GRANDES POTENCIAS, PANDEMIA MUNDIAL Y CONTROL DIGITAL EN LAS SOCIEDADES AVANZADAS

Justo antes de la declaración de la pandemia mundial del covid-19 sintetizamos nuestras reflexiones teóricas sobre las perspectivas estratégicas del régimen internacional en la entrada UN MUNDO RESTAURADO de marzo de 2020. Ahí hablamos de grandes potencias, de regímenes de seguridad y de cambios en el sistema mundial para concluir que estamos a las puertas de un nuevo régimen internacional con nuevas reglas, normas y procedimientos de adopción de decisiones que traerán la paz y la seguridad. Pero también hablamos de las grandes incógnitas que se abren ante el cambio: si se producirá una gran guerra entre grandes potencias, fenómeno que es casi inevitable en la configuración de un nuevo régimen, si el mundo que surja, con guerra o sin ella, será un mundo globalizado o por el contrario compartimentado, y finalmente, si se mantendrá la democracia como la conocemos hasta ahora o será una víctima más en la lucha por el poder mundial. Posteriormente, hemos dedicado tres entradas en abril de 2020 a analizar los efectos políticos de la pandemia en la estructura internacional. En la primera, ¿DÓNDE ESTÁ EUROPEA?, hemos visto cómo la ausencia de liderazgo en el seno de las instituciones europeas y la carencia de una visión realmente comunitaria de la Unión Europea determinó rápidamente que cada uno de los Estados que la componen tomara sus propias medidas, sin coherencia ni coordinación con unas instituciones europeas que se vieron superadas por los acontecimientos y por las medidas nacionales. Ni las no pedidas disculpas de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyden, ni las más recientes declaraciones de la comisaria de Salud Stella Kyriakides, que pretenden hacer en la salida de la crisis lo que no supieron hacer ni pudieron hacer antes, resultan sumamente alarmantes, porque aspiran a concentrar más competencias, mientras que hemos visto que países como Italia o España quedaron literalmente a su suerte. Por eso hay que tener claro que en la lucha por mantener la democracia también existe un peligro por parte de las instituciones europeas, que con cada crisis o con cada evento grave tratan de ampliar sus competencias por si aportar soluciones a los problemas reales. Por tanto, desde la perspectiva de la gestión de esta crisis está claro que el Estado sigue siendo la estructura más adecuada para proteger la salud y el bienestar de los ciudadanos. Esto no significa, como pretenden algunos, querer o pretender “menos Europa”, sencillamente se trata de ser conscientes de las limitaciones de la estructura comunitaria, que no lo puede todo, y de su relación con los Estados miembros soberanos –aquí la apelación a Hobbes es inevitable–. Y por ello se ha vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre el proyecto común europeo, como enfatizó el primer ministro portugués Costa el 11 de abril de 2020 cuando habló de que es el momento “de la clarificación política en Europa” cuando no hay grandes líderes, inevitablemente los pequeños destacan. Pero tampoco hay que creer a pies juntillas en la santidad de los Estados: durante un espacio extremadamente corto de tiempo estamos asistiendo, inermes, a una ofensiva limitadora de las libertadas públicas, especialmente en el espacio cibernético, lo que lleva a plantearse si la democracia puede estar en peligro también por este lado. Cada vez se alzan más voces en este sentido, a pesar de que al principio se pretendió acallarlas, y la respuesta puede causar pavor, por lo que se debe estar atentos a los cambios que se implementen después de la crisis. Porque, precisamente, son los valores los que diferencian un bando, el mundo libre, del otro, el totalitario, y son los valores de la democracia, los derechos humanos y la libertad de mercado los que permitieron la expansión de la globalización, las redes sociales y la sociedad de la información. Esto enlaza con la entrada ¡QUÉ VIENEN LOS CHINOS! OTROS EJEMPLO DE LA FÁBULA DE PEDRO Y EL LOBO, donde estudiamos el impacto estratégico que puede tener la crisis del covid-19 en la relación entre las grandes potencias, singularmente entre el Bloque occidental encabezado por los Estados Unidos y China. Parece que las primeras están decididas a pedirle cuentas por el estallido de la pandemia mundial, la reiterada falta de transparencia de las políticas chinas en materias claves que afectan a la paz y a la seguridad y, en definitiva, la ausencia de democracia en la “primera fábrica del mundo”, algo que había sido tolerado hasta ahora. Es evidente que lo que subyace en este debate es la lucha por la hegemonía mundial y que los Estados Unidos no están dispuestos a dejarse arrebatar a manos del gigante asiático. Por eso hablamos de la inevitabilidad de la guerra. Finalmente, en la entrada UN DISCURSO PARA UNA NUEVA EUROPA QUE CHOCA FRONTALMENTE CON LA REALIDAD nos hemos ocupado del papel que puede desempeñar Europa en la reconfiguración del nuevo orden mundial. Son reflexiones de larga data que tienen su fundamento teórico en la doctrina realista de las Relaciones Internacionales. Pues bien, en estos días han aparecido tres ensayos que sirven para acotar de forma extraordinaria los temas planteados, y son documentos que destacan por su anticipación, claridad y extraordinaria solvencia académica. En primer lugar, el Dr. Iván Witker, profesor de Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos de Chile, analiza las repercusiones geopolíticas que tendrá el descubrimiento de la vacuna contra el covid-19, que califica de “hazaña prometeica”, y su impacto en la distribución del poder mundial postcrisis (El Líbero, 20 de abril de 2020). Para ello se apoya en la tesis de Kissinger de que esta epidemia ha iniciado el cambio hacia un nuevo orden mundial (en TheWall Street Journal,3 de abril de 2020). Sin embargo, sus efectos “no serán ni benevolentes ni menos equitativas”, estima que “intereses comerciales, aunque especialmente políticos, marcarán la nueva era post-vacuna”, por ello la carrera desaforada por obtenerla no responde a criterios estrictamente sanitarios sino a la búsqueda de “nuevas fuentes de autoridad y legitimidad en el plano internacional”. Por ello, emplea la expresión “cambio metamórfico”. En el nuevo orden mundial “lo desequilibrante no serán más las capacidades militares, sino de cuán dotadas estén de know how científico, el principal resorte del nuevo poder global”. En ese cambio se da por perdida la ilusión de la hiperglobalización, como consecuencia del “reforzamiento de las fronteras nacionales y los checkpoints (puertos, aeropuertos)” y el establecimiento de “la cibervigilancia en la cotidianeidad de las personas y también los países”, lo que califica de “algo sencillamente inaudito”. Segundo, el profesor Dr. Lorenzo Cotino Hueso, catedrático de la Universidad de Valencia, afirma que la inteligencia artificial y el big data han fallado estrepitosamente como mecanismos para adelantarse a la crisis, pero al mismo tiempo considera que son esenciales en la lucha contra la pandemia y en la búsqueda de la vacuna salvadora (IEEE, 23 de abril de 2020). Dice que “China exportó el covid-19 a todo el mundo”, pero teme que las medidas de control social y vigilancia biométrica que se están imponiendo no sean circunstanciales –justificadas “mientras dure la guerra”–, sino que estén para quedarse y que cuando nos demos cuenta ya será demasiado tarde. En consecuencia, aboga por el empleo de sistemas y aplicaciones no invasivas en la vida personal, que en todo caso preserven la privacidad y el anonimato y que establezcan períodos de caducidad de los datos. En tercer lugar, el coronel José Luis Calvo Albero, académico del Instituto Español de Estudios Estratégicos, plantea la pregunta crucial: “¿Puede el covid-19 cambiar el mundo?” (IEEE, 24 de abril de 2020). Afirma que ninguna pandemia ha afectado por sí misma a la distribución del poder establecido en cada período histórico que cita, aunque sí ha coadyubado a que el cambio se produzca. Nos parece particularmente lúcido el análisis que realiza sobre el papel de las organizaciones multilaterales, que ha sido prácticamente nulo, durante el desarrollo de la crisis del covid-19, la lucha de poder interior en Washington –tesis que sostiene desde hace tiempo el Dr. Manuel Medina, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid– y el mantenimiento de la hegemonía americana, planteamientos con los que estamos completamente de acuerdo. Finalmente, como en el caso de los colegas anteriores comentados, Calvo Albero incide en el impacto de los sistemas de localización permanente y vigilancia mediante datos biométricos en las libertades públicas y termina con una frase realmente aleccionadora, en la que expresa que “si algo nos enseña la historia es que al mundo no lo cambian las pandemias, sino los seres humanos”. Por consiguiente, se trata de ensayos de obligada lectura y reflexión, porque lo que está en juego en estos momentos es nuestra visión del mundo, de la democracia y de la libertad y cómo quedará reconfigurado el orden mundial después de la crisis.

UN DISCURSO PARA UNA NUEVA EUROPA QUE CHOCA FRONTALMENTE CON LA REALIDAD

El 7 de febrero de 2020 el presidente francés Emmanuelle Macron pronunció un discurso en la prestigiosa Escuela Militar de París en el que, en una parte de su intervención, se dirigió directamente a los socios europeos. De forma enfática pidió que los gobiernos europeos no fueran meros espectadores ante la carrera de armamentos que se puede desatar en Europa en breve plazo si, finalmente, los Estados Unidos y Rusia terminan deshaciéndose del último tratado de control de armas que permanece en vigor: el Tratado de Armas Estratégicas (Nuevo START), firmado en Praga el 8 de abril de 2010, y que finaliza el 5 de febrero de 2021. Si Moscú y Washington no entablan negociaciones serias e inmediatas parece que su extinción será la solución más probable. Entonces nos planteamos: ¿las grandes potencias no son conscientes de sus intereses de seguridad globales? En honor a la verdad hay que decir que Moscú ha reiterado su predisposición para extender por un período de cinco años el Tratado, lo que requiere una simple notificación entre ambos gobiernos, y está abierta a negociar un nuevo tratado sin “condiciones previas” –véase al respecto in extenso la entrada DIEZ AÑOS DEL TRATADO DE LIMITACIÓN DE ARMAS ESTRATÉGICAS: LA VISIÓN RUSA de abril de 2020–. Por este motivo el presidente Macron afirmó que “los europeos deben darse cuenta de que sin un marco legal pueden encontrarse rápidamente con un resurgimiento de la carrera de armamentos convencional o nuclear en su propio territorio”. Sin embargo, el presidente francés habló en su discurso de la “competencia global entre los Estados Unidos y China”, ¡y no Rusia! como si China significara algo en el régimen de estabilidad estratégica –o paridad y estabilidad estratégica, si tomamos la terminología rusa­–. Debemos recordar que los Acuerdos de Moscú de mayo de 1972 sentaron las bases de un bondadoso régimen de seguridad global entre las dos grandes potencias nucleares que ha perdurado hasta hoy y que ha logrado que no hubiera ningún enfrentamiento bélico entre ellas, que de forma inevitable hubiera desembocado en una guerra nuclear de consecuencias absolutamente catastróficas –para entender esta idea recomiendo la película “El día después” (Nicholas Meyer y Jason Robards, 1983)–. Por ello, es necesario, diríamos absolutamente imperioso, un nuevo acuerdo que mantenga la estabilidad porque las partes del sistema cambiaron: desapareció la Unión Soviética y emergió la Rusia extremadamente debilitada de Yeltsin. En ese momento, Washington podría haber actuado políticamente de dos maneras. Por un lado, haber dejado caer la estructura política postsoviética, absolutamente caótica, ineficiente y hundida económicamente, y haber potenciado la división territorial hasta el extremo, como hizo con Alemania en 1945 –la “gran oportunidad” perdida que han dicho algunos politólogos­–. O, por otro lado, reconocer el papel de Rusia en el “nuevo orden” mundial anunciado por el presidente Bush padre el 11 de septiembre de 1990 y llevarla al grupo de las potencias democráticas, que fue la política que finalmente sostuvo la exitosa presidencia de Clinton, con el arma más poderosa con la que han contado los Estados Unidos desde su fundación: la globalización asociada a la Doctrina del Destino Manifiesto como la “Nación indispensable”, en palabras de la secretaria de Estado Albright. Optar por esta segunda política hizo innecesario hacer cambios en el régimen internacional debido al advenimiento de la hegemonía americana. Pero el resurgimiento una década después de la Rusia de Putin –que funda su continuidad como potencia en el antiguo imperio zarista– coincidió con el nacimiento de la segunda gran potencia no europea del sistema internacional: la República Popular China, primero tímidamente como era propio de los dirigentes chinos inexpertos en política exterior, y ahora orgullosa y agresiva bajo las pautas rectoras del presidente Xi Jinping, en el poder desde marzo de 2013. Siguiendo el discurso del presidente Macron esto significa que el sistema de la posguerra fría –de la globalización o de la posmodernidad, como se le quiera llamar– es lo suficientemente complejo para que los europeos no puedan permitirse andar dubitativos, si es que quieren representar un papel importante en los asuntos mundiales, y no digamos si aspiran a formar parte del nuevo Directorio mundial ­–porque este es el término correcto–. No actuar significa quedarse fuera. Por eso, aquella declaración de Macron podría entenderse como dirigida “bienintencionadamente” hacia Moscú… si no fuera por la errática estrategia francesa post-Sarkozy hacia Rusia. No se oculta a nadie que, después de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, Francia queda como la única potencia europea con armas nucleares –“the only one”– y esto le da la fortaleza para renovar esa visión de sí misma como garante última de la seguridad europea y de los Estados que la conforman. Esta posición política francesa ya la tratamos ampliamente en el ensayo “Hacia la creación de un sistema europeo dedisuasión nuclear” de 2005, en pleno debate de la después fracasada Constitución Europea, por lo que el asunto no es nada nuevo. Macron dice que la capacidad nuclear francesa “refuerza la seguridad de Europa por el hecho de existir y que tiene una dimensión auténticamente europea”. Estas dos afirmaciones encadenadas no tienen parangón en el seno de la Unión Europea, de hecho, deben causar desazón entre los políticos bruselenses imbuidos de un discurso comunitario “buenista” que niega cualquier posibilidad de catástrofe global. Para continuar con este discurso, mantengamos esta última cuestión en suspenso por ahora. Pues bien, aunque Macron proclame que “Francia está convencida de que la seguridad de Europa a largo plazo pasa por una alianza fuerte con los Estados Unidos”, la visión estratégica francesa parte de la hipótesis de que los Estados Unidos no van a continuar garantizando la seguridad europea como en los tiempos de la Guerra Fría. Esto es así porque tienen que defender sus propios intereses de seguridad en la cuenca de Asia-Pacífico, cambio estratégico que puso en marcha el presidente Bush hijo y han seguido fielmente Obama y Trump. Macron continúa: “nuestra seguridad pasa también, inevitablemente, por una mayor capacidad de acción autónoma de los europeos”. Seguridad y decisión autónoma significa construcción de una defensa europea común que, para ser creíble, debe contener en su seno un sistema de disuasión nuclear propio, porque las armas nucleares existen dentro y fuera de la Unión Europea. Pero las que están dentro son francesas –si obviamos la existencia de cerca de un centenar de bombas atómicas americanas en cinco bases europeas– porque fue el presidente de Gaulle con su firme decisión política quien creó la fuerza nuclear y son los contribuyentes franceses los que pagan su sostenimiento. Pero para convertirlo en un sistema de disuasión común París debería congregar a todos los socios europeos en un proyecto político común que sentara las bases de una estrategia exterior, en todas las organizaciones internacionales y en todos los foros en los que participan. Las bases del liderazgo político francés están en su condición de miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y su derecho de veto que, desde su propia perspectiva, ejerce de forma “ejemplar” y presenta “un balance único en el mundo”. Porque sigue apostando por la paz y el multilateralismo, pero no descuida los fundamentos de una defensa basada en la posesión de las armas nucleares y una política de empleo de las mismas. Pero no es solo esto. El presidente Macron enfatizó, además, que Francia no firmará ningún tratado destinado a reducir su arsenal nuclear y anunció que continuará aumentando el presupuesto de defensa nacional –del que se destina el 12% anual al mantenimiento de la disuasión nuclear–. Quizás esto escuece en los oídos de algunos dirigentes europeos. Claro que también cabe otra posibilidad, y es que el presidente Macron acoja los principios políticos de la estratégica nuclear degaulliana de la Guerra Fría y quiera poner a Francia en una posición intermedia entre los gigantes nucleares, con la aspiración de actuar como moderador, contando para ello con los atributos de poder global que hemos examinado más arriba. De una u otra manera, París necesita el respaldo político del copartícipe del Directorio europeo, la poderosa, y al mismo tiempo dubitativa, Alemania. Es aquí donde entramos de lleno en la cuestión del liderazgo europeo, o más bien de la falta de liderazgo, que no parece que vaya a solucionarse a corto plazo –nuestra tesis de los testigos silenciosos está subyacente a lo largo de estas líneas–. Entonces, ¿sirven de algo estos discursos franceses? porque, hasta ahora, no han conseguido nada. Mientras tanto, las grandes potencias nucleares, los Estados, Rusia y China, avanzan cada vez más hacia políticas nacionales y a soluciones bilaterales en los asuntos internacionales. Veremos hasta cuándo y cómo. Inevitablemente este escenario estratégico recuerda al período de los años treinta en Europa y, desgraciadamente, la historia nos enseña que el directorio solo cambia después de una guerra entre grandes potencias y que las vencedoras dictan las nuevas reglas. Estamos a las puertas y muy probablemente sucederá.
 
El texto completo del discurso del presidente Macron está disponible en el sitio web oficial de la Presidencia Francesa, y también se puede seguir en el canal de la Ecole Militaire en Youtube (duración 1:14:26).  

¡QUÉ VIENEN LOS CHINOS! OTRO EJEMPLO DE LA FÁBULA DE PEDRO Y EL LOBO

En medio de la pandemia del COVID-19 o SARSCoV-2 que está azotando a todos los países del mundo con mayor o menor virulencia, la Administración Trump publica un documento en el que acusa a China de llevar a cabo actividades nucleares sospechosas. Esta declaración no es nueva, pero sirve para generar más alarma respecto a la gran potencia asiática y, de paso, traslada el foco de atención hacia otros asuntos. Pero, ¿realmente es cierta esta acusación? Porque de ser así, las consecuencias para el régimen de no proliferación nuclear serían gravísimas, en la línea de lo que venimos comentando en entradas y publicaciones anteriores en cuanto a la destrucción del régimen de control de armamentos que están realizando los Estados Unidos de forma sistemática. No olvidemos que ahora mismo el foco está puesto en la fecha final de vigencia del único acuerdo internacional de limitación de armamentos nucleares que permanece en vigor, el Tratado de Limitación de Armas Estratégicas (Nuevo START) firmado en Praga el 8 de abril de 2010. Y está claro que la actual Administración americana no está por la labor de continuar con el Tratado más allá de 2021, pero, no nos engañemos, una Administración encabezada por el partido contrario tampoco lo haría, porque existe un consenso en las elites dirigentes de Washington sobre la inoperancia de los tratados de desarme para garantizar la seguridad nacional, o mundial, que en el caso de los Estados Unidos viene a ser lo mismo. Porque si esto fuera así hace ya mucho tiempo que habrían ratificado el Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares de 10 de septiembre de 1996 (CTBT por sus siglas en inglés). Veamos por qué. El Departamento de Estado publicó el 14 de abril de 2020 el documento titulado “Executive Summary of findings on adherence and compliance with arms control, nonproliferation, and disarmament agreements and commitments” en el que afirma que durante el pasado año las autoridades chinas desarrollaron un elevado nivel de actividad en el polígono de pruebas nucleares de Lop Nur, situado al noroeste del país, que hace sospechar que estarían preparando la realización de algún tipo de prueba nuclear. Para ello, el Departamento de Estado se apoya en la “falta de transparencia” que demuestra China en materia nuclear, incluida la no transmisión de datos de radiación y actividad sísmica en cumplimiento de determinadas cláusulas del CTBT, tratado que no está en vigor, que todavía diecisiete Estados no lo han firmado y cincuenta y uno no lo han ratificado, incluidos los Estados Unidos -como se indica además al principio del citado documento-.  Básicamente el artículo 1 de este Tratado establece que “Cada Estado parte se compromete a no realizar ninguna explosión de ensayo de armas nucleares o cualquier otra explosión nuclear y a prohibir y prevenir cualquier explosión nuclear de esta índole en cualquier lugar sometido a su jurisdicción”. En efecto, los responsables de la política exterior americana están apelando al CTBT cuando, al mismo tiempo, rechazan activamente formar parte de dicho Tratado. “Cosas veredes”, dice un castizo refrán español. En realidad, lo que están diciendo es que China podría estar llevando a cabo estas actividades violando determinados compromisos internacionales. ¿Cuáles son éstos? Ciertamente, existe una moratoria de ensayos nucleares establecida mediante declaraciones unilaterales de las potencias nucleares legales -aquellas reconocidas como Estados nucleares por el Tratado de No Proliferación Nuclear de 1 de julio de 1968 (NPT por sus siglas en inglés)-, que se denomina estándar de “rendimiento cero”, es decir, de prohibición absoluta de pruebas nucleares de cualquier tipo, y que ha sido respetada hasta ahora por todas ellas. Por tanto, esta declaración de Washington no es sino un intento de aplicación de los dictados de la potencia imperial al resto de actores del sistema internacional. El problema es que bajo el liderazgo de Xi Jinping China ya no acepta las imposiciones de los Estados Unidos, como hemos estado viendo recientemente durante la etapa denominada erróneamente de “guerra comercial” -y hay que reconocer que el concepto ha calado hondo en el imaginario global-. Inmediatamente, el Ministerio de Asuntos Exteriores chino declaró que las acusaciones vertidas por el Departamento de Estado americano son falsas y que ni siquiera merecen ser refutadas. El funcionario Zhao Lijan manifestó que su país está cumpliendo con los compromisos de los tratados de control de armas, cosa que tampoco es cierta, porque hasta el presente China no forma parte de ningún tratado de control de armas nucleares ni tampoco los acepta, aunque su política nuclear se fundamenta en una “estrategia nuclear de autodefensa” de naturaleza exclusivamente disuasoria,  basada en la posesión de un arsenal “suficiente y efectivo”, una declaración de no primer uso de armas nucleares y otra declaración de no uso de armas nucleares contra Estados no nucleares o que se encuentren en zonas declaradas libres de armas nucleares -como puede ser América del Sur o la Antártida-. Por tanto, se trata de limitaciones autoimpuestas y no sometidas a ningún control internacional -véase la entrada DE VUELTAS CON EL ARSENAL NUNCLEAR DE CHINA: CUANDO LAS INVENCIONES RAYAN EL DISPARATE de febrero de 2020-. Pero, en el mismo documento también se dejan caer acusaciones extremadamente graves sobre el incumplimiento por parte de China de la Convención de Armas Biológicas de 10 de abril de 1972 (BWC por sus siglas en inglés), en vigor desde el 26 de marzo de 1975 y que fue el primer tratado internacional que prohibió una categoría completa de armamento. El Departamento de Estado afirma que “Durante el período que abarca el informe (2019), China realizó actividades biológicas con posibles aplicaciones de doble uso” y reitera que tiene conocimiento de que China tiene “un programa ofensivo de armas biológicas” que ha mantenido a pesar de su adhesión a la BWC hace treinta y cinco años. Pero en el documento también hay para Moscú. El Departamento de Estado afirma con rotundidad que Rusia “ha llevado a cabo experimentos relacionados con armas nucleares que han generado rendimiento nuclear” y, por tanto, no son consistentes con el estándar de "rendimiento cero" en vigor, a pesar de que inmediatamente después declara que no sabe cuántas pruebas supercríticas o autosuficientes llevó a cabo en 2019. Pero da más detalles y declara que las autoridades rusas estarían probando un diseño de “contenedor explosivo” que libera energía nuclear. Esto podría significar que se refiere al accidente radiológico ocurrido en Nenoksa, en el norte de la Rusia europea, el 8 de agosto de 2019 y que estaría relacionado con los ensayos del nuevo misil de crucero de propulsión nuclear denominado Burevestnik (SSC-X-9 Skyfall), una de las nuevas armas que anunció el presidente Vladimir Putin en el discurso a la Asamblea Federal el 1 de marzo de 2018 -véase la entrada EL PODER DOMINADOR DE LAS ARMAS NUCLEARES Y LA AMENAZA DE GUERRA de marzo de 2018-, como indica el mismo documento más adelante. Sin embargo, en el documento citado se afirma que Rusia tiene “la intención de llevar a cabo en un sitio de prueba un experimento subterráneo supercrítico (una reacción en cadena autosostenible) relacionado con armas nucleares, que dará como resultado una liberación de energía nuclear, independientemente de la magnitud de su rendimiento.” Sin embargo, Rusia, que renovó la moratoria de todo tipo de pruebas nucleares en 1996, mantiene silencio sobre estas declaraciones, al menos por ahora. Por tanto, el documento merece una lectura detenida y una reflexión.