En la entrada del mes pasado titulada Dar un paso atrás está fuera de toda discusión
tratamos sobre la decisión del Poder Político turco de enfrentar militarmente
la amenaza que representa para la seguridad del país el terrorismo de los
independentistas kurdos, tras el anuncio del Partido de los Trabajadores del
Kurdistán (PKK) el 12 de junio pasado de reanudar la lucha armada. Turquía
ocupa un espacio geoestratégico decisivo, en el que actualmente interactúan dos
grandes potencias, como son los Estados Unidos y Rusia –que en menos de una
semana ha desplegado una imponente fuerza aérea en territorio sirio-, y otras
potencias regionales que quieren imponerse en los espacios de inestabilidad en
los que se han convertido los antiguos Estados de Irak y Siria. Se puede
debatir extensamente sobre la responsabilidad del Bloque Occidental en la
destrucción de los regímenes que controlaban cada uno de estos países –que no
debemos olvidar, contribuían a dar estabilidad a un subsistema regional
increíblemente precario-. Esta responsabilidad es directa en el caso de
Irak tras la ocupación militar de 2003 y
la desastrosa gestión de la posguerra que ha dejado un país sumido en el caos,
sin gobierno que ejerza la soberanía interior y exterior y dividida
territorialmente en al menos cuatro partes. E indirecta en el caso de Siria puesto
que el Bloque Occidental empujó a través de sus clientes en la región a grupos
rebeldes supuestamente moderados a atacar al gobierno Asad, pero estos grupos pronto
se vieron superados, primero por grupos afines a Al-Qaeda y, posteriormente,
por la pujanza militar del autoproclamado Estado Islámico de Irak y Siria, lo
que terminó sumiendo al país en una guerra civil a tres bandos sin solución.
Precisamente, en el caso de Siria los Estados Unidos han dejado hacer a unos y a
otros confiando en que el régimen baasista sería derrotado militarmente, pero
después de cinco años de guerra civil el régimen se mantiene sólido en las
posiciones que controla –zonas urbanas y nudos de conexión de transporte-, una
parte sustancial se encuentra ocupada por el Estado Islámico que a su vez
también abarca gran parte del norte de Irak y los grupos afines a Al-Qaeda
–esencialmente Al-Nusra- combaten a unos y a otros con una violencia extrema
sin sujetarse a las normas básicas del Derecho Internacional. Muy pronto una masa
de refugiados de la guerra civil siria se desplazó más allá de las fronteras, a
Líbano, Jordania y también al sur de Turquía, donde se asentaron en grandes
campos de refugiados asistidos por los organismos de socorro de Naciones Unidas
y toda una pléyade de organizaciones no gubernamentales más o menos
organizadas. Resulta patente la carga que representa para los Estados
receptores el mantenimiento de estas poblaciones flotantes con un destino
incierto esperando retornar a su país, mientras desde Washington y las
principales capitales europeas se gestionaba cada vez peor la resolución del
conflicto sirio. Pues en medio de este caos de violencia bélica, extremismo islamista
y violación sistemática de los principios del Derecho Internacional Humanitario,
a partir de julio se suceden las declaraciones de dirigentes políticos europeos
en las que se pedía al gobierno turco contención en las acciones militares
emprendidas contra las fuerzas kurdas en
la frontera con Siria e Irak, declaraciones en las que llamaban a “un uso
proporcionado de la fuerza” contra las milicias kurdas, a que no se abandonase
el proceso de paz y a “retomar el alto el fuego sin dilación”. Pero, ¿no
decimos que no se puede negociar con terroristas? De hecho, los aliados
occidentales –los mismos que hacen esas declaraciones- reunidos en el seno de
la Alianza Atlántica al amparo del artículo 4 del Tratado de Washington
declararon que la “Alianza está unida frente al terrorismo”, y que reconocen el
derecho de Turquía a defenderse de los ataques terroristas. Sin embargo, a
continuación –esencialmente alemanes, británicos y burócratas de la Comisión
Europea- exigieron al gobierno turco que limitara sus acciones militares contra
los kurdos a los que se considera “amigos” de Occidente porque combaten al
Estado Islámico en Irak, pero al mismo tiempo se deja de lado que desde junio pasado
llevan a cabo una campaña de atentados terroristas contra las fuerzas de
seguridad y el Ejército turco que, a su vez, es un aliado en el seno de la
OTAN. Como decíamos en la entrada anterior, los turcos, como los rusos, toman
sus propias decisiones en función de sus intereses nacionales y ante la falta
de coherencia de los europeos decidieron abrir las barreras que hasta entonces
contenían a los refugiados de la guerra civil siria. En consecuencia, decenas
de miles de personas –auténticos refugiados políticos, yihadistas y una masa de desesperados
el resto- comenzaron a moverse desde el sur de Turquía hacia los Balcanes con
la idea de dar el salto a la Unión Europea. La aspiración de esta masa de
refugiados es un futuro mejor en Alemania, Francia, Holanda o cualquier otro
país europeo occidental –en Europa oriental han dicho claramente que no los
quieren- en el que poder asentarse con sus familias pero sin integrarse porque
es imposible una mezcla de culturas. La mayoría de los dirigentes europeos tienen
una concepción de la realidad rayana en la estupidez, o son unos ilusos, no han
leído ni una palabra de Carr o Waltz, no tienen idea de cómo van a ir las cosas
sino cuando ya han sido y es tarde para dar marcha atrás. No se han enterado
que la masa de refugiados que inunda las fronteras orientales europeas no surge
de repente ni de la nada sino que es el resultado de la mala política europea
en Oriente Medio y, en concreto, en no saber cómo gestionar las relaciones con
Turquía. Como siempre, es la canciller Merkel la que sabe ver las cosas como
son, con los ojos de la Realpolitik, y así el día 24 de septiembre declaró que
“solo con Turquía podemos resolver el problema” de los refugiados.
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