El esperado encuentro entre los presidentes Trump y Putin en Helsinki de 16 de julio de 2018, que algunos pensábamos que podía ser el germen de una nueva relación entre las dos grandes potencias, se quedó finalmente en nada, a pesar de las declaraciones grandilocuentes pero vacías de contenido de ambas partes. Sin duda, se ha debido a las fortísimas presiones a las que ha tenido que hacer frente el mandatario americano de altos funcionarios de su propia Administración y de la élite de la política exterior de Washington, que ha perdido el sentido de los intereses estratégicos del país. De este modo, la supuesta Cumbre de Helsinki, no ha pasado de un mero encuentro entre los dos presidentes del que no surgirán nuevos acuerdos, reglas o consensos destinados a mantener el régimen de estabilidad estratégica que ha garantizado la paz y la seguridad mundial desde el final de la Guerra Fría. De este modo, en los próximos meses asistiremos a un progresivo deterioro de las estructuras de seguridad globales que se sustentan sobre un conjunto de tratados internacionales entre las dos grandes potencias regidos por los principios de bilateralidad, paridad, transparencia, confianza mutua y mantenimiento del régimen. Tratados como el de Misiles de Corto y Medio Alcance (Tratado INF) de 7 de diciembre de 1987, de Limitación de Armas Estratégicas (Nuevo START) de 8 de abril de 2010 o el Tratado de Cielos Abiertos (Tratado Open Skies) de 24 mayo de 1992 se encuentran en peligro, sencillamente porque en la élite de la política exterior y de seguridad de Washington se ha instalado la idea de que la seguridad de los Estados Unidos solo se refuerza teniendo las manos libres para desarrollar y desplegar todo tipo de armas y sistema de combate avanzados y que los tratados y acuerdos internacional son innecesarios en esta nueva etapa de las relaciones internacionales. Sin embargo, se olvidan de una máxima fundamental: frente a un adversario poderoso, hay que sumar aliados a tu bando. De este modo, si la política estratégica americana se fundamenta en un próximo, y cercano, enfrentamiento con China, es mejor sumar a Rusia que dejarla a su libre albedrío. Y esto pasaba por una exitosa Cumbre de Helsinki, que garantizaría el mantenimiento del régimen de estabilidad estratégica. Desafortunadamente no se ha dado y pronto veremos sus resultados, que serán negativos, sin lugar a dudas. En política interior, el fracaso de la Cumbre de Helsinki plantea un interrogante más complejo aún: ¿quién dirige la política exterior de los Estados Unidos: el presidente o los funcionarios de Washington? Trump, que no es un político, por lo que continuará poniendo en un brete a los funcionarios de los departamentos de Estado y de Defensa, que se consideran depositarios del acervo de la seguridad nacional de los Estados Unidos. Muy probablemente este enfrentamiento se mantendrá a lo largo de toda su presidencia, porque Trump no parece un tipo (entiéndase con todo el respeto) que se deje manipular por funcionarios que deben estar bajo sus órdenes. De este modo, en el ámbito interno, el deterioro de la institucionalidad también está servido, mientras la potencia emergente china comienza a mostrar sus aspiraciones imparables de influencia global. El choque en el Pacífico parece entonces inevitable.
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