En 1927 el director de cine alemán Fritz Lang (1890-1976) llevó a la gran pantalla una novela futurista escrita por Thea von Harbou (1888-1954) un año antes titulada Metrópolis en la que se describe un mundo que se desarrolla en una ciudad tecnológicamente avanzada dirigida por un empresario tecnólogo en la que existe una sociedad formada por dos clases estrictamente separadas. Por un lado, hay una élite dirigente que vive en la superficie y otra formada por los trabajadores industriales y sus familias, que moran en las profundidades, donde trabajan con las máquinas que mantienen la ciudad activa y vibrante permanentemente. Mientras la clase dirigente goza de todas las comodidades resultado de los avances tecnológicos e inventos del momento, incluidas las videoconferencias (recuerdo, la película se estrenó hace 98 años), el sistema se sostiene gracias al trabajo constante de los trabajadores del subsuelo. Pero, no se trata de un trabajo esclavo, es más bien un trabajo mecánico, constante, sin solución de continuidad. En ese mundo surge el proyecto del hombre-máquina (en realidad se trata de una mujer-máquina, como se revela más adelante) que está destinado no a trabajar con las máquinas que mantienen la ciudad o a sustituir el trabajo manual humano, sino que formará parte de la élite, porque estará dotado de las cualidades y capacidades necesarias para pensar, actuar y dirigir en la superficie. No se trata solo de una inteligencia artificial sino que es una máquina completamente humana en lo exterior. Hay que tener en cuenta que en ese momento todavía no se había difundido la palabra «robot», que viene del término checo robota que significa trabajar duro y que debemos al escritor de esa nacionalidad Karel Čapek (1895-1938). Pues bien, gracias a su carisma, la mujer-máquina se gana rápidamente la adhesión de las élites, mientras se desarrolla una conspiración que no quiero desvelar para aquellos que no han visto la película y que se puede visualizar aquí. Tampoco me atrevo a revelar su final, al menos por ahora. Metrópolis es un mundo de aeronaves, trenes sobre monorraíles, torres residenciales altísimas, máquinas gigantescas que sostienen toda la estructura, legiones de seres humanos que van y vienen al trabajo, junto con su miseria y desesperación, conjugados con la paradoja de un robot creado no para sustituir el trabajo humano sino para atraer, seducir y dirigir a los humanos. Esa es la propuesta que puso como evento principal el Festival de Cine Fantástico de Canarias Isla Calavera en la ciudad de La Laguna con una proyección extraordinaria de Metrópolis donde se sumó la versión completa de la película restaurada en 2010, las voces de cinco conocidos actores de doblaje y una banda sonora compuesta para la ocasión y ejecutada en directo por su director. Un acontecimiento único y épico que planteó cuestiones trascendentales. La primera es que en muchos aspectos ese mundo ya se ha hecho realidad, mientras que en otros continuamos a la espera de que se produzcan o no, porque lo desconocemos. La segunda es que la capacidad para crear un futuro que casi se cumple en su totalidad es algo realmente extraordinario. La tercera es que Lange y von Harbou (o antes Julio Verne y antes que él otros visionarios) fueron capaces de ver más allá que el resto de sus contemporáneos, que nos lo contaron y que generaciones después sus predicciones continúan convirtiéndose en realidad y mejoran paulatinamente la vida humana. Pues bien, en el ámbito de las relaciones internacionales en 2010 George Friedman también desbordó los límites de la ciencia con su obra emblemática titulada Los próximos cien años -véase la entrada DOS LIBROS DE GEOPOLÍTICA PARA EL ANÁLISIS ESTRATÉGICO DE UNA NUEVA ERA, de octubre de 2020-. En su libro nos habla de las grandes líneas del poder en las próximas décadas, de migraciones, del espacio exterior, de extraordinarios avances tecnológicos, de cambios en la estructura internacional, de crisis y guerras, describe detenidamente la Tercera Guerra Mundial y da la fecha exacta de su inicio. Habla también de la paz y de la aplicación del poder y lo hace de forma coherente y extraordinariamente fundamentada. Quince años después de su publicación (se convirtió en un superventas mundial) sorprende por su capacidad predictiva. Como otros que le precedieron, Friedman fue capaz de inquirir el futuro, mirar a través de la ventana, contárnoslo y permanecer en el tiempo. La pregunta es: ¿somos capaces de aprender de los grandes o solo los valoramos cuando el peso del paso del tiempo se impone?
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