TRUMP, EL PACIFICADOR (O CÓMO APLICAR UN PROGRAMA REALISTA KISSINGERIANO A LA POLÍTICA EXTERIOR AMERICANA)

El 20 de enero de 2025 el presidente Donald Trump tomó posesión para un segundo mandato no consecutivo, circunstancia excepcional en la historia constitucional de los Estados Unidos. Por tanto, después de haber tenido un primer mandato (2017-2021) y de haber conocido el contexto del ejercicio del poder presidencial con la formidable burocracia americana (propia de un gran Estado que además ejerce como una gran potencia con pretensiones hegemónicas), Trump llegaba con unas cuantas lecciones aprendidas luego de un receso de cuatro años con una administración presidencial de tendencia política opuesta. La primera y la más importante es que, para sobrevivir a esa pesadísima burocracia, tenía que contar con un equipo de gobierno formado por personas no solo leales sino con una sintonía casi perfecta (esto siempre es una aspiración) con el presidente para poder aplicar desde el primer día su programa de gobierno. La segunda es que las decisiones que debía tomar las tenía que aplicar de forma inmediata, con rapidez y sin solución de continuidad para bloquear no solo cualquier tipo de oposición política (que es legítimo en el ejercicio del poder democrático) sino la oposición de esas élites burocráticas que, por el ejercicio continuado del poder ejecutivo durante décadas, se creen legitimadas para aplicar sus propias políticas (al consolidarse como grupo han generado sus propios intereses), no las del presidente de turno y menos las de un Trump que venía con un programa político frontal tanto contra la administración demócrata anterior como contra esa misma burocracia convertida en un aparato de poder en sí mismo. Para ello Trump cuenta con un programa muy claro y bien definido: en política interior se fundamenta en la restauración de la economía nacional, que es lo que realmente hizo grande a los Estados Unidos antes y después de la Segunda Guerra Mundial y más tarde en los años dorados de la Posguerra Fría con la expansión de la globalización, que fue una creación americana. En política exterior su visión se basa en el rechazo de las políticas globalistas y neoconservadoras (que son expansionistas en su misma naturaleza), que solo han servido para agotar en el exterior el poder que acumularon durante décadas. De este modo pretende realizar un repliegue ordenado de áreas de segundo orden para concentrarse en el Asia Pacífico, que es donde ven (tanto republicanos como demócratas) que se concentran las principales amenazas para que los Estados Unidos puedan continuar ejerciendo como la primera potencia mundial. De este modo, el enfoque trumpiano de la política exterior plantea la necesidad de acabar con las políticas que han llevado a los Estados Unidos a intentar ejercer un poder internacional casi omnímodo en todos los sitios y al mismo tiempo, lo que es verdaderamente insostenible y, además, no sirve a los intereses nacionales porque desgasta progresivamente las mismas bases de su poder en una carrera hacia delante sin límites. Es evidente que este programa político afecta a los intereses de determinados grupos de poder y de las mismas élites burocráticas, como se puso de manifiesto durante su primer mandato, oponiéndose, bloqueando y socavando directrices y órdenes emanadas del presidente, porque juegan y tratar de imponer sus propios intereses. De este modo, Trump y su equipo de gobierno (Vance, Waltz, Rubio, Hegseth) han llegado con esas lecciones aprendidas y desde el primer día (el mismo 20 de enero de 2025) iniciaron una carrera para aplicar su programa político, en lo interno y en el exterior (se puede seguir en el sitio web de la Casablanca, que ha sido completamente rediseñado y eliminado todo vestigio de la Administración Biden). Por consiguiente, no debemos sorprendernos ni llamarnos a error ante la ejecución de estas políticas. Si algo caracteriza al presidente Trump es que habla sin freno, que expone sus ideas y planes de forma desaforada e incluso estridente. Gustará más o menos esa forma de actuar, pero ha sido claro y en su país le han votado para que tome decisiones destinadas a fortalecer a los Estados Unidos y a reorganizar un orden internacional que ya no es hegemónico (siempre hemos sostenido que se trataba de una hegemonía imperfecta, véase en la entrada LOS FINES Y OBJETIVOS DE LA POLÍTICA EXTERIOR: REFLEXIONES TEÓRICAS PARA LA ETAPA DE LA HEGEMONÍA IMPERFECTA, de marzo de 2009), sino para un mundo complejo e inestable, un mundo basado en una renovada competencia estratégica entre grandes potencias (como enunciaba su anterior Estrategia de Seguridad Nacional, véase la entrada LA NUEVA ESTRATEGIA DE SEGURIDAD NACIONAL Y LA POSTURA NUCLEAR DE LOS ESTADOS UNIDOS, de febrero de 2018) donde ganan protagonismo la China comunista, la Rusia retadora y agresiva, que decidió optar por la fuerza para garantizar su seguridad (lo que es propio también de las grandes potencias), así como un conjunto de potencias y Estados que desde Occidente se agrupan simplificadoramente en la denominación de Sur Global, pero que todos ellos demandan un nuevo reparto de poder e influencia en el sistema internacional. Desde su enfoque realista Trump considera que para alcanzar un acuerdo mundial que mantenga el statu quo necesita lograr primero la paz, máxima que ya intentó aplicar con mayor o menos éxito durante su primer mandato (véase la entrada LA NUEVA POLÍTICA EXTERIOR DEL PRESIDENTE TRUMP: IRÁN, COREA, RUSIA Y CHINA, de junio de 2018). De este modo, el equipo de Trump planeó los siguientes pasos conforme a los fundamentos teóricos del equilibrio de poder kissingeriano, que se basa en negociación permanente: primero, imponer una solución negociada a Ucrania (que ha estado enfrascada en una guerra proxy contra Rusia durante los tres últimos años); segundo, alcanzar un tratado con el Kremlin que reconozca su influencia como gran potencia y elimine ese foco de conflicto, en este paso se baraja además un nuevo tratado de control de armas nucleares estratégicas que podría incluir a China; tercero, establecer un acuerdo general con China que regule el sistema internacional (compuesto por dos, tres o incluso cuatro potencias) mediante la creación de un régimen explícito, con normas, reglas y procedimientos de adopción de decisiones que permitan resolver las crisis y eviten que los conflictos escalen. Estos pasos han sido planeados para ser alcanzados de forma sucesiva y aplicarse en un plazo máximo de tres a cuatro año, antes de que expire el mando de Trump (con la Constitución actual en la mano no sería nuevamente reelegible, aunque nada impide su reforma). La alternativa es una guerra entre grandes potencias, escenario que se ha estado bordeando durante los tres últimos años y que parece que ha sido rechazado por los que toman las decisiones a escala global. 

Scorpions: “Peacemaker”.