de la revista.

Nota biográfica del autor: Dmitry Trenin (Moscú, 1955), PhD. en Historia por el Instituto de Estudios de Estados Unidos y Canadá de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, sirvió durante veintiún años en las Fuerzas Armadas soviéticas alcanzando el grado de coronel, fue profesor del Departamento de Estudios de Guerra de Moscú de 1986 a 1993, profesor visitante en la Universidad Libre de Bruselas de 1993 a 1994 e investigador principal del Instituto de Europa de la Academia de Ciencias de Rusia de 1993 a 1997, se adhirió a la red de centros de investigación Carnagie en 1994, donde es director del Centro Carnagie de Moscú desde 2008, es miembro principal de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional de Washington, del Instituto de Estudios Estratégicos (IISS) de Londres, del Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia, de la Asociación de Estudios Internacionales de Rusia y de la Escuela de Estudios Políticos de Moscú y de la Real Academia Sueca de Ciencias Militares; es autor de innumerables ensayos sobre temas estratégicos. 

"En el pelo, en el pelo de tu sueño, 
fueron mis pensamientos enredándose"

2 comentarios:

  1. Muy buen artículo ��

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  2. Acabo de leerlo. Muy bueno, muy bien estructurado, complejo pero muy claro.

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