«TECNOLOGÍA Y ECONOMÍA DE GUERRA EN EL CONFLICTO UCRANIANO: ANÁLISIS DEL ESFUERZO BÉLICO RUSO»

Este es el título del artículo más reciente publicado en el número 24 de la Revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), en el que he tenido el honor de compartir autoría con el joven y prometedor historiador Daniel Saurín Martínez, máster en Historia Militar por el Instituto Universitario general Gutiérrez Mellado, de Madrid. El ensayo está dedicado a analizar cómo, en el contexto de la guerra en Ucrania, los contendientes necesitan movilizar los recursos de sus respectivos países para sostener un conflicto a gran escala. Hoy en día, tras más de tres años de guerra de desgaste, Rusia se está mostrando como una potencia resiliente y decidida frente al desafío militar planteado por Ucrania con el apoyo de Occidente. Las autoridades rusas activaron una serie de cambios a nivel orgánico y operacional para preparar a las fuerzas terrestres rusas para un conflicto prolongado. Además, adaptaron su economía, recursos e industria para superar las restricciones provocadas por las sanciones masivas occidentales y avanzar en su esfuerzo de guerra para alcanzar sus objetivos estratégicos. En el documento tratamos de demostrar que existe una clara correlación entre las adaptaciones operacionales, la tecnología y la economía de guerra. Asimismo, analizamos el impacto que han tenido en el campo de batalla los cambios que se han aplicado en los ámbitos económico y militar así como su estrecha interconexión para el éxito del esfuerzo bélico. El análisis se estructura en una breve introducción, cinco epígrafes en los que se examinan los fundamentos históricos de la doctrina rusa, los cambios introducidos con la reforma militar rusa de 2010,  desafíos actuales del frente ruso-ucraniano, la movilización y ampliación de las Fuerzas Armadas rusas y la capacidad para sostener una guerra a gran escala. Las conclusiones finales se resumen en que la tecnología está generando de nuevo un cambio en la forma de hacer la guerra en un escenario en el que parece imponerse la defensiva sobre la ofensiva, como ocurrió en varias ocasiones a lo largo del siglo XX, sin embargo, serán incapaces de generar un cambio operacional a menos que planteen soluciones tácticas nuevas que permitan romper la ausencia de movilidad del frente. De este modo, economía, tecnología y forma de combatir se interrelacionan de forma estrecha en una solución que puede tener unos resultados diversos en función de los cambios que se produzcan en cualquiera de esas variables. Se acompaña una bibliografía final de referencia para estudiantes y analistas del conflicto. 

Referencia bibliográfica completa: Pérez Gil, L. y Saurín Martínez, D.: «Tecnología y economía de guerra en el conflicto ucraniano: análisis del esfuerzo bélico ruso», Revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos núm. 24, 2025, pp. 161-181, en https://revista.ieee.es/article/view/7165/9048 

Versión en inglés disponible aquí

El número completo se puede descargar aquí.  

Big Bad Voodoo Daddy: “Mr. Pinstripe Suit”.

PUTIN, TRUMP Y LAS LECCIONES DE LA CUMBRE DE ALASKA SOBRE LA VIGENCIA DE LA POLÍTICA DEL PODER

Del 15 al 16 de agosto de 2025 los presidentes de los Estados Unidos, Donald Trump, y de Rusia, Vladimir Putin, celebraron una cumbre bilateral en Anchorage (Alaska), con el objetivo de resolver el conflicto de Ucrania. Es preciso señalar de antemano que se trata de la primera reunión entre los presidentes en el segundo mandato de Trump (tomó posesión el 20 de enero de 2025) y también la primera entre los gobernantes de las dos grandes potencias desde el inicio de la guerra de Ucrania. Aparte de la parafernalia propia del evento, realzada con tintes militaristas por la parte estadounidense, y de que se hayan alcanzado o no acuerdos explícitos para resolver el conflicto ucraniano, el encuentro puso de manifiesto algunas lecciones que merecen ser analizadas. La primera de ellas es la reivindicación de la política de poder y también de la regla de la tendencia inexorable al equilibrio que caracteriza a los sistemas bipolar y multipolares en sus diferentes combinaciones, en cómo las grandes potencias llegan a acuerdos para ordenar el sistema internacional, cómo establecen reglas que se imponen a los demás y cómo la vigencia de dichos acuerdos pretende garantizar la paz y la seguridad durante un largo período de tiempo. La segunda es que, precisamente, las grandes potencias continúan siendo las que ostentan el poder y la influencia para organizar la estructura internacional. A pesar de los discursos institucionalistas y de los avances de la sociedad internacional en cuanto a su capacidad de organización, son los Estados con su capacidad de autorregulación los que ejercen de forma decisiva esas funciones en la sociedad internacional. Hasta ahora, ninguna organización internacional ha salido a la palestra para convocar una cumbre de dirigentes que pudiera poner fin a la guerra en Ucrania, a la guerra en Gaza, al enfrentamiento entre Irán e Israel por el programa nuclear, a las veleidades catastrofistas del régimen norcoreano o a la misma situación de inestabilidad que arrastra Oriente Medio durante décadas por poner solo los ejemplos más próximos. Son los Estados en su configuración de grandes potencias, potencias regionales y potencias medias las que ordenan sus diferentes ámbitos de influencia a través del ejercicio del poder, las más de la veces de forma benévola, mediante acuerdos, cooperación y atracción de socios y aliados y, cuando es necesario, a través del uso de la fuerza. Esto se observa en la ausencia de cualquier tipo organización en la cumbre de Alaska, la más significada de todas ellas la Unión Europea, que desde febrero de 2022 ha pretendido ejercer un papel protagonista en el conflicto, pero sin tener capacidad para ello, porque como dijo Jacques Baud recientemente “Europa no tiene una posición, tiene una narrativa”. Pero, no; con discursos y declaraciones no se solucionan las crisis o los conflictos, sino que se logra a través de la negociación o el uso de la fuerza, como enseña reiteradamente la historia de las relaciones internacionales. Aquellos enfoques que proclaman que son las sensaciones, las expresiones de voluntad y las declaraciones grandilocuentes las que explican el comportamientos de los actores son inútiles, porque no permiten explicar la realidad internacional. La tercera lección tiene que ver con el papel que se asignó a Rusia en el sistema internacional globalizado. Después del hundimiento de la Unión Soviética quedó una Federación Rusa independiente, que no era más que la sombra de la anterior. Pero, como también enseña la historia y confirma la teoría de las Relaciones Internacionales el poder no permanece invariable y Rusia contaba con algunos elementos significativos para ejercer poder e influencia, tanto a nivel mundial como regional. El primero es patente a poco que se observe un mapa: después de dividirse en quince Estados continuaba siendo el país más grande de la tierra, lo que le asegura la posesión de inmensos recursos naturales de todo tipo, cada vez más necesarios según avanza el desarrollo de las sociedades posmodernas. Este factor no solo se obvio, sino que se despreció, calificándola como una mera “gasolinera mundial”. El segundo era la posesión de un inmenso arsenal nuclear heredado de la época soviética, que aseguraba la inmunidad del nuevo Estado frente a la agresión de una gran potencia a través del mantenimiento de la vigencia de la estrategia de la destrucción mutua asegurada (MAD). Esto fue reconocido por los Estados Unidos mediante la firma de un conjunto de acuerdos de control de armas que se plasmaron en el régimen de estabilidad estratégica, que se mantiene vigente hasta hoy. El tercer elemento es su condición de miembro del Consejo de Seguridad de la ONU (el directorio mundial) que, con su derecho de veto, le convierte en uno de los creadores de las normas internacionales. Este poder no ha sido discutido en ningún momento por los otros cuatro miembros del Consejo de Seguridad, donde tres son occidentales (los Estados Unidos, Francia y Reino Unido), incluso en medio de la aprobación de sanciones masivas desde febrero de 2022 como respuesta a la agresión rusa contra Ucrania. Esto es así porque existe un consenso fundamental entre los cinco miembros permanentes en el mantenimiento del sistema porque, a pesar de las crisis y los conflictos, les beneficia porque avala su poder y mantiene el statu quo. Entonces, parece claro que  no se podía aislar a Rusia. La cuarta lección, como señalamos más arriba, es que son las grandes potencias las que alcanzan acuerdos entre ellas para mantener la vigencia del sistema o para transformarlo con el objetivo de mantener su poder. Y lo hacen por aplicación de su propio poder, es decir, no tienen que pedir autorización ni requieren de un consenso más allá de los miembros del directorio, y el resto se someten a sus decisiones de forma voluntaria o se exponen a sufrir su aplicación de firma violenta. Es lo que ocurre en el caso del conflicto de Ucrania. ¿A alguien se le ocurrió que la opinión de ese país o de sus dirigentes era importante para poner fin a un conflicto que ha sido calificado por los principales expertos como una guerra por delegación (proxy war)? Esta cuestión no solo es contraintuitiva sino que, además va contra la historia y la teoría de las Relaciones Internacionales. Y aquí está la quinta lección: podemos escribir grandes textos que describan un mundo de paz y seguridad mundial para todos, podemos hablar de igualdad entre los países y de los avances de las organizaciones internacionales, pero cuando llegan las crisis estas teorías se deshacen como azucarillos porque son incapaces de explicar no solo los factores que mueven el conflicto, sino lo que es más grave, carecen de las herramientas teóricas para ponerles fin, alcanzar acuerdos y lograr la paz. Entonces, una teoría que no permite explicar los hechos, no sirve, debe de ser abandonada porque los hechos no pueden cambiarse. Por tanto, la cumbre de Alaska entre Trump y Putin supone una reivindicación de la vigencia del aforismo hobbesiano que definió la expresión del poder máximo: “non est supra terram quae comparatur”.  

The Rolling Stones: “Angry”.

PUTIN, LA ENTREGA DEL 8º SSBN BOREY Y EL FUTURO DE LAS FUERZAS SUBMARINAS

El 24 de julio de 2025 el presidente ruso, Vladimir Putin, viajó a la ciudad portuaria de Severodvinsk, en el norte de la Rusia europea, donde participó en dos eventos de gran importancia para el futuro de la Marina rusa. En el primero, presidió una reunión gubernamental sobre la estrategia de desarrollo de las fuerzas submarinas a la que asistieron miembros destacados del gobierno federal, como el primer viceprimer ministro y responsable de industria, Denis Manturov (uno de los protegidos del Kremlin), el asesor presidencial para temas navales, Alexey Dyumin, el asistente presidencial en política marítima, Nikolay Patrushev (el defenestrado exjefe del FSB), el comandante en jefe de la Marina, almirante Alexander Moiseev, y representantes de la industria naval. Durante la reunión se hizo un seguimiento de los planes de construcción de submarinos, los diferentes tipos en construcción y su perspectiva de producción, así como la confirmación de la entrega de otros seis nuevos submarinos nucleares hasta 2030. El anuncio más importante fue la orden de Putin de continuar la producción de los costosísimos submarinos nucleares multimisión (SSN) de la clase Yasen (proyecto 885M), que constituirán la fuerza principal de ataque convencional de las fuerzas submarinas armados con misiles de crucero subsónicos Kalibr e hipersónicos Tsirkon (Zircon) de ataque a tierra de larga distancia. Asimismo, estos submarinos nucleares destacan por su capacidad de sigilo y su velocidad en inmersión, alcanzando los 31 nudos -próximamente se entregará el sexto buque de esta clase, el Perm, botado el pasado 27 de marzo de 2025-. Pero, esta declaración también señala el abandono definitivo de los planes de modernización de todos los submarinos nucleares entregados en los años noventa y que llevan largo tiempo a la espera de modernización: SSN clase Akula (proyecto 971) y clase Sierra II (proyecto 945A), así como los exitosos submarinos nucleares con misiles de crucero (SSGN) clase Oscar II (proyecto 949A). Esta decisión hay que entenderla en el contexto de la guerra en Ucrania: la tensión de los presupuestos de Defensa obliga a eliminar gastos innecesarios o no esenciales, incluido invertir fondos en buques planeados y diseñados en tiempos de la Guerra Fría, cuando, además, los astilleros militares rusos han demostrado después de una década su incapacidad para afrontar tales trabajos -asunto que hemos tratado ampliamente en la saga de artículos sobre la Marina rusa publicados en la Revista General de Marina, el más reciente de ellos publicado en octubre de 2024-. Más adelante, les seguirán los submarinos nucleares de quinta generación, actualmente en fase de diseño, asunto que también se trató en esa reunión -véase la entrada «El programa del submarino nuclear ruso de quinta generación», de abril de 2024-. Después, Putin presidió en los Astilleros Sevmash la ceremonia de entrega del octavo submarino nuclear estratégico (SSBN) de la clase Borey (proyecto 949A), el Knyaz Pozharsky (por el príncipe ruso que liberó a Moscú de la ocupación polaco-lituana en el período de los Tiempos Turbulentos en el siglo XVII), donde estuvo acompañado por el almirante Moiseev. Durante un breve discurso a pie de muelle, el presidente ruso alabó el trabajo de los constructores navales y de la Marina para contar con los buques tecnológicamente más avanzados, que garantizan la seguridad del país armados con misiles balísticos intercontinentales (cada uno carga el equivalente a 533 bombas atómicas de Hiroshima) y repitió algunos de los puntos más importantes de la reunión anterior, deseando éxitos a la tripulación a cargo del buque. La ceremonia concluyó con el izado de la bandera de combate por parte del comandante del Knyaz Pozharsky. Es preciso señalar que hay otros dos submarinos nucleares clase Borey en construcción y se espera que en breve (este mismo año) se inicien otros dos, de modo que las Fuerzas Submarinas Estratégicas puedan contar a principios de la próxima década con un total de doce SSBN, que constituirán la fuerza de contragolpe nuclear rusa durante los próximos cuarenta años, asegurando el funcionamiento de la disuasión nuclear basada en la estrategia de destrucción mutua asegurada (MAD) y, significativamente, manteniendo la paridad de fuerzas en este segmento con la primera potencia militar mundial, los Estados Unidos. El objetivo a largo plazo es mantener el régimen de estabilidad estratégica que garantiza la paz entre las grandes potencias. 

 Miley Cyrus: “Walk of Fame”.