SE CONSUMA EL ABANDONO DEL TRATADO INF

El viernes 1 de febrero de 2019 la Casablanca anunció la suspensión a partir del día siguiente del cumplimiento por parte de los Estados Unidos del Tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias firmado por el presidente Reagan y el premier Gorbachov el 8 de diciembre de 1987. Con este anuncio comenzó el plazo de seis meses previsto en el propio tratado para la retirada, que será definitiva al final del período “a menos que Rusia vuelva a cumplir sus normas y destruya todos los misiles, lanzadores y equipos asociados que lo están violando” ­–en referencia al misil de crucero Novator 9M729 (SSC-8 para la OTAN) para el sistema terrestre Iskander-M–, según precisa el comunicado oficial. Por tanto, lo que anticipamos en la entrada ¿INTERESA A LOS ESTADOS UNIDOS ABANDONAR EL TRATADO INF? de diciembre de 2018, se ha hecho realidad. Pero no se trata de un éxito predictivo, sino del mero cumplimiento de una política ya decidida de antemano por la Administración Trump basada en sus propios intereses de seguridad –que ya expusimos en LA NUEVA ESTRATEGIA DE SEGURIDAD NACIONAL Y LA POSTURA NUCLEAR DE LOS ESTADOS UNIDOS de febrero de 2018–. La respuesta de Moscú no se hizo esperar. De inmediato las autoridades rusas anunciaron públicamente que Rusia también procedería a suspender sus obligaciones en el marco del Tratado y denunciaron las reiteradas violaciones del Tratado por parte de los Estados Unidos, la más flagrante de todas el despliegue en tierra de los lanzadores de misiles del sistema Aegis Ashore en Deveselu (Rumanía) y próximamente en Polonia puesto que disponen de capacidad para disparar misiles de crucero, lo que está terminantemente prohibido por Tratado INF. Hay que recordar que se fue el primer tratado de desarme entre las dos grandes potencias que no solo prohibió sino eliminó toda una categoría de misiles balísticos: los de alcance entre 500 y 5.500 kilómetros, equipados tanto con ojivas convencionales como nucleares, con base en tierra. Pero, ¿responden estos intereses de seguridad que se alegan ahora al interés nacional de los Estados Unidos de mantener el régimen global de estabilidad estratégica? Para el presidente Putin, Washington “busca todo el tiempo pretextos para desmontar el sistema de seguridad existente”, poniendo en peligro la seguridad internacional, como la denuncia y posterior retirada del Tratado ABM en 2002. Por ello dio instrucciones a su gobierno de no iniciar nuevas negociaciones con los Estados Unidos hasta que “los socios americanos maduren para llevar un diálogo consistente y en igualdad de condiciones” que esté basado en los principios de bilateralidad y paridad, que son los fundamentos de los tratados de desarme vigentes. En un mundo cada vez más multipolar las dos grandes potencias abandonan de forma progresiva estos tratados que sirvieron para poner fin al enfrentamiento bipolar, pero, al mismo tiempo, los dirigentes de Washington vuelven a recurrir a un lenguaje propio de la Guerra Fría, como denuncian reiteradamente las autoridades rusas. La pregunta que se plantea entonces es: ¿quién es el enemigo al que hay que hacer frente? ¿Ante quién hay que estar preparado y armado con todos los sistemas y armas concebibles como establecen los documentos de seguridad nacional de la Administración Trump? Rusia es una de las partes del sistema de estabilidad estratégica y participa activamente en el régimen de no proliferación que sirve de fundamento para el mantenimiento del cuasi monopolio nuclear de las dos grandes potencias, su política exterior y su programa de modernización militar buscan restaurar su posición de gran potencia, pero no amenaza la hegemonía americana a escala global. Por su parte, China tiene aspiraciones de potencia global, está en camino de ello en términos económicos y el liderazgo político actual tiene un programa de política exterior para alcanzar una influencia global a largo plazo. A pesar del gigantesco programa de modernización militar que ha podido acometer gracias al crecimiento económico de las últimas décadas, su arsenal nuclear cumple hasta ahora una función meramente defensiva y está basado en una política de disuasión nuclear mínima -véase nuestro ensayo al respecto publicado recientemente en Escenarios Actuales en diciembre de 2018-. Desde Washington se alega que China está desarrollando nuevos sistemas misilísticos, incluidas armas hipersónicas, que suponen una amenaza directa para la seguridad de los Estados Unidos y sus fuerzas navales desplegadas en la región de Asia-Pacífico; según el testimonio del almirante Harry Harris en una comparecencia en el Congreso en 2017 China posee “la fuerza de misiles más grande y diversa de misiles del mundo, con un inventario de más de dos mil misiles balísticos y de crucero” –citado por Peter Brookes en “The INF Treaty-What it means for the US, Russia and China today” de enero de 2019–. Sin embargo, el examen de su programa nuclear indica que China no representa una amenaza directa e inminente para la seguridad de los Estados Unidos o de Rusia, pues ambos estarían en condiciones de realizar un primer ataque nuclear de consecuencias absolutamente catastróficas –y ya hubo intentos de concertación entre ambos durante la Guerra Fría en este sentido–. También se alega que China no forma parte del Tratado INF –de hecho, China no está limitada por ningún tratado de control de armamentos–, pero esto no es más que la constatación de una realidad preexistente: en 1987 China no significaba nada en materia de desarme global. Por tal motivo, la política nuclear china es extremadamente cauta y persigue objetivos no amenazadores. ¿Y qué hay de Corea del Norte o Irán? Parece bastante simplista apelar a los retos que plantean estos dos actores como justificación para terminar con el Tratado INF, recordemos que se trata de un tratado bilateral entre las dos grandes potencias nucleares, cuando se habla del mantenimiento o la ruptura del sistema de estabilidad estratégica global. Solo queda sobre la mesa la expectativa cierta de los dirigentes americanos de poder desarrollar libremente y sin ataduras políticas y legales avanzados sistemas misilísticos basados en las tecnologías de la hipervelocidad y las cargas nucleares de bajo rendimiento para su empleo táctico, el sueño de los teóricos de la guerra nuclear limitada. Como reconoció cándidamente la subsecretaria de Defensa Andrea Thompson el 6 de febrero de 2019: "Ahora el Departamento de Estado, podrá realizar las actividades de investigación y desarrollo prohibidas por el tratado INF". El argumento es que el mundo actual es muy inestable, hay grandes potencias que disputan la hegemonía americana y, por tanto, los Estados Unidos deben tener todas las opciones disponibles para hacer frente a las amenazas presentes y futuras, incluido el desarrollo y despliegue de cualquier tipo de armas que supongan una ventaja comparativa frente a un potencial adversario. Pero el resultado conseguido resulta ser más complejo: Rusia ha anunciado “una respuesta equivalente” frente a la decisión de los Estados Unidos, es decir, se pone manos a la obra para dotarse de todos los misiles supersónicos e hipersónicos con carga convencional y nuclear que pueda tener, ahora también basados en tierra. En realidad, ninguna de las dos grandes potencias nucleares, poseedoras del 92% del armamento nuclear existente en el mundo, acepta la vigencia del Tratado INF, es decir, rechazan las limitaciones al desarrollo de misiles de corto y medio alcance que consideran absolutamente necesarios para enfrentar amenazas inciertas. Esto supone la ruptura definitiva del régimen de estabilidad estratégica –porque ¿cómo se puede saber que un misil de estas características en vuelo supone una amenaza de ataque nuclear o no?– e incita a una nueva carrera de armamentos estratégicos, incluido el despliegue de armas en el espacio, con resultados potencialmente catastróficos para la seguridad internacional, precisamente lo que ambas partes, ingenuamente para ciudadanos, niegan. 

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