LA CONTINUIDAD DE LOS PRESUPUESTOS DE DEFENSA Y DEL ESPACIO DE LOS ESTADOS UNIDOS EN 2022

El presidente Trump inició, o más bien intentó, reducir los costosísimos presupuestos del Pentágono y de la Agencia Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA), que suponen un auténtico lastre para la economía americana en una etapa de competencia compleja por el poder y la influencia. La emergencia de una nueva potencia revolucionaria -en tanto en cuanto está dispuesta a cambiar la distribución del poder internacional-, la China comunista, determinada a desempeñar un papel fundamental en la creación de las normas internacionales y con aspiraciones de detentar la hegemonía regional en el área Asia-Pacífico impone retos gigantescos a la potencia mundial, victoriosa de la Guerra Fría, creadora de la globalización y hegemón mundial durante una década. Durante un tiempo los Estados Unidos ejercieron un papel tutelar sobre la potencia asiática, primero con su reconocimiento internacional, incluido su condición de miembro no permanente del Consejo de Seguridad, que le permitió dejar ser un Estado paria, después abriendo completamente los mercados a los productos industriales y manufactureros chinos y, después, facilitando su acceso a las instituciones económicas y financieras internacionales. Todo ello, bajo la premisa de que la apertura internacional facilitaría también la del propio régimen chino, el incipiente ejercicio de derechos civiles básicos por sus ciudadanos y después la llegada de la democracia, planteamiento ideológico que se sostiene en las tesis del fin de la historia de Fukuyama. Sin embargo, el encumbramiento de China no ha resultado como preveían los adalides de la libertad, la democracia y la economía libre de mercado de Washington, sino que bajo la férrea mano de Xi Jinping camina directamente a convertirse en una potencia militar clásica, sin abandonar su régimen comunista, bien al contrario, reafirmando la vigencia de un “socialismo chino con características propias”. Como toda gran potencia rectora del orden internacional, los Estados Unidos tratarán de mantener su primacía a toda costa, y cuanto más deseen los líderes chinos llegar al primer puesto enfatizando los elementos del poder clásico -el ya famoso por su denominación anglosajona hard power- tanto más los dirigentes de la política exterior de Washington reafirmarán su poderío político-militar. Y por ahora, y en un futuro cercano, no existe parangón en cuanto a dimensión, capacidades, preparación y presupuestos. Y este es el programa político que ha asumido, sin pestañear, el nuevo presidente de los Estados Unidos, Joseph Biden, para muchos el nuevo “hombre de paz” de la Casa Blanca. Esto demuestra que, aunque el presidente sea demócrata o republicano, se adscriba a los “halcones” o quiera aparecer como una “paloma”, los intereses de seguridad nacional americanos no cambian en el corto plazo de una elección presidencial a otra (cuatro años). Es más, los primeros movimientos hacia la primacía del área Asia-Pacífico se iniciaron al final de la Administración de Bush hijo, posteriormente fueron declarados expresamente por la Administración Obama y fue la Administración Trump la que inició la denominada “etapa de confrontación”, que no es más que la exacerbación de esa lucha por el poder aplicando máxima presión a las relaciones comerciales, la llamada “guerra comercial”, que parece que ha quedado en suspenso como consecuencia de la crisis global de la COVID-19. Pero el presidente Biden ha tomado bríos renovados contra la emergencia china: continuará las dispuestas comerciales destinadas a bloquear el acceso a los mercados occidentales de los gigantes teconológicos chinos -veremos con qué resultados-, la presión política por la vulneración de los derechos civiles y de minorías en determinadas regiones de China, pondrá nervioso a los dirigentes de Pekín con respecto a Taiwán, apoyará las reclamaciones territoirales de los países con los que China mantiene reclamaciones –prácticamente todos–, extenderá la política de contención en el Sudeste-asiático y, finalmente, levantará una poderosa coalición de potencias democráticas, dotadas de renovada capacidad militar, para enfrentar y derrotar a China en el próximo enfrentamiento decisivo por la hegemonía y el poder internacional. Por tanto, a pesar del lastre que suponga para el país, los presupuestos de defensa (753.000 millones de dólares para 2022) y del espacio (24.700 millones de dólares para el mismo ejercicio) seguirán creciendo, los principales programas de Defensa aprobados por las Administraciones presidenciales anteriores saldrán adelante y se desarrollarán nuevas tecnologías aplicadas a la defensa para mantener la supremacía militar en un siglo que se augura (Friedman) americano.  

“Final fantasy”.   

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