LOS EQUILIBRIOS DE PODER EN EL RÉGIMEN POLÍTICO RUSO

El 22 de julio de 2025 la presidente del Tribunal Supremo ruso, Irina Podnosova, falleció por enfermedad poco más de un año después de su nombramiento en el cargo, en el que había sustituido al veterano Viácheslav Lebedev, que también murió en su puesto con 80 años de edad (su mandato duró de 1990 a 2024). Podnosova había sido compañera de estudios de Putin en la prestigiosa Facultad de Derecho de la Universidad Estatal de Leningrado (hoy Universidad Estatal de San Petersburgo), donde tradicionalmente se han formado los cuadros de KGB en la época soviética y después del FSB en la Rusia independiente. Además, estaba llamada a dirigir el Tribunal Supremo durante un largo período de tiempo (tenía 71 años), pero una enfermedad sobrevenida después de su nombramiento truncó esos planes. El 29 de julio de 2025 se abrió en plazo para la presentación de candidaturas a dirigir el alto tribunal, entre las que se barajó la del expresidente ruso y actual vicesecretario del Consejo de Seguridad ruso, Dimitri Medvedev, que también estudió Derecho en la misma universidad que Putin y Podnosova -véase la entrada DECLARACIONES ANTIEUROPEAS DE MEDVEDEV, de diciembre de 2024-. El 25 de agosto de 2025 la Junta de Jueces de Alta Calificación rusa informó que solo se había presentado un candidato, el actual Fiscal General, Igor Krasnov, que a pesar de ser fiscal de carrera, trabajó catorce años en el Comité de Investigación, los cuatro últimos como vicepresidente y responsable de los departamentos de casos particularmente importantes y el departamento de investigación. La Constitución rusa establece en su artículo 128 que el nombramiento del presidente del Tribunal Supremo corresponde al Consejo de la Federación (senado) a propuesta del presidente. El 26 de agosto de 2025 Putin firmó un decreto que prórroga por edad el mandato del actual jefe del Comité de Investigación ruso, Alexander Bastrykin (tiene más de 70 años). Este funcionario desempeña un papel significativo en el contexto de la guerra en Ucrania, porque en 2022 el presidente Putin le encargó luchar de forma implacable contra la corrupción como parte de la estrategia del Kremlin para lograr la adhesión de la población a la guerra -véase más extenso el documento de análisis «LOS ESFUERZOS DE LUCHA CONTRA LA CORRUPCIÓN EN EL ESTADO RUSO EN EL CONTEXTO DE LA GUERRA EN UCRANIA», de marzo de 2025-. En ese cometido cuenta con el apoyo presidencial y sabedor de su poder no ha dudado en mandar a prisión desde altos funcionarios del gobierno federal a gobernadores regionales y generales de prestigio en la guerra (el caso más destacado es el del general Iván Popov, excomandante del 58º Ejército Mecanizado, que ha rechazado públicamente las acusaciones y a quien no se le ha aceptado siquiera su solicitud de redención de acusaciones o pena por la prestación de servicio en Ucrania; no se debe confundir con el otro general Pavel Popov, también en prisión por corrupción, aunque en este caso reconoció su responsabilidad para reducir la condena). Incluso, una de sus investigación llevó el pasado 7 de julio de 2025 al cese y, según parece, inmediato suicidio en un parque de Odintsovo, cerca de Moscú, del ministro de Transportes, Román Starovoit, que habría estado implicado en un caso de corrupción con fondos destinados a la construcción de defensas en la frontera con Ucrania durante su mandato como gobernador del oblast de Kursk. Pero, además, Bastrykin se ha caracterizado por su lucha contra la delincuencia organizada, particularmente contra las organizaciones criminales procedentes de las repúblicas exsoviéticas, cuyas actividades se han expandido desde el inicio de la guerra en Ucrania como consecuencia de la necesidad de mano de obra procedente de esos países. Recientemente ha habido un fuerte choque diplomático con Azerbaiyán por ese motivo, incluidos detenidos muertos en detención en Cheliábinsk  y ciudadanos rusos torturados en Bakú. Además, el creciente flujo de inmigrantes legales e ilegales ha provocado un aumento de los delitos violentos (robos, extorsión, homicidios), así como los de tipo sexual, que están causando un creciente malestar en la población rusa, ya constreñida por subidas de impuestos, caída de los servicios públicos y bajas provocadas por la guerra. Por tanto, con esas actuaciones, Bastrykin se ha granjeado un importante reconocimiento popular. Sin embargo, Krasnov, desde su posición de Fiscal General, ha apoyado las políticas inmigratorias aprobadas por el Ministerio del Interior debido a la necesidad de mano de obra impuesta por la guerra, tanto de voluntarios para servir en Ucrania (la prestación del servicio en el conflicto permite, además, obtener la ciudadanía rusa) como para las industrias de defensa en constante expansión y la economía en general. En ese contexto, los inmigrantes de Asia central y del Cáucaso aceptan los trabajos más duros y menos remunerados de la economía, pero también se generan crecientes tensiones sociales internas que, por ahora están siendo silenciadas a cambio de aplicar cierta mano dura. Por tanto, estamos ante un nuevo caso de equilibrio en el ejercicio del poder en el régimen putiniano, donde el presidente ruso actúa una vez más como mediador, pero, en caso de choque, siempre termina tomando una decisión que implica la defenestración del perdedor.  

Michael Giacchino: “Kremlin song”.

«NUCLEAR WAR: A SCENARIO, DE ANNIE JACOBSEN (2024)»

Este es el título de la reseña de libro que publiqué en el número 24 de la Revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE). Después de dominar el escenario de la Guerra Fría, en los años noventa del siglo pasado pareció que las armas nucleares habían caído en un estado de decaimiento estratégico, que hizo incluso aventurar que su importancia iría disminuyendo hasta terminar en una suerte de obsolescencia como recurso de poder. Fue el periodo de la Posguerra Fría, del “fin de la historia” de Fukuyama, del “momento unipolar” de Krauthammer, de la “Nación indispensable” de Albright y de la globalización definitiva bajo unos mismos principios compartidos por todos. Entiéndase que la referencia “a todos” es necesariamente a las grandes potencias, salvo para aquellos que creen que las relaciones internacionales se fundamentan en sensaciones, deseos y declaraciones grandilocuentes, pero que no aportan nada para resolver conflictos y crisis internacionales, son teorías que podemos denominar del té o del café, porque no funcionan más allá de ese espacio de ocio y solaz. De este modo, de 1991 a 2018 los arsenales nucleares de las dos grandes potencias se redujeron desde números absolutamente gigantescos hasta 13 400 ojivas nucleares, de las que aproximadamente el 92 % estaban en manos de los Estados Unidos y de Rusia, como única sucesora reconocida en el ámbito internacional de la desaparecida Unión Soviética. En ese período, un conjunto de tratados de desarme, hoy casi completamente desmontados, junto con una importantísima sucesión de declaraciones conjuntas, dieron forma legal a un nuevo escenario mundial, denominado régimen de estabilidad estratégica entre los Estados Unidos y Rusia, basado en los principios de bilateralidad y paridad nuclear. De este modo, se alejó el peligro de una guerra nuclear, mientras la globalización expandía aceleradamente los beneficios de los llamados “dividendos de la paz” de la Posguerra Fría, que alcanzaron hasta a la misma China comunista. La existencia de una Corea del Norte nuclearizada en este periodo no cambió el escenario general e incluso podía ser contenida mediante la acción coordinada de las grandes potencias reunidas en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU. Sin embargo, la guerra en Ucrania trajo una renovada vigencia de las armas nucleares como mecanismo de presión para alcanzar fines políticos por parte de las grandes potencias, precisamente aquellas que están llamadas a garantizar la paz y la seguridad internacionales, y es esa responsabilidad la que explica y justifica su derecho de veto en el Consejo de Seguridad. En la actualidad, tanto los Estados Unidos como Rusia están inmersos en costosísimos programas de modernización de sus respectivos arsenales nucleares (la famosa tríada nuclear), que suman centenares de miles de millones de dólares, más otro tanto en costes operativos durante todo su ciclo de vida, bajo la premisa del mantenimiento de la disuasión. Por su parte, China, convertida en la gran potencia emergente en términos políticos y estratégicos, aumenta su propio arsenal nuclear mientras mantiene la política de no atarse por ningún acuerdo internacional que pueda coartar su capacidad para armarse y hacerlo al menos hasta el nivel de contar con la capacidad estadounidense o rusa para generar una destrucción mutua asegurada en caso de enfrentamiento directo. Aunque otros seis Estados poseen armas nucleares, solo aquellas tres tienen la capacidad para iniciar una guerra de proporciones catastróficas para el conjunto de la humanidad. Eso es al menos lo que piensa la mayoría de los expertos. Es en este punto donde se inserta la obra de la periodista estadounidense Annie Jacobsen (Middleton, Connecticut, 28 de junio de 1967): “Nuclear war: A scenario”. La autora manifiesta en una nota inicial que el libro es el resultado de una investigación que inició durante el periodo de cuarentena decretado en Washington como consecuencia de la pandemia de la COVID-19. Durante ese tiempo tuvo la oportunidad de mantener largas conversaciones con altos funcionarios de la seguridad nacional estadounidenses, debatir con destacados especialistas de diferentes disciplinas científicas (físicos e ingenieros nucleares, ingenieros electrónicos, informáticos y de sistemas, meteorólogos y oceanógrafos) y realizar consultas a historiadores y responsables de archivos y depósitos documentales estatales enfocadas a dar forma al tema que presenta: elaborar un escenario de guerra nuclear. Ya en el prólogo muestra de forma inopinada el resultado de ese escenario, comienza detallando las terribles consecuencias de un ataque nuclear (la autora indica el objetivo de forma explícita), que provoca la muerte instantánea de un millón de personas y otros tantos heridos de diversa consideración. Por eso justamente lo titula «El infierno en la Tierra». Por tanto, se trata de un escenario de impacto en la terminología de generación de escenarios de futuro. A partir de esa situación inicial dada, va desarrollando capítulo tras capítulo un cronograma que se extiende a lo largo de un periodo temporal de horas que dan título a cada capítulo hasta la aplicación de la doctrina de la destrucción mutua asegurada, que oportunamente denomina como el Armagedón por la batalla final que se anuncia en la Biblia,(Libro del Apocalipsis). Se trata de un escenario entre muchos de los que podrían darse, pero el resultado final no deja lugar a dudas: una guerra nuclear será una guerra de destrucción global. De este modo, Jacobsen construye un alegato contra la idea de que es posible ganar una guerra nuclear y, en consecuencia, destruye la falacia de la guerra nuclear limitada, noción que fue defendida por responsables políticos, militares y académicos occidentales desde los años setenta del siglo pasado durante la Guerra Fría y que a vuelve a estar en boca de políticos y especialistas. Además, la perspectiva de la aplicación de la inteligencia artificial (IA) al planeamiento nuclear no parece augurar tampoco un escenario halagüeño. De este modo, a través del desarrollo de un escenario terrorífico y desolador, Jacobsen plantea una reflexión profunda a favor de las tesis del abolicionismo nuclear, que van mucho más allá del control de armamentos o el desarme nuclear. Todo eso y más se cuenta en la reseña, incluidas otras referencias bibliográficas de interés, invitando a aquellos que se atrevan a leer el libro a hacer una reflexión en profundidad, mucho más necesaria en los tiempos actuales en los que los dirigentes de las potencias nucleares fantasean con un juego de escalada nuclear, que no se puede jugar porque el resultado final es siempre la destrucción total

Referencia bibliográfica completa: Pérez Gil, L.: «Reseña del libro: "Nuclear war: a scenario": Annie Jacobsen Editorial: Debate, 2024», Revista del Instituto Español De Estudios Estratégicos núm. 24, 2025, pp. 323–327, en https://revista.ieee.es/article/view/7144/9071 ; versión en inglés: https://revista.ieee.es/article/view/7144/9072 

Nicki Nicole & Milo J: “Dispara”.

«TECNOLOGÍA Y ECONOMÍA DE GUERRA EN EL CONFLICTO UCRANIANO: ANÁLISIS DEL ESFUERZO BÉLICO RUSO»

Este es el título del artículo más reciente publicado en el número 24 de la Revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), en el que he tenido el honor de compartir autoría con el joven y prometedor historiador Daniel Saurín Martínez, máster en Historia Militar por el Instituto Universitario general Gutiérrez Mellado, de Madrid. El ensayo está dedicado a analizar cómo, en el contexto de la guerra en Ucrania, los contendientes necesitan movilizar los recursos de sus respectivos países para sostener un conflicto a gran escala. Hoy en día, tras más de tres años de guerra de desgaste, Rusia se está mostrando como una potencia resiliente y decidida frente al desafío militar planteado por Ucrania con el apoyo de Occidente. Las autoridades rusas activaron una serie de cambios a nivel orgánico y operacional para preparar a las fuerzas terrestres rusas para un conflicto prolongado. Además, adaptaron su economía, recursos e industria para superar las restricciones provocadas por las sanciones masivas occidentales y avanzar en su esfuerzo de guerra para alcanzar sus objetivos estratégicos. En el documento tratamos de demostrar que existe una clara correlación entre las adaptaciones operacionales, la tecnología y la economía de guerra. Asimismo, analizamos el impacto que han tenido en el campo de batalla los cambios que se han aplicado en los ámbitos económico y militar así como su estrecha interconexión para el éxito del esfuerzo bélico. El análisis se estructura en una breve introducción, cinco epígrafes en los que se examinan los fundamentos históricos de la doctrina rusa, los cambios introducidos con la reforma militar rusa de 2010,  desafíos actuales del frente ruso-ucraniano, la movilización y ampliación de las Fuerzas Armadas rusas y la capacidad para sostener una guerra a gran escala. Las conclusiones finales se resumen en que la tecnología está generando de nuevo un cambio en la forma de hacer la guerra en un escenario en el que parece imponerse la defensiva sobre la ofensiva, como ocurrió en varias ocasiones a lo largo del siglo XX, sin embargo, serán incapaces de generar un cambio operacional a menos que planteen soluciones tácticas nuevas que permitan romper la ausencia de movilidad del frente. De este modo, economía, tecnología y forma de combatir se interrelacionan de forma estrecha en una solución que puede tener unos resultados diversos en función de los cambios que se produzcan en cualquiera de esas variables. Se acompaña una bibliografía final de referencia para estudiantes y analistas del conflicto. 

Referencia bibliográfica completa: Pérez Gil, L. y Saurín Martínez, D.: «Tecnología y economía de guerra en el conflicto ucraniano: análisis del esfuerzo bélico ruso», Revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos núm. 24, 2025, pp. 161-181, en https://revista.ieee.es/article/view/7165/9048 

Versión en inglés disponible aquí

El número completo se puede descargar aquí.  

Big Bad Voodoo Daddy: “Mr. Pinstripe Suit”.

PUTIN, TRUMP Y LAS LECCIONES DE LA CUMBRE DE ALASKA SOBRE LA VIGENCIA DE LA POLÍTICA DEL PODER

Del 15 al 16 de agosto de 2025 los presidentes de los Estados Unidos, Donald Trump, y de Rusia, Vladimir Putin, celebraron una cumbre bilateral en Anchorage (Alaska), con el objetivo de resolver el conflicto de Ucrania. Es preciso señalar de antemano que se trata de la primera reunión entre los presidentes en el segundo mandato de Trump (tomó posesión el 20 de enero de 2025) y también la primera entre los gobernantes de las dos grandes potencias desde el inicio de la guerra de Ucrania. Aparte de la parafernalia propia del evento, realzada con tintes militaristas por la parte estadounidense, y de que se hayan alcanzado o no acuerdos explícitos para resolver el conflicto ucraniano, el encuentro puso de manifiesto algunas lecciones que merecen ser analizadas. La primera de ellas es la reivindicación de la política de poder y también de la regla de la tendencia inexorable al equilibrio que caracteriza a los sistemas bipolar y multipolares en sus diferentes combinaciones, en cómo las grandes potencias llegan a acuerdos para ordenar el sistema internacional, cómo establecen reglas que se imponen a los demás y cómo la vigencia de dichos acuerdos pretende garantizar la paz y la seguridad durante un largo período de tiempo. La segunda es que, precisamente, las grandes potencias continúan siendo las que ostentan el poder y la influencia para organizar la estructura internacional. A pesar de los discursos institucionalistas y de los avances de la sociedad internacional en cuanto a su capacidad de organización, son los Estados con su capacidad de autorregulación los que ejercen de forma decisiva esas funciones en la sociedad internacional. Hasta ahora, ninguna organización internacional ha salido a la palestra para convocar una cumbre de dirigentes que pudiera poner fin a la guerra en Ucrania, a la guerra en Gaza, al enfrentamiento entre Irán e Israel por el programa nuclear, a las veleidades catastrofistas del régimen norcoreano o a la misma situación de inestabilidad que arrastra Oriente Medio durante décadas por poner solo los ejemplos más próximos. Son los Estados en su configuración de grandes potencias, potencias regionales y potencias medias las que ordenan sus diferentes ámbitos de influencia a través del ejercicio del poder, las más de la veces de forma benévola, mediante acuerdos, cooperación y atracción de socios y aliados y, cuando es necesario, a través del uso de la fuerza. Esto se observa en la ausencia de cualquier tipo organización en la cumbre de Alaska, la más significada de todas ellas la Unión Europea, que desde febrero de 2022 ha pretendido ejercer un papel protagonista en el conflicto, pero sin tener capacidad para ello, porque como dijo Jacques Baud recientemente “Europa no tiene una posición, tiene una narrativa”. Pero, no; con discursos y declaraciones no se solucionan las crisis o los conflictos, sino que se logra a través de la negociación o el uso de la fuerza, como enseña reiteradamente la historia de las relaciones internacionales. Aquellos enfoques que proclaman que son las sensaciones, las expresiones de voluntad y las declaraciones grandilocuentes las que explican el comportamientos de los actores son inútiles, porque no permiten explicar la realidad internacional. La tercera lección tiene que ver con el papel que se asignó a Rusia en el sistema internacional globalizado. Después del hundimiento de la Unión Soviética quedó una Federación Rusa independiente, que no era más que la sombra de la anterior. Pero, como también enseña la historia y confirma la teoría de las Relaciones Internacionales el poder no permanece invariable y Rusia contaba con algunos elementos significativos para ejercer poder e influencia, tanto a nivel mundial como regional. El primero es patente a poco que se observe un mapa: después de dividirse en quince Estados continuaba siendo el país más grande de la tierra, lo que le asegura la posesión de inmensos recursos naturales de todo tipo, cada vez más necesarios según avanza el desarrollo de las sociedades posmodernas. Este factor no solo se obvio, sino que se despreció, calificándola como una mera “gasolinera mundial”. El segundo era la posesión de un inmenso arsenal nuclear heredado de la época soviética, que aseguraba la inmunidad del nuevo Estado frente a la agresión de una gran potencia a través del mantenimiento de la vigencia de la estrategia de la destrucción mutua asegurada (MAD). Esto fue reconocido por los Estados Unidos mediante la firma de un conjunto de acuerdos de control de armas que se plasmaron en el régimen de estabilidad estratégica, que se mantiene vigente hasta hoy. El tercer elemento es su condición de miembro del Consejo de Seguridad de la ONU (el directorio mundial) que, con su derecho de veto, le convierte en uno de los creadores de las normas internacionales. Este poder no ha sido discutido en ningún momento por los otros cuatro miembros del Consejo de Seguridad, donde tres son occidentales (los Estados Unidos, Francia y Reino Unido), incluso en medio de la aprobación de sanciones masivas desde febrero de 2022 como respuesta a la agresión rusa contra Ucrania. Esto es así porque existe un consenso fundamental entre los cinco miembros permanentes en el mantenimiento del sistema porque, a pesar de las crisis y los conflictos, les beneficia porque avala su poder y mantiene el statu quo. Entonces, parece claro que  no se podía aislar a Rusia. La cuarta lección, como señalamos más arriba, es que son las grandes potencias las que alcanzan acuerdos entre ellas para mantener la vigencia del sistema o para transformarlo con el objetivo de mantener su poder. Y lo hacen por aplicación de su propio poder, es decir, no tienen que pedir autorización ni requieren de un consenso más allá de los miembros del directorio, y el resto se someten a sus decisiones de forma voluntaria o se exponen a sufrir su aplicación de firma violenta. Es lo que ocurre en el caso del conflicto de Ucrania. ¿A alguien se le ocurrió que la opinión de ese país o de sus dirigentes era importante para poner fin a un conflicto que ha sido calificado por los principales expertos como una guerra por delegación (proxy war)? Esta cuestión no solo es contraintuitiva sino que, además va contra la historia y la teoría de las Relaciones Internacionales. Y aquí está la quinta lección: podemos escribir grandes textos que describan un mundo de paz y seguridad mundial para todos, podemos hablar de igualdad entre los países y de los avances de las organizaciones internacionales, pero cuando llegan las crisis estas teorías se deshacen como azucarillos porque son incapaces de explicar no solo los factores que mueven el conflicto, sino lo que es más grave, carecen de las herramientas teóricas para ponerles fin, alcanzar acuerdos y lograr la paz. Entonces, una teoría que no permite explicar los hechos, no sirve, debe de ser abandonada porque los hechos no pueden cambiarse. Por tanto, la cumbre de Alaska entre Trump y Putin supone una reivindicación de la vigencia del aforismo hobbesiano que definió la expresión del poder máximo: “non est supra terram quae comparatur”.  

The Rolling Stones: “Angry”.