Cinco días después del lanzamiento de un
cohete propulsor que puso en el espacio treinta y tres satélites espaciales que
analizamos en la entrada anterior, el 10 de julio de 2019 el Ministerio de
Defensa ruso anunció que las Fuerzas Espaciales (KO) habían llevado a cabo el
lanzamiento de un cohete Soyuz-2.1v equipado con una etapa superior Volga desde
el cosmódromo de Plesetsk que llevaba a bordo cuatro aparatos espaciales
destinados a "estudiar los efectos de factores naturales y artificiales
del espacio exterior en las naves espaciales de la agrupación de satélites
rusa". Poco después, el Ministerio de Defensa consiguió establecer
comunicaciones estables con los aparatos y asumió el control operacional de los
mismos, que recibieron las denominaciones estándar de Cosmos-2535 a 2538. Esta
declaración del Departamento de Comunicación del Ministerio de Defensa ruso en su sitio web oficial y el hecho de que no hubiera notificación previa del
lanzamiento como es habitual –de hecho, ni se comunicaron las habituales NOTAM
para la restricción de los vuelos comerciales en la zona–, indica que se trató
de un lanzamiento clandestino, que podría estar relacionado con el programa de
inspección espacial y vigilancia satelital de Rusia o programa Nivelir. Este
programa de "satélites inspectores" fue puesto en marcha secretamente
por el Ministerio de Defensa en junio de 2017 con el lanzamiento de los satélites Cosmos-2519 y 2521 y posteriormente con el Cosmos-2523 –ha habido una gran
confusión con la denominación de estos aparatos que posiblemente se hizo de
forma intencionada– que empezaron a maniobrar en órbita para simular una nave
espacial de inspección que recopilaba datos sobre los activos de vehículos
espaciales de una potencia extranjera. La existencia de este programa fue
reconocida oficialmente por el Ministro de Defensa, general Sergei Shoigú, el
23 de agosto de 2017 como comentamos en el blog en la entrada COHETES Y MÁS COHETES de diciembre de 2017. Estos aparatos espaciales se han diseñados y
puesto en órbita con la misión de acercarse a otros satélites u objetos
espaciales –por ejemplo, satélites fuera de servicio, restos de lanzamientos
anteriores o simplemente basura espacial–, pero aclarando que siempre que se
trate de objetos nacionales (sic), según precisó el propio Ministerio de
Defensa. Esta declaración quizás ha llevado más temor que certidumbre a los destinatarios
de la misma, que no son otros que otras potencias espaciales, como vimos con el
informe de la Asamblea Nacional francesa sobre capacidades espaciales
nacionales en la entrada FRANCIA Y LA MILITARIZACIÓN DEL ESPACIO de febrero de 2019. A la luz de
estos y otros desarrollos -los Estados Unidos están inmersos en un programa espacial secreto liderado por el programa X-37B– no cabe ninguna duda de que nos hallamos
inmersos en una auténtica carrera espacial que tiene dos objetivos: por un
lado, disponer de las capacidades necesarias para atacar y destruir sistemas
espaciales ajenos en caso de conflicto abierto y, por otro, mantener y asegurar
la supervivencia de los sistemas propios. Lo que cabe preguntarse es hasta qué
punto las grandes potencias consideran la integridad de su sistema espacial
como cassus belli en la escalada del conflicto, es decir, en qué punto de
degradación de los sistemas espaciales comenzarían a activarse los sistemas de
defensa estratégica. Porque tampoco nadie duda a estas alturas que la
existencia del Estado depende de la integridad de sus sistemas de
comunicaciones que, a su vez, están garantizadas por constelaciones de
satélites estacionados en el espacio. Es un tema complejo y que generará
grandes debates en los próximos años según se vaya acercando el momento del
enfrentamiento definitivo por la hegemonía.
Hasta tocar las estrellas...
Hasta tocar las estrellas...
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