ENERGÍA Y LIDERAZGO AMERICANO VERSUS LOS TESTIGOS SILENCIOSOS
El 24 de febrero
de 2022 las Fuerzas Armadas rusas iniciaron la invasión de Ucrania lanzando una
ofensiva militar convencional que se ajusta en líneas generales al plan de
operaciones clásico de la batalla en profundidad soviética y, más reciente,
rusa. Como sabemos, este plan no tuvo éxito para alcanzar la rendición del
gobierno central ucraniano ni de sus Fuerzas Armadas, y ahora lo esperable, y
lo anunciado por las partes en pugna, es una guerra larga acotada a las
áreas rusófonas de Ucrania: Kharkov, el Donbás y las regiones del sur hasta
Odesa. La parte rusa ha expresado de forma anodina que las operaciones
militares durarán hasta que se alcancen los objetivos establecidos, a pesar de
que el 25 de marzo anunciaron el cambio operacional antedicho. La parte
ucraniana espera también una guerra larga porque cuenta para ello con los
apoyos externos necesarios, a pesar de que en el camino se dejará un gran número
de bajas y la ruina económica. Se estima que el desplome económico de Ucrania puede
alcanzar hasta el 50% del producto interior bruto (PIB), en 2023 la deuda
pública se habrá duplicado, el déficit fiscal alcanzará el 20%, las
exportaciones habrán caído un 80% y las importaciones un 70% y cerca del 70% de
la población recibirá ingresos por debajo del nivel de subsistencia; en 2025 el
PIB continuará siendo un tercio menor que antes de la guerra. Una auténtica
catástrofe a la que contribuyen cada día los ataques de precisión rusos contra
sus infraestructuras. Desde el 27 de febrero los Estados Unidos, la
Unión Europea y otros países occidentales han aprobado sucesivos paquetes de
sanciones económicas y financieras contra individuos, empresas y entidades rusas,
como respuesta a la agresión. Sus promotores anunciaron que estas sanciones
tendrían un efecto devastador sobre la economía rusa y que estaban destinadas a
que los dirigentes rusos reconocieran su error estratégico, desistieran del uso
de la fuerza y se dieran la vuelta hacia la frontera por donde habían venido.
Pero han pasado cincuenta días desde el inicio de la invasión y las fuerzas
rusas continúan su ofensiva para controlar todo el territorio del Donbás -la
parte ya ocupada y la que continúa en manos de Ucrania-, destruir lo que queda
de las fuerzas ucranianas en el sureste del país y, eventualmente, tomar
Kharkov en el noreste y Odesa en el sudoeste, para hacerse con todas las
regiones de mayoría rusófona del país, consolidar el dominio ruso y, más
adelante, convocar referendos de autodeterminación o decidir su incorporación a
la Federación Rusa, como posiblemente sea el anhelo de los que queden en esos
territorios -hasta ahora cuatro millones y medio de refugiados ya han salido del país y hay
siete millones de desplazados internos-. Esta situación nos lleva a concluir,
inevitablemente, que las sanciones no han servido para frenar la agresión
rusa y la búsqueda de sus objetivos políticos y militares. Pero es que,
además, la historia reciente de las relaciones internacionales demuestra que las
sanciones no sirven para doblegar la voluntad de gobernantes decididos a
cumplir sus objetivos políticos (casos de Irán, Irak, Afganistán, Corea del Norte, Siria,
Libia), más si cabe en el caso de grandes potencias -recordemos que Rusia
estaba bajo un régimen de sanciones occidentales desde 2014 o la China
comunista desde 1989 por la represión de las protestas de Tiananmén-. Si esto es así y se
sabe, ¿por qué los gobiernos occidentales cifran todo el éxito de su estrategia
política de oposición a la invasión militar rusa a las sanciones?, que,
además, no incluyen el gas, el petróleo y dos de los principales bancos rusos. Los
Estados Unidos tienen sus propios intereses que se miden en términos
estratégicos, pero en el caso de la Unión Europea y otros países, como Corea
del Sur o Japón, es simplemente para demostrar que hacen algo, que toman
decisiones “firmes” para repeler la agresión rusa, pero no se dan cuenta de que
a los carros de combate solo se le combate con carros de combate y sobre el
terreno -se han olvidado las lecciones de la segunda Guerra Mundial-. Y ni
americanos ni europeos (los testigos silenciosos) van a poner un solo soldado
en Ucrania. Es más, la declaración del presidente Biden excluyendo expresamente
la posibilidad de poner tropas americanas o de la OTAN sobre el terreno para
defender a Ucrania, corroborada al día siguiente por el secretario general de la
Alianza como no podía ser de otra manera, fue el acicate definitivo para que
los dirigentes de Moscú se decidieran a pasar de la zona gris del conflicto a la guerra
total. Con intereses estratégicos bien definidos uno y con el acicate de la
abstención del más fuerte el otro, a Ucrania solo le quedaba sufrir la
destrucción, los muertos y probablemente un tercer desmembramiento, y las
sanciones occidentales no habrán cambiado el final del conflicto. Tendrán
el efecto a largo plazo de debilitar a Rusia, pero al ser occidentales, es decir, no universales, y selectivas, Moscú girará, como ya
hizo en 1980 con las sanciones que le impuso Occidente por la invasión de
Afganistán, hacia aquellos países que no tienen problemas en mantener
relaciones políticas y comerciales con Rusia, de modo que, también a largo plazo, la
economía rusa se recuperará del embate -se estima una caída del PIB ruso del 10-15% en 2022-. Al mismo tiempo, la parte occidental está siendo represaliada
por Moscú, con respuestas asimétricas, sin duda, porque la economía rusa es lo
que es, tiene el tamaño que tiene y sus capacidades son las que son, pero los
informes de los organismos nacionales e internacionales confirman el impacto de
la subida de los precios del gas, petróleo, metales preciosos y no preciosos y
otros productos provenientes de Rusia en las economías occidentales. La
sustitución de estas materias es un proceso complejo, requiere tiempo y, sin
duda, será costoso, de modo que la escalada de precios impactará fuertemente
-ya lo están haciendo- en las economías occidentales, altamente dependientes de
los suministros energéticos, tanto de Rusia como del norte de África y de Oriente
Medio. Entonces, ¿qué gana Europa? Los Estados Unidos se han ofrecido
generosamente a cubrir estas necesidades energéticas, aunque a precios
sustancialmente más elevados. Esto se debe a que en 2017 dejaron de ser importador neto de hidrocarburos para convertirse en pocos años en un nuevo
campeón mundial del sector gracias a las nuevas tecnologías del fracking
y el gas natural licuado. Pero, con una Rusia sancionada y volcada
irremediablemente en los mercados de Asia-Pacífico, una Europa suicidada
económicamente por sus propias decisiones políticas basados en los intereses de terceros y unos Estados Unidos
convertidos en el proveedor de las necesidades energéticas del mundo libre, lo
que se avizora es un sistema económico internacional compartimentado,
crecientemente regionalizado y que avanzará en sentido contrario a la
globalización, puesta en marcha por la Administración Clinton poco después del
triunfo de la Guerra Fría. Y ha tenido que ser, precisamente, una guerra
regional en Europa la que ponga fin a una de las etapas de desarrollo más
exitosas del capitalismo. Pero, no perdamos la perspectiva, la guerra de
Ucrania es una guerra secundaria, de delimitación de esferas de
influencia, de determinación de aliados y adversarios y de asignación de
bandos. Estamos en los prolegómenos de un enfrentamiento a gran escala
destinado a definir un nuevo orden internacional. Las Relaciones
Internacionales lo dicen, aunque nos hemos resistido a creerlo: habrá una
guerra global, con vencedores y vencidos, donde aquellos definirán las reglas
para un nuevo y largo período de tiempo. Lo veremos y sufriremos sus terribles
consecuencias.
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Totalmente de acuerdo en todo lo que dices, desgraciadamente para Europa.
ResponderEliminarMuy buen articulo. Enhorabuena.
ResponderEliminarComparto el análisis.
ResponderEliminarMuy completo el informe.
ResponderEliminarPrecisamente el 14 de abril de 2022 el portavoz del gobierno alemán declaró que no habrá apoyo de Alemania para las sanciones contra el petróleo ruso.
ResponderEliminarPor su parte, la ministra de Asuntos Exteriores alemana, Annalena Baerbock, declaró en una entrevista en la ZDF que las sanciones "no servirán de nada si en tres semanas descubrimos que no tenemos más que unos días de electricidad en Alemania y que se deben revertir las sanciones. (...) Estamos dispuestos a pagar un precio económico muy muy elevado (pero) si mañana en Alemania o en Europa las luces se apagan, eso no va a detener a los carros de combate."
Es decir, puro realismo político basado en una correcta valoración de los intereses nacionales.
Muy bueno, gracias por compartir.
ResponderEliminarMuy buen artículo, esta es la punta del iceberg de un conflicto mayor.
ResponderEliminarmuy buen artículo que suscribo completo.
ResponderEliminarEnhorabuena, Luis. Hacía falta que alguien lo dijese. Espero te equivoques en tu profecía, aunque por desgracia es muy posible que los hechos terminen por darte la razón.
ResponderEliminarExcelente articulo y situación preocupante.
ResponderEliminarBrillante analisis, lo comparto completamente.
ResponderEliminarMuy buen artículo, una forma de tener otra opinión ante el conflicto donde hay muchos intereses en juego.
ResponderEliminarGenial artículo Luís, y cuanto le queda a una Rusia no democrática que se distancia peligrosamente de occidente en la senda belicosa.
ResponderEliminarMuy buen artículo, como siempre.
ResponderEliminar¿Crees que vamos a una guerra mundial?
ResponderEliminarMuy interesante, muchas gracias.
ResponderEliminarEn este mundo globalizado dependemos unos de otros y Rusia lo sabe.
ResponderEliminarEstanos ante una partida larga de ajedrez.