«LA UNIÓN EUROPEA COMO ACTOR DÉBIL EN UN SISTEMA INTERNACIONAL COMPLEJO E INESTABLE»

Este es el título del artículo que he aportado para el número monográfico de la Revista de Estudios en Seguridad Internacional (RESI), editada por el Grupo de Estudios de Seguridad Internacional (GESI), dedicado a analizar el papel de la Unión Europa (UE) en el sistema internacional global actual y que ha sido coordinado por el profesor Andrés de Castro. Con carácter previo es preciso tener en cuenta que la UE (entonces Comunidades Europeas) nació como un régimen político con la finalidad de poner paz y seguridad en un continente que había sido arrasado por dos guerras mundiales en un período de escasamente treinta años. El éxito se logró gracias a dos factores fundamentales: la creación de mecanismos de integración (supranacionalidad) y la protección de los Estados Unidos, que ejerció el control en los distintos regímenes de seguridad regional que se fueron sucediendo en el continente europeo desde 1948 hasta la actualidad. Gracias a ese predominio, la UE pudo gozar de cierto protagonismo internacional en un mundo más ordenado, más institucionalizado y, por tanto, más predispuesto a la cooperación a todos los niveles. Sin embargo, el creciente deterioro del orden internacional como consecuencia de la pugna entre potencias revisionistas y el hegemón, pone de manifiesto la falta de capacidad de la organización europea para sostener no solo una posición independiente, sino incluso ejercer influencia en los espacios más próximos. En consecuencia, en este artículo se estudia el papel que puede desempeñar la UE para actuar en un mundo complejo e inestable. El artículo se estructura en una introducción donde se exponen los fundamentos teóricos de análisis basados en los postulados del realismo político en su enfoque kissingeriano que contempla la negociación permanente como mecanismo fundamental para evitar el conflicto. A continuación se desarrollan cuatro epígrafes en los que se examinan la actuación de la UE en el conflicto de Ucrania, los riesgos de escalada nuclear en Europa, la pérdida de competitividad europea y la recesión económica así como los acuerdos de seguridad entre las grandes potencias. El ensayo termina con unas conclusiones fundamentales sobre la existencia de una UE débil y sin capacidad de influencia en un período de transición, donde se están dirimiendo de forma cada vez más enconada los intereses de las grandes potencias. Las ideas expuestas se basan en un extensos diálogos con especialistas en relaciones internacionales y expertos en asuntos europeos, pero tanto el texto como las conclusiones son responsabilidad únicamente de quien escribe.

El volumen incluye los siguientes artículos de destacados colegas:

  • Andrés de Castro (coordinador): “La Unión Europea frente a los retos de la multipolaridad” (pp. I-IV) y “La Unión Europea: el viaje a ninguna parte, a la sombra del prólogo del Informe Draghi” (pp. 29-45).
  • Yol anda Valverde: “La Unión Europea: objeto o sujeto de las relaciones internacionales” (pp. 15-28).
  • Alejandro Sánchez Barrera: “La fragmentación geopolítica de la Unión Europea en la multipolaridad” (pp. 47-65).
  • Megi Fino y Álvaro Renedo Zalba: “Albania and EU CFSP: Strengthening Integration” (pp. 67-87).
  • Mario Laborie: “Unión Europea: geopolítica y relaciones transatlánticas” (pp. 89-104).
  • Laura Gogny: “Crisis en el Sahel: la Unión Europea en la encrucijada” (pp. 105-125).
  • Sara Yildiz Bravo: “La invasión de Ucrania: ¿Un catalizador de la cacofonía estratégica europea?” (pp. 127-145).
  • Paula Raboso Pantoja: “Órbitas estratégicas: la UE y las complejidades de la seguridad espacial” (pp. 147-168).

Referencia bibliográfica completa: Pérez Gil, L.: «La Unión Europea como actor débil en un sistema internacional complejo e inestable», Revista de Estudios en Seguridad Internacional, núm. 2, 2024, pp. 1-14. En: http://seguridadinternacional.es/resi/index.php/revista/article/view/485 (DOI: http://dx.doi.org.10.18847/1.20.2)

Referencia del número completo: http://seguridadinternacional.es/resi/index.php/revista/issue/view/22 

 Anja Bavaria: “RESI”.

DECLARACIONES ANTIEUROPEAS DE MEDVEDEV

Occidente trató de vender en una época que el presidente Dimitri Medvedev era la cara amable del régimen ruso, que frente a Vladimir Putin era un convencido defensor a toda costa de las relaciones con Occidente. Cuando después quedó como primer ministro se le consideró como un mero ejecutor de las órdenes del presidente y, más tarde, cuando fue cesado en el cargo en enero de 2020 fue calificado directamente por los supuestamente informados como un alcohólico que había sido completamente apartado de los círculos de poder. Sin embargo, en su puesto de vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso (por mi parte prefiero emplear la fórmula de vicesecretario para señalar su posición por debajo del secretario de ese organismo, actualmente el general Serguéi Shoigú) se mueve, actúa y expresa la posición más extrema del Kremlin frente a otros altos funcionarios como Peskov, Lavrov, Riabkov, Nebenzia o Zajárova, cada uno en su papel. Además, le gusta expresarse y domina el uso de las redes sociales, se maneja particularmente X (Twitter) y Telegram, lo que asegura el impacto de sus mensajes en diferentes públicos objetivos. Desde el inicio de la guerra de Ucrania ha destacado por la agresividad y beligerancia de sus declaraciones y en algún artículo me he referido a él como “el hooligan del Kremlin”. Sus declaraciones son brutales, sarcásticas, socarronas y cargadas de odio contra todos los que interfieren en la operación militar rusa en Ucrania. Desde su enfoque (que es el del Kremlin) Rusia ganará la guerra, no importa cuánto tarde ni cuánto cueste, no porque tengan la razón (eso lo cree Putin) o porque ostenten el poder para hacerlo (como escribe compulsivamente Karaganov), sino porque son mejores, son más valientes y más fuertes y la razón y el poder están siempre de parte de éstos. Es decir, para Medvedev Rusia existe y se impone porque es superior a sus rivales y sus escritos, notas y declaraciones resuman ese aire de superioridad que solo suelen exhibir cuando se ven ganadores y entonces pueden pasar la cuenta por los daños sufridos, como hizo Stalin en Europa al final de la Segunda Guerra Mundial. Pero, no podemos pensar que se trata de un necio, un engreído o un estúpido, es todo lo contrario. Tiene una sólida formación jurídica, es un producto de la Facultad de Derecho de la Universidad de Leningrado, donde se han formado históricamente los mandos superiores del KGB y después el FSB (incluido el mismo Putin). Tiene amplios conocimientos en Derecho Internacional, fue primer ministro de Rusia en dos períodos y presidente en el interregno de 2008 a 2012, con Putin en el puesto de primer ministro. Esto significa que solo él y Putin son los dos únicos presidentes vivos de Rusia. Pero, no es ni su compinche ni su sucesor. Este es un dato de suma importancia para entender el papel que desempeña Medvedev en el régimen putiniano: aparentemente independiente y desprovisto de responsabilidades ejecutivas, pero actuando como un comunicador magistral de las intenciones del Kremlin. Establecer este contexto previo es importante para analizar unas declaraciones que hizo el 27 de diciembre de 2024 en el entorno de las tentativas de negociaciones que se están ofreciendo al gobierno ruso para poner fin a las hostilidades en Ucrania. Precisamente en una etapa donde las armas rusas se imponen en el campo de batalla y el régimen ucraniano bordea el colapso, circunstancia que no se ha producido gracias a la continua pero intencionalmente limitada ayuda occidental. Veamos qué dijo Medvedev:

«Con el fin de la guerra híbrida de Occidente contra Rusia, nuestro país podrá perfectamente:

a) Perdonar a aquellos países débiles que sucumbieron a la presión de los anglosajones y tomaron al menos una parte pasiva en la basura occidental antirrusa (se trata principalmente de una serie de países de Asia y América Latina).

b) Ignorar a los EE.UU. Aquí todo es muy sencillo: no esperamos ninguna amistad en los próximos cien años y luchar con EE.UU. es caro: un conflicto directo obviamente se intensificará hasta convertirse en una guerra nuclear global.

c) Castigar a Europa. Aquí entraré en más detalles, porque el Viejo Mundo actual no me provoca más emoción que la más profunda repugnancia. Fue Europa, que se había convertido en una vieja loca y malvada, la que se convirtió en el principal bastión de la rusofobia en el mundo. Es precisamente la Europa mentirosa la culpable del fracaso de las negociaciones de Estambul. Fue la Europa descerebrada la que promovió frenéticamente la incompetente campaña de sanciones que provocó pérdidas colosales a sus ciudadanos. Fue la Europa sedienta de sangre la que alimentó a los más rabiosos demonios de la guerra, sin importarle las pérdidas de las partes en conflicto.

Y por eso hay que castigar a Europa con todos los medios a nuestro alcance: políticos, económicos y todo tipo de híbridos. Y por eso es necesario ayudar a cualquier proceso destructivo en Europa. ¡Vivan los pogromistas agresivos en sus calles históricas! ¡Gloria a las multitudes de inmigrantes que cometen atrocidades y destruyen con odio los valores europeos del arco iris! ¡Que todos los rostros viles de los burócratas europeos desaparezcan en la corriente de los futuros conflictos civiles!»

Estas declaraciones ponen de manifiesto la existencia de un profundo sentimiento de rechazo a Europa. También ponen en evidencia que el Kremlin esperaba una reacción distinta a la de los anglosajones (que daban por descontada y por eso no se toma en cuenta) en la invasión de Ucrania y que, y esto es más grave, en caso de lograr la victoria emplearán esa posición de superioridad para castigar a Europa, como ya hicieron entre 1945 y 1986 hasta el advenimiento de Gorbachov al poder en la Unión Soviética. Se trata de un escenario donde Europa está en retroceso en todos los órdenes y donde se teme justificadamente el abandono de la gran potencia protectora hacia otras áreas estratégicas. El resultado puede ser sencillamente desastroso. En este punto, que cada uno saque sus propias conclusiones.  

Katia Lel: “Mi mermelada”.