El mes de agosto de 2022 se ha iniciado, en términos estratégicos, con una inusitada actividad espacial por parte de aquellos países que rechazan, disputan o, simplemente, no se adhieren a las posiciones de hegemonía occidental lideradas por los Estados Unidos. Es evidente que estas acciones no son casuales ni circunstanciales: el enfrentamiento entre unas y otro es creciente, inevitable y se ha exacerbado con la guerra en Ucrania, donde Rusia ve que no puede alcanzar sus objetivos políticos y militares debido al sostenimiento occidental, constante y medido, del gobierno de Kiev y sus Fuerzas Armadas. Comportamientos más propios de la Guerra Fría que de un mundo basado en reglas, cooperación internacional y globalización. Al mismo tiempo, los Estados Unidos finalmente han retado a la China comunista, y lo han hecho en un asunto que afecta a su interés nacional, pero también a su orgullo y prestigio, y para ello no han dudado en quebrantar uno de los principios fundamentales de la coexistencia pacífica chino-americana, acordado en 1973: la existencia de una sola China -véase el brevísimo, pero sugerente artículo de Florentino Portero, "Taiwán", de 10 de agosto de 2022-. El régimen de Pekín ha respondido con unas grandes maniobras en torno a la isla de Formosa, que tienen tres objetivos básicos: primero, amedrentar al gobierno nacionalista de Taiwán frente a veleidades independentistas incentivadas y alimentadas desde el lado occidental; segundo, dejar claro a sus vecinos que empleará la fuerza cuando lo estime necesario, a pesar de las alianzas de seguridad que puedan tener con la potencia americana; y tercero, advertir a Washington de que las acciones antichinas tendrán un coste y que no será despreciable o meramente simbólico. La pregunta es: ¿cuánto daño están dispuestos a aplicar? Ante unos Estados Unidos desatados en la aplicación de políticas hegemónicas, es inevitable que el resto de las potencias se reúnan, acuerden y se concierten entre ellas. Uno de los ámbitos donde ha avanzado y prosperado rápidamente esta cooperación es en el espacio. El 1 de agosto la Fuerza Espacial rusa lanzó un cohete portador Soyuz-2.1b desde el cosmódromo de Plesetsk, en el norte de la Rusia europea, que puso en órbita una nave espacial de características desconocidas. El lanzamiento no fue anunciado previamente, como suele ser habitual, y no hubo más advertencias rusas que una alerta a navegantes (NOTAM) por caída de propulsores de cohetes en varias áreas situadas al este del mar de Barents. El aparato espacial recibió la denominación estándar Kosmos-2558, pero es muy probable que se trate de una nave 14F150, que se ha empleado entre otros, en el programa secreto Nivelir de satélites inspectores, puesto en marcha en 2010 y del que hemos hablado extensamente en otro lugar -véase en “La militarización del espacio: el desarrollo de satélites inspectores por EE.UU. y Rusia”, Global Affairs Journal 2, 2020-. Tres días después, el 4 de agosto, la Agencia Espacial china (CASC) llevó a cabo dos misiones espaciales con evidentes aplicaciones militares. En la primera, un cohete portador LM-4B (CZ-4B según nomenclatura china) despegó del centro espacial de Taiyuan, provincia de Shanxi, en el centro de China, y puso en órbita tres satélites: uno de reconocimiento terrestre de la serie TECIS, uno pequeño tipo HEAD-2G y un minisatélite denominado Minhang. El mismo día, un cohete LM-2F (CZ-2F), que despegó del centro espacial de Jiuquan en la provincia de Mongolia Interior, puso en el espacio, por segunda vez, un prototipo del avión robótico Shenlong, que forma parte del programa experimental chino de aviones espaciales reutilizables, similar al X-37B estadounidense al que muchos analistas tachan de una copia descarada -este tema también lo hemos abordado en la referencia citada-. Pero, eso, a los realistas decisores de Pekín les importa bien poco. En este caso, las autoridades chinas no han publicado NOTAM que indique la preparación de un próximo regreso y aterrizaje del avión espacial. Este programa lleva más de una década en desarrollo. El 7 de agosto fue el turno de la Agencia Espacial india (ISRO) que lanzó un cohete portador ligero SSLV desde el centro espacial Satish Dhawan, situado en la isla de Sriharikota, estado de Andhra Pradesh, en la costa oriental del país. Sin embargo, un fallo en el motor de la cuarta etapa frustró la entrada en la órbita programada de un satélite de reconocimiento EOS-2 y del cubesat AzaadiSat. Ambos satélites quedaron en una órbita inestable y comenzarán a caer, atraídos por la gravedad terrestre. El 8 de agosto, la compañía privada china Galactic Energy empleó por tercera vez un cohete portador Ceres-1 (Gushenxing-1 en nomenclatura china) lanzado desde el centro espacial de Jiuquan para poner en órbita tres satélites aparentemente privados, pero con aplicaciones militares: dos de la serie Taijin-1 (01 y 02) y el pequeño satélite Donghai-1, desarrollados por la compañía Galaxy Space. El 9 de agosto, la corporación espacial rusa Roscomos lanzó un cohete Soyuz-2.1b, desde el cosmódromo de Baikonur, en Kazajistán, equipado con una etapa superior Fregat-M, que puso en órbita el satélite iraní de reconocimiento terrestre Khayyam, probablemente una versión modificada de la serie Alpha-ES desarrollada por NPK Barl. El nuevo director de Roscosmos y exvicepresidente, Yury Borisov, declaró que el lanzamiento es un hito importante en la cooperación bilateral ruso-iraní. Por su parte, la ministra iraní de Tecnologías de la Información y Comunicación, Isa Zarepour, calificó el lanzamiento como “punto de inflexión para el inicio de una nueva cooperación en el campo del espacio entre los dos países". Es preciso destacar que el 19 de julio de 2022 el presidente Putin realizó una visita oficial a Teherán, en su primera salida a un país más allá del área exsoviética desde la invasión de Ucrania el 24 de febrero. Está claro que con una Rusia sometida a sanciones unilaterales occidentales esta cooperación se va a expandir más allá de lo que sería deseable en términos de equilibrio de poder. Y el 10 de agosto, de nuevo, la CASC lanzó un cohete portador LM-6 desde Taiyuan con dieciséis satélites a bordo, diez del tipo Jilin-1GF-03 de la constelación satelital de vigilancia terrestre Jilin-1, y seis de reconocimiento atmosférico por infrarrojos Yunyao-1. Este fue el trigésimo primer lanzamiento espacial chino en 2022, que va camino de romper récord, después de que en 2021 superara por primera vez a los Estados Unidos y a Rusia como primer país lanzador con cincuenta y cinco lanzamientos espaciales. Este juego no ha hecho más que empezar, es peligroso, conduce al enfrentamiento y pone sobre la mesa la inevitabilidad del conflicto cuando varias potencias luchan entre ellas por la hegemonía. Y recordemos una de las máximas de Friedman en su colosal obra Los próximos cien años (2010): la próxima guerra comenzará en el espacio.
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Gracias por compartir estas informaciones.
ResponderEliminarMagnífico artículo.
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