El 2 de octubre de
2018 corrió la noticia de que la embajadora de los Estados Unidos en la OTAN, Kay
Bailey Hutchison, había declarado que Rusia debía detener el desarrollo
encubierto de misiles de crucero prohibidos o los Estados Unidos intentarían
destruirlos antes de que comenzaran a operar. El titular de prensa era
elocuente: “Los Estados Unidos destruirán las ojivas rusas prohibidas si fuera
necesario”, aunque se afirmaba a continuación que Washington seguía
comprometido con la búsqueda de una solución diplomática (véase en Reuters, 2 de octubre de 2018). Poco después la
embajadora Hutchison escribió un tuit -Twitter es el oráculo de la “Nueva
Era”- en el que afirmaba que cuando dijo esas palabras no pensaba en un ataque
preventivo contra Rusia, a pesar de que amenazó con destruir los sistemas de
misiles de crucero rusos -como si esto fuera posible-, cuyo desarrollo han
denunciado reiteradamente los funcionarios americanos por constituir una violación
del Tratado de Misiles de Alcance Medio (INF) de 8 de diciembre de 1987 -texto disponible aquí-. En concreto, en
la prohibición que establece el tratado de que las partes puedan desarrollar, disponer
y desplegar misiles balísticos terrestres con un alcance entre 500 y 5.500
kilómetros. Es más, la señora Hutchison afirmó que lo que deseaba decir era que
“Rusia tiene que volver a cumplir con el INF o tendremos que igualar sus
capacidades para proteger los intereses de los Estados Unidos y la OTAN”. Precisamente
de lo que acusan a su vez los altos funcionarios de Moscú. Pero realmente lo
que dijo la señora Hutchison es que “en ese momento, estaríamos contemplando la
capacidad de acabar con un misil que podría golpear a cualquiera de nuestros
países”. Como decimos en español castizo, ahí queda eso. Pero, como las
desgracias no vienen solas, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg,
se sumó para aclarar que “continuamos preocupados con el insuficiente
cumplimiento por parte de Rusia de sus compromisos internacionales, incluyendo
el Tratado INF”, y que “tras varios años de negativas, Rusia reconoció la
existencia de un nuevo sistema de misiles llamado 9M729; Rusia no ha dado
respuestas convincentes sobre este nuevo misil” (declaraciones que recoge Sputnik, 2 de octubre de 2018) -sobre la manera de expresar
sus ideas el secretario de la Alianza, véase la entrada EL LENGUAJE DE GUERRA FRÍA DE STOLTENBERG, de octubre de 2015-. Hay que aclarar que el misil 9M729
(SSC-8) -que es un desarrollo terrestre del misil embarcado 3M14 Kalibr
(SS-N-30A) probado reiteradamente en la guerra de Siria- es el último misil
incorporado al sistema de misiles de corto alcance con capacidad nuclear Iskander-M,
del que Rusia tiene desplegadas doce brigadas por todo el territorio nacional,
incluida una en la región de Kaliningrado, y que fue probado en un lanzamiento
real durante los ejercicios Zapad-2017 en septiembre de 2017, precisamente en
el Distrito Militar Occidental de Rusia. Ya el presidente de la Comisión de
Defensa de la Duma rusa, Vladimir Shamanov, declaró en octubre de 2016 que el
despliegue del sistema Iskander-M en Kaliningrado era una respuesta a la
amenaza potencial que suponen para Rusia la instalación de sistemas de defensa
antimisiles americanos en Europa, en concreto en Polonia y Rumanía, antiguos
aliados del Bloque soviético y hoy leales miembros de la Alianza Atlántica (declaraciones en Lenta.ru, 15 de octubre de 2016). Como
no podía ser de otra manera, desde el otro lado han negado reiteradamente estas
acusaciones diciendo que no hay nada de desarrollos de misiles que violen el
INF (por ejemplo, las recientes declaraciones del viceministro de Defensa, general Alexander Fomín, en Sputnik, 14 de agosto de 2018) a pesar de que en Siria los Kalibr vuelan desde todas partes para destruir
objetivos terroristas: desde el Mediterráneo, lanzados por buques de superficie
o submarinos, y desde el mar Caspio, lo que sirvió para confirmar en octubre de
2015 que su alcance era muy superior al estimado por los analistas occidentales
y que hoy se considera próximo a los 2.500 kilómetros. Así, que la respuesta
rusa a las declaraciones de Hutchison y de Stoltenberg vino de la mano de la
portavoz del Ministerio de Exteriores, María Zakhárova que, como siempre, no se
mordió la lengua: “parece que las personas que realizan este tipo de
declaraciones no se dan cuenta del nivel de su responsabilidad y del peligro de
la retórica agresiva”(declaraciones que se recogen en RT, 2 de octubre de 2018). Y, en efecto, resulta llamativo cómo altos responsables
de la política exterior y de seguridad de algunos países -o más bien, de los
países más importantes- juegan con conceptos que son realmente peligrosos: en
este caso, el de la guerra preventiva, como si se pudiera ganar una guerra de
este tipo contra una superpotencia nuclear. Como hemos dicho en otro lugar, a
principios de los años sesenta los planificadores occidentales plantearon la
posibilidad teórica de una guerra nuclear limitada entre grandes potencias,
desarrollos que se plasmaron más adelante en la Estrategia de Respuesta
Flexible adoptada por la Alianza Atlántica en 1968. Los dirigentes políticos y
militares occidentales consideraron que si un agresor tiene motivos para pensar
que un ataque puede provocar una respuesta nuclear que contenga un peligro de
escalada incontrolable se vuelve imposible estimar de antemano el coste de la
devastación que podría suceder, lo que se define como la probabilidad de sufrir
un daño inaceptable. Sin embargo, en 1980 la Administración Carter adoptó la
estrategia de contrapeso que estableció planes para librar y ganar una guerra
nuclear de forma políticamente aceptable. En este contexto se planteó la
posibilidad de la guerra nuclear limitada que, en un enfrentamiento entre
grandes potencias, exige la autorrestricción del poder político de no escalar
en el conflicto militar. Desde un punto de vista técnico, una guerra de este
tipo solo sería posible con cargas de baja potencia -las denominadas
mini-nukes-, lo que, en consecuencia, excluye el uso de ojivas termonucleares.
Sin embargo, la mayoría de los teóricos han considerado que el mundo está más
seguro si los líderes políticos mantienen el convencimiento de que un
intercambio nuclear nunca puede ser limitado y este convencimiento refuerza la
disuasión. Por ello, sabiamente los analistas soviéticos nunca contemplaron la
opción de una guerra nuclear limitada o controlada, esto es, iniciado el
intercambio nuclear se aplicaría el masivo poder de combate hasta lograr la
victoria. Sin embargo, como vemos, en el nuevo período de paz armada en el que nos
encontramos los Estados Unidos, Gran Bretaña y Rusia siguen coqueteando con la
idea de atacar objetivos no estratégicos con armas nucleares de baja potencia y
ahora también la posibilidad de atacar objetivos estratégicos con misiles
balísticos y de crucero equipados con cargas no nucleares de gran potencia -véase la entrada reciente EL PODER DOMINADOR DE LAS ARMAS NUCLEARES Y LA AMENAZA DE LA GUERRA-, lo
que complica extraordinariamente el funcionamiento de la disuasión y, por
tanto, pone en grave peligro la seguridad mundial dejándonos al albur de una
apreciación errónea de una acción del adversario que active los mecanismos para
la destrucción total. ¿Realmente hemos de pensar en una nueva guerra?
Naturalmente que sí. No solo porque existen tres grandes potencias nucleares
con sus intereses estratégicos propios, sino porque la guerra, que es la
esencia de la existencia de comunidades humanas organizadas en función de unas
estrategias y unos fines propios, forma parte del "ser" de esas
comunidades. La violencia como causa de muerte, siempre ha sido un elemento
propio del ser humano y la escalada en sus grados la hemos observado a través
del perfeccionamiento tecnológico hasta llegar al punto de no retorno: la
guerra nuclear total. Siempre hemos pensado que la existencia del átomo y de la
guerra nuclear son el límite racional de la violencia. Pensamos que nadie puede
condenar racionalmente a cientos de miles o millones de personas a una
destrucción absoluta y, muy especialmente, a una degradación irreversible del
medio en el que vive el ser humano. Ese es el límite racional, un límite
absoluto a las guerras de toda clase: el que tuviese armas nucleares estaría a
salvo, luego la paz era necesaria y posible. Pero ¿tal cosa es cierta o es una
invención de una categoría de pensamiento, la que afirma "eso no puede
ser"? Ahora surge la duda de que, pese a todo, incluida la destrucción del
planeta, es posible arriesgarse a un combate a muerte -tan propio de la
naturaleza humana por otra parte- siempre que una comunidad humana, sola o
aliada con otras, combata en la hora final y puedan, algunos de su estirpe,
sobrevivir de alguna manera en un mundo muerto.
TA...
TA...
Del asunto que plantea hemos hablado mas de una vez y siempre con las mismas conclusiones. La guerra nuclear, la que emplea armamento atómico, es por definicion irrestricta. Eso es realmente peligroso en tanto depende de la evaluacion que el otro haga de la naturaleza de las armas empleadas. pueden ser armas de enorme potencia no nucleares, incluso nucleares de baja potencia, pero todo depende de lo que piense sobre el particular el que sufre un ataque de esta naturaleza. Y el pensamiento es siempre subjetivo.
ResponderEliminarMuy buena la frase final..."y puedan, algunos de su estirpe, sobrevivir en un mundo muerto."
ResponderEliminarInteresantes reflexiones estimado Luis, lo lamentable es que coincido con el "blogero" anterior, destacando lo que se establece: "Ahora surge la duda de que, pese a todo, incluida la destrucción del planeta, es posible arriesgarse a un combate a muerte -tan propio de la naturaleza humana", y dónde queda la disuasión? Creo que solo en lo convencional.
ResponderEliminar