Como hemos insistido en entradas anteriores, la región del Pacífico norte se está convirtiendo en un área geoestratégica crecientemente inestable. Las relaciones de poder en la región se han mantenido estables durante décadas en razón de la existencia de una potencia hegemónica, los Estados Unidos, que impone las reglas del subsistema regional a través de una coalición de Estados que se sostiene en acuerdos bilaterales y multilaterales, algunos de los cuales datan de la posguerra mundial. Una vez desapareció la Unión Soviética, los Estados Unidos han dispuesto de dos décadas para consolidar su poder regional basado en los siguientes principios:
- Rusia no es un adversario regional y, por tanto, los posibles desacuerdos que puedan surgir entre ambas potencias no requieren de medidas de carácter militar que impongan la carga de mantener un sistema de disuasión militar o la presencia de fuerzas de combate permanentes pues se descarta un enfrentamiento militar entre ellas en la región.
- Japón es la potencia militar regional, tanto por sus capacidades militares, autolimitadas hasta ahora constitucional y presupuestariamente, como por el pensamiento estratégico de sus elites dirigentes. Japón depende para su supervivencia del tráfico marítimo internacional así que a cambio de renunciar a la hegemonía regional, los Estados Unidos se encargan de mantener abiertas las rutas marítimas y comerciales y no permitirán la emergencia de potencias que pongan en peligro este acuerdo regional mutuamente beneficioso. Esta es la misma razón que mantiene unidas a Australia, Nueva Zelanda, Taiwán o Corea del Sur a la alianza militar regional liderada por los Estados Unidos y que lleva a estos países a participar en intervenciones militares supuestamente tan alejadas de sus propios intereses nacionales como en Irak, Afganistán o la lucha contra la piratería en el Océano Índico.
- China ha sido y es usada por los Estados Unidos para mantener el equilibrio regional frente a otras potencias emergentes que puedan poner en peligro su poder en la región. Durante la Guerra Fría Nixon y Kissinger renunciaron a los principios morales en política exterior para alcanzar un acuerdo global con China que permitiera cercar definitivamente a la Unión Soviética, precisamente en una etapa donde ésta se estaba imponiendo en áreas regionales como Oriente Medio, África y parcialmente en América Latina. En la etapa actual, China es y seguirá siendo el elemento moderador de posibles veleidades expansionistas de Japón o, incluso, aunque parezca complicado pero no lo debemos descartar, de una Corea unificada. Ambos Estados son dos potencias comerciales mundiales que debido a las garantías de seguridad aportadas por los Estados Unidos durante setenta años han podido alcanzar estándares de desarrollo económico, social, científico y tecnológico homologables a las potencias occidentales. Por tanto, para mantenerse los Estados Unidos harán uso de la relación especial y compleja con China, pues aunque ésta es el primer acreedor mundial de los Estados Unidos, también los Estados Unidos son los que han facilitado el desarrollo económico chino debido a la política de puertas abiertas prácticamente sin restricciones a las importaciones chinas, han permitido más allá de declaraciones formales la violación sistemática de las leyes de propiedad intelectual e, incluso, han consentido en algunos casos el espionaje industrial para permitir que China pudiera mantener su crecimiento económico acelerado en el tiempo. También es verdad que el crecimiento chino se irá desacelerando progresivamente hasta situarse en márgenes propios de economías desarrolladas. Si fuera preciso, los Estados Unidos usarían el control de los mares y las rutas comerciales y energéticas para manejar las relaciones mutuas y ante esta situación, China no tiene ninguna alternativa actualmente. La gran baza americana es que la gran potencia militar y energética del norte, Rusia, se encuentra firmemente anclada al bloque occidental conforme a los acuerdos que regulan el sistema internacional globalizado alcanzados durante la presidencia de Obama.
Pues bien, en este momento Corea del Norte ha anunciado el lanzamiento de un cohete el próximo mes de abril (entre los días 12 y 16) que situará en órbita polar un satélite de comunicaciones. Fuentes gubernamentales japonesas encabezadas por el Ministro de Defensa Naoki Tanaka han confirmado que durante el lanzamiento se activarán los sistemas de defensa antimisiles –basados en satélites de reconocimiento, estaciones de seguimiento terrestres y las capacidades de combate de los destructores clase Kongo y de los misiles antiaéreos Patriot PAC-3– y que si el cohete sobrevuela espacio aéreo de Japón será derribado. Es la primera vez que un gobierno avisa abiertamente que va a derribar un cohete no militar de otro país. Esto puede significar dos cosas: o que los japoneses no se fían de que el cohete tenga una misión digamos "civil", como es colocar un satélite en el órbita –hay que recordar que el último lanzamiento de Corea del Norte el 5 de abril de 2009 y la posterior prueba nuclear el 25 de mayo de 2009 llevaron a una condena general mediante la Resolución 1874 (2009) del Consejo de Seguridad y al endurecimiento de las sanciones porque se sospechó que el cohete pudo ser usado con fines militares para probar una ojiva nuclear–, o que americanos y japoneses quieran aprovechar la ocasión para validar en un caso real las nuevas capacidades desarrolladas para la Defensa Antimisiles que debe proteger el territorio continental de los Estados Unidos, a Europa occidental y a los aliados americanos en el Pacífico que hemos citado. Es decir, se trataría de demostrar la credibilidad práctica de la promesa de seguridad cuasi-absoluta que otorgan los Estados Unidos a quienes se mantienen firmes en su bloque y, también, la debilidad absoluta de aquellos que se quedan fuera.
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