En el sistema
internacional globalizado posterior a la etapa de la hegemonía imperfecta se
suceden nuevas coaliciones de Estados que dejarían atónito al más afamado de
los internacionalistas clásicos. Desde las coaliciones ad hoc lideradas por las potencias occidentales en las guerras de
Afganistán, Irak o Libia, a las extrañas y llamativas combinaciones de
potencias regionales en las guerras civiles de Siria o Yemen, hasta las más
pacíficas conferencias de los BRICS, de la ASEAN o de los países ribereños del
Caspio, todas ellas se suceden a un ritmo casi frenético, al que imponen los
acontecimientos internacionales a golpe de titular de noticiero, de sitio web
de noticias o, más aceleradamente aún, de los que crean trending topics en tal o cual red social. De este modo, los
gobiernos se ven compelidos a reaccionar ante cualquier evento, a tomar una
“posición decisiva” ante cada acontecimiento y, por supuesto, a reunirse en
cumbres o conferencias internacionales que son de dudosa o nula eficacia,
incluso cuando participan alguna o algunas de las grandes potencias. Porque, no
nos engañemos, ¿cuáles son las
conferencias que funcionan? Aquellas en las que participan y acuerdan las
grandes potencias del sistema internacional, singularmente cuando se conciertan
en el seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ya que, por mandato
del artículo 25 de la Carta, el resto de los Estados están obligados a cumplir
las resoluciones del Consejo en lo que atañe a la paz y a la seguridad
internacionales, esto es, el Directorio mundial, a veces tan útil y otras
parece que tan superfluo. Porque como las decisiones exigen la unanimidad de
los miembros permanentes -o al menos el voto no negativo de cualquier de ellos,
porque el resto, los miembros no permanentes, no cuentan- solo cabe el acuerdo
en los asuntos de procedimiento, en los que no se juegan sus intereses
nacionales, y, paradójicamente, en los de extrema gravedad, aquellos en los que
las partes del sistema consideran que se puede poner el peligro el
mantenimiento del régimen internacional. En los demás casos no aprueban nada
cuando a alguno de los miembros permanentes no le interesa, y se dejará a
conferencias y organizaciones internacionales la resolución de los mismos por mecanismos
que van desde los buenos oficios y la diplomacia preventiva hasta el uso de la
fuerza en violación de la Carta de las Naciones Unidas, como ocurrió con la
guerra de Yugoslavia en 1999, la invasión de Irak en 2003 o la reintegración de
Crimea en 2014. Un ejemplo reciente de conferencia
internacional para tratar de resolver un conflicto es la que reunió a Rusia, Turquía, Alemania y Francia
en Estambul el 29 de octubre de 2018. Visto que las Naciones Unidas no
pueden decidir un asunto por el derecho de veto de quienes realmente mandan, se
reúnen los implicados más otros países añadidos para hacer bulto y procuran llegar
a conclusiones asumibles por el Consejo que, si es preciso, lo someterán a
votación y posiblemente salga adelante. Lo normal es que algún miembro
permanente se abstenga, como Gran Bretaña y los Estados Unidos en este caso, y
eso no impide una votación afirmativa. Por eso, los dirigentes de aquellas potencias
se reunieron para acordar los mecanismos de transición política en Siria
después de la guerra -esto es, cuando las organizaciones terroristas y rebeldes
hayan sido derrotadas o hayan abandonado el país por los buenos oficios de una
o varias potencias extranjeras-, tarea que encomiendan a un comité
constitucional en Ginebra que debe preparar el modelo de transición política en
Siria, por supuesto sin excluir a nadie, es decir, al presidente Assad, como
dejó muy claro de antemano Rusia y han terminado aceptando los líderes
occidentales. El principio fundamental aceptado es el de mantener la unidad del
país árabe, ya que singularmente Turquía no está dispuesta a admitir la existencia
de ningún pseudoprotectorado kurdo tutelado por Occidente en Siria o en Irak y,
de hecho, esta oposición absoluta fue el desencadenante de la intervención
militar turca en el noroeste de Siria en enero de 2018 como reacción a la
creación de la YPD por los Estados Unidos. La presencia turca se mantiene hasta
ahora con los acuerdos con Rusia de 17 de septiembre de 2018, que incluyen un
área desmilitarizada en Idlib que realmente a nadie interesa, pero que concede el
tiempo necesario para que se puedan sacar del territorio sirio a los aliados de
cada uno de los bandos que han participado en la guerra. Por eso el presidente
Putin decía: “a pesar de que el nivel de violencia en Siria se ha reducido
significativamente, la eliminación de todos los elementos radicales acumulados
sigue siendo una tarea importante. No debemos permitir que los bandidos que han
recibido experiencia en combate continúen las actividades criminales, creen
células dormidas en nuestros países, recluten partidarios y prediquen la
ideología extremista y el terror.” Por supuesto Rusia “se reserva el derecho de
brindar apoyo efectivo a las acciones decisivas del gobierno sirio para
eliminar este foco de amenaza terrorista.” Por su parte, Macron y Merkel
consiguieron que se organice una segunda conferencia para resolver el problema
de los refugiados sirios, que es lo que realmente les interesa. Más allá, como
dijo el presidente Putin, es “el propio pueblo sirio [el que] debe determinar
el destino de su propio país”, sabiendo perfectamente que el destino lo va a
determinar Rusia. Así es la política internacional: el uso de palabras sabidas
y recomendadas a las que estamos acostumbrados y que nunca quieren decir lo que
dicen. Quizás por ello, el 29 de octubre de 2018 el gobierno ruso nombró como
nuevo embajador en Siria a Alexander Efimov, actual embajador ante los Emiratos
Árabes. Será un gran triunfo de Rusia en una posición clave en Oriente Medio y
una reafirmación de autoridad.
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Estimado colega Luis, no puedo si no estar más de acuerdo con estas reflexiones "realistas" del Sistema Internacional, el cual presenta su versión más débil a la hora de abordar los intereses comunes v/s particulares de cada Estado. Felicitaciones y saludos
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