El Consejo de la Unión Europea, reunido en Bruselas,
ha decidido imponer a Rusia sanciones financieras, prohibición de venta o
suministro de todo tipo de armas y equipos de defensa, incluidos productos y
tecnologías de doble uso, así como productos y tecnologías destinados a la
industria petrolera en aguas profundas, en el Ártico o al shale-oil, que se aplicarán a
partir del 1 de agosto de 2014, es decir, se aplicarán a los nuevos contratos, no
a los que se encuentran actualmente en vigor, como es el caso del contrato por valor de 1.200 millones de euros por el que los astilleros estatales franceses de la DCN en Saint Nazaire, norte de Francia, están
terminando de construir dos grandes buques portahelicópteros para la Armada
rusa, con entregas previstas para finales de 2014 y 2015 respectivamente. Estas
medidas se han materializado en dos actos jurídicos del Consejo:
La Decisión 2014/512/PESC del Consejo, de 31 de
julio de 2014, relativa a medidas restrictivas motivadas por acciones de Rusia
que desestabilizan la situación en Ucrania: http://eur-lex.europa.eu/legal-content/ES/TXT/PDF/?uri=OJ:JOL_2014_229_R_0003&from=ES
El Reglamento (UE) n° 833/2014 del Consejo, de 31 de
julio de 2014, relativo a medidas restrictivas motivadas por acciones de Rusia
que desestabilizan la situación en Ucrania: http://eur-lex.europa.eu/legal-content/ES/TXT/PDF/?uri=OJ:JOL_2014_229_R_0001&from=ES
El Consejo afirma que toma estas decisiones “habida cuenta de la
gravedad de la situación” porque “las acciones de Rusia desestabilizan la
situación en Ucrania”, esto es, no se atreve a calificarlo como una
guerra civil en la que están interviniendo, además, indirectamente potencias extranjeras.
Pero como los miembros del Consejo consideran que la adopción de estas medidas
por sí mismas no son suficientes, “la Unión animará a terceros países a que
adopten medidas restrictivas similares a las que figuran en la misma” (artículo
5 de la Decisión 2014/512/PESC).
Los dirigentes europeos están cometiendo el
error, gravísimo, de intentar acorralar a Rusia, lo que solo servirá para
acrecentar su sentimiento de inseguridad. De hecho, la Guerra Fría surgió por
ese motivo, solo que en Occidente los responsables de la política exterior
americana promovieron la idea de la supuesta agresividad soviética y la inminencia
de la revolución mundial de la mano de un Ejército Rojo de doce millones de
soldados. Pero ¿cómo podía plantearse siquiera esta idea si la Unión Soviética
acababa de perder veintiséis millones de ciudadanos en la guerra contra
Alemania? Eso le costó a Europa la división política y estratégica durante
cuarenta años. Ahora, los dirigentes europeos y los burócratas de Bruselas
practican el peligroso juego de amenazar a un gran poder militar, pero, es
evidente que Washington está detrás de estas medidas, como también lo ha estado
al alentar al (des)gobierno de Ucrania a romper con Rusia, por las buenas o por
las malas, aplicando el principio fundamental del equilibrio de poder: cercar al
potencial oponente antes de que se convierta en una amenaza real. ¿Quién dijo
que había llegado “el fin de la historia”?