PUTIN, TRUMP, Y LAS LECCIONES DE LA CUMBRE DE ALASKA SOBRE LA VIGENCIA DE LA POLÍTICA DEL PODER

Del 15 al 16 de agosto de 2025 los presidentes de los Estados Unidos, Donald Trump, y de Rusia, Vladimir Putin, celebraron una cumbre bilateral en Anchorage (Alaska), con el objetivo de resolver el conflicto de Ucrania. Es preciso señalar de antemano que se trata de la primera reunión entre los presidentes en el segundo mandato de Trump (tomó posesión el 20 de enero de 2025) y también la primera entre los gobernantes de las dos grandes potencias desde el inicio de la guerra de Ucrania. Aparte de la parafernalia propia del evento, realzada con tintes militaristas por la parte estadounidense, y de que se hayan alcanzado o no acuerdos explícitos para resolver el conflicto ucraniano, el encuentro puso de manifiesto algunas lecciones que merecen ser analizadas. La primera de ellas es la reivindicación de la política de poder y también de la regla de la tendencia inexorable al equilibrio que caracteriza a los sistemas bipolar y multipolares en sus diferentes combinaciones, en cómo las grandes potencias llegan a acuerdos para ordenar el sistema internacional, cómo establecen reglas que se imponen a los demás y cómo la vigencia de dichos acuerdos pretende garantizar la paz y la seguridad durante un largo período de tiempo. La segunda es que, precisamente, las grandes potencias continúan siendo las que ostentan el poder y la influencia para organizar la estructura internacional. A pesar de los discursos institucionalistas y de los avances de la sociedad internacional en cuanto a su capacidad de organización, son los Estados con su capacidad de autorregulación los que ejercer de forma decisiva esas funciones en la sociedad internacional. Hasta ahora, ninguna organización internacional ha salido a la palestra para convocar una cumbre de dirigentes que pudiera poner fin a la guerra en Ucrania, a la guerra en Gaza, al enfrentamiento entre Irán e Israel por el programa nuclear, a las veleidades catastrofistas del régimen norcoreano o a la misma situación de inestabilidad que arrastra Oriente Medio durante décadas por poner solo los ejemplos más próximos. Son los Estados en su configuración de grandes potencias, potencias regionales y potencias medias las que ordenan sus diferentes ámbitos de influencia a través del ejercicio del poder, las más de la veces de forma benévola, mediante acuerdos, cooperación y atracción de socios y aliados y, cuando es necesario, a través del uso de la fuerza. Esto se observa en la ausencia de cualquier tipo organización en la cumbre de Alaska, la más significada de todas ellas la Unión Europea, que desde febrero de 2022 ha pretendido ejercer un papel protagonista en el conflicto, pero sin tener capacidad para ello, porque como dijo Jacques Baud recientemente “Europa no tiene una posición, tiene una narrativa”. Pero, no; con discursos y declaraciones no se solucionan las crisis o los conflictos, sino que se logra a través de la negociación o el uso de la fuerza, como enseña reiteradamente la historia de las relaciones internacionales. Aquellos enfoques que proclaman que son las sensaciones, las expresiones de voluntad y las declaraciones grandilocuentes las que explican el comportamientos de los actores son inútiles, porque no permiten explicar la realidad internacional. La tercera lección tiene que ver con el papel que se asignó a Rusia en el sistema internacional globalizado. Después del hundimiento de la Unión Soviética quedó una Federación Rusa independiente, que no era más que la sombra de la anterior. Pero, como también enseña la historia y confirma la teoría de las Relaciones Internacionales el poder no permanece invariable y Rusia contaba con algunos elementos significativos para ejercer poder e influencia, tanto a nivel mundial como regional. El primero es patente a poco que se observe un mapa: después de dividirse en quince Estados continuaba siendo el país más grande de la tierra, lo que le asegura la posesión de inmensos recursos naturales de todo tipo, cada vez más necesarios según avanza el desarrollo de las sociedades posmodernas. Este factor no solo se obvio, sino que se despreció, calificándola como una mera “gasolinera mundial”. El segundo era la posesión de un inmenso arsenal nuclear heredado de la época soviética, que aseguraba la inmunidad del nuevo Estado frente a la agresión de una gran potencia a través del mantenimiento de la vigencia de la estrategia de la destrucción mutua asegurada (MAD). Esto fue reconocido por los Estados Unidos mediante la firma de un conjunto de acuerdos de control de armas que se plasmaron en el régimen de estabilidad estratégica, que se mantiene vigente hasta hoy. El tercer elemento es su condición de miembro del Consejo de Seguridad de la ONU (el directorio mundial) que, con su derecho de veto, le convierte en uno de los creadores de las normas internacionales. Este poder no ha sido discutido en ningún momento por los otros cuatro miembros del Consejo de Seguridad, donde tres son occidentales (los Estados Unidos, Francia y Reino Unido), incluso en medio de la aprobación de sanciones masivas desde febrero de 2022 como respuesta a la agresión rusa contra Ucrania. Esto es así porque existe un consenso fundamental entre los cinco miembros permanentes en el mantenimiento del sistema porque, a pesar de las crisis y los conflictos, les beneficia porque avala su poder y mantiene el statu quo. Entonces, parece claro que  no se podía aislar a Rusia. La cuarta lección, como señalamos más arriba, es que son las grandes potencias las que alcanzan acuerdos entre ellas para mantener la vigencia del sistema o para transformarlo con el objetivo de mantener su poder. Y lo hacen por aplicación de su propio poder, es decir, no tienen que pedir autorización ni requieren de un consenso más allá de los miembros del directorio, y el resto se someten a sus decisiones de forma voluntaria o se exponen a sufrir su aplicación de firma violenta. Es lo que ocurre en el caso del conflicto de Ucrania. ¿A alguien se le ocurrió que la opinión de ese país o de sus dirigentes era importante para poner fin a un conflicto que ha sido calificado por los principales expertos como una guerra por delegación (proxy war)? Esta cuestión no solo es contraintuitiva sino que, además va contra la historia y la teoría de las Relaciones Internacionales. Y aquí está la quinta lección: podemos escribir grandes textos que describan un mundo de paz y seguridad mundial para todos, podemos hablar de igualdad entre los países y de los avances de las organizaciones internacionales, pero cuando llegan las crisis estas teorías se deshacen como azucarillos porque son incapaces de explicar no solo los factores que mueven el conflicto, sino lo que es más grave, carecen de las herramientas teóricas para ponerles fin, alcanzar acuerdos y lograr la paz. Entonces, una teoría que no permite explicar los hechos, no sirve, debe de ser abandonada porque los hechos no pueden cambiarse. Por tanto, la cumbre de Alaska entre Trump y Putin supone una reivindicación de la vigencia del aforismo hobbesiano que definió la expresión del poder máximo: “non est supra terram quae comparatur”.  

The Rolling Stones: “Angry”.

12 comentarios:

  1. Muy interesante y acertado.

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  2. Antonio Núñez Ortuño16 de agosto de 2025, 14:02

    Non est supra terram quae comparatur. Aprendiendo siempre que leo tus reflexiones 👍

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  3. Estamos ante un momento histórico que es muy probable que marque las próximas decadas.

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  4. Aprendiendo a leer entre líneas. Agradecido.

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  5. Muy bueno, gracias por compartir estas reflexiones.

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  6. ¿Quién está por encima de estos dos países para controlarlos?

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  7. El señor nos ampare!!!

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  8. Se hará cuando ellos quieran y lo que quieran.

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  9. Está visto que el resto ni cuenta ni pinta.

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