El 7 de febrero de 2020 el
presidente francés Emmanuelle Macron pronunció un discurso en la prestigiosa
Escuela Militar de París en el que, en una parte de su intervención, se dirigió
directamente a los socios europeos. De forma enfática pidió que los gobiernos
europeos no fueran meros espectadores ante la carrera de armamentos que se
puede desatar en Europa en breve plazo si, finalmente, los Estados Unidos y Rusia
terminan deshaciéndose del último tratado de control de armas que permanece en
vigor: el Tratado de Armas Estratégicas (Nuevo START), firmado en Praga el 8 de
abril de 2010, y que finaliza el 5 de febrero de 2021. Si Moscú y Washington no
entablan negociaciones serias e inmediatas parece que su extinción será la solución
más probable. Entonces nos planteamos: ¿las grandes potencias no son
conscientes de sus intereses de seguridad globales? En honor a la verdad
hay que decir que Moscú ha reiterado su predisposición para extender por un
período de cinco años el Tratado, lo que requiere una simple notificación entre
ambos gobiernos, y está abierta a negociar un nuevo tratado sin “condiciones
previas” –véase al respecto in extenso la entrada DIEZ AÑOS DEL TRATADO DE LIMITACIÓN DE ARMAS ESTRATÉGICAS: LA VISIÓN RUSA de abril de 2020–. Por este
motivo el presidente Macron afirmó que “los europeos deben darse cuenta de que
sin un marco legal pueden encontrarse rápidamente con un resurgimiento de la
carrera de armamentos convencional o nuclear en su propio territorio”. Sin
embargo, el presidente francés habló en su discurso de la “competencia global
entre los Estados Unidos y China”, ¡y no Rusia! como si China significara algo
en el régimen de estabilidad estratégica –o paridad y estabilidad estratégica, si
tomamos la terminología rusa–. Debemos recordar que los Acuerdos de Moscú de
mayo de 1972 sentaron las bases de un bondadoso régimen de seguridad global
entre las dos grandes potencias nucleares que ha perdurado hasta hoy y que ha logrado
que no hubiera ningún enfrentamiento bélico entre ellas, que de forma
inevitable hubiera desembocado en una guerra nuclear de consecuencias absolutamente
catastróficas –para entender esta idea recomiendo la película “El día después”
(Nicholas Meyer y Jason Robards, 1983)–. Por ello, es necesario, diríamos
absolutamente imperioso, un nuevo acuerdo que mantenga la estabilidad porque
las partes del sistema cambiaron: desapareció la Unión Soviética y emergió la
Rusia extremadamente debilitada de Yeltsin. En ese momento, Washington podría
haber actuado políticamente de dos maneras. Por un lado, haber dejado caer la
estructura política postsoviética, absolutamente caótica, ineficiente y hundida
económicamente, y haber potenciado la división territorial hasta el extremo,
como hizo con Alemania en 1945 –la “gran oportunidad” perdida que han dicho
algunos politólogos–. O, por otro lado, reconocer el papel de Rusia en el
“nuevo orden” mundial anunciado por el presidente Bush padre el 11 de
septiembre de 1990 y llevarla al grupo de las potencias democráticas, que fue
la política que finalmente sostuvo la exitosa presidencia de Clinton, con el
arma más poderosa con la que han contado los Estados Unidos desde su fundación:
la globalización asociada a la Doctrina del Destino Manifiesto como la “Nación
indispensable”, en palabras de la secretaria de Estado Albright. Optar por esta
segunda política hizo innecesario hacer cambios en el régimen internacional
debido al advenimiento de la hegemonía americana. Pero el resurgimiento una
década después de la Rusia de Putin –que funda su continuidad como potencia en
el antiguo imperio zarista– coincidió con el nacimiento de la segunda gran
potencia no europea del sistema internacional: la República Popular China,
primero tímidamente como era propio de los dirigentes chinos inexpertos en
política exterior, y ahora orgullosa y agresiva bajo las pautas rectoras del
presidente Xi Jinping, en el poder desde marzo de 2013. Siguiendo el discurso
del presidente Macron esto significa que el sistema de la posguerra fría –de la
globalización o de la posmodernidad, como se le quiera llamar– es lo
suficientemente complejo para que los europeos no puedan permitirse andar
dubitativos, si es que quieren representar un papel importante en los asuntos
mundiales, y no digamos si aspiran a formar parte del nuevo Directorio mundial –porque
este es el término correcto–. No actuar significa quedarse fuera. Por
eso, aquella declaración de Macron podría entenderse como dirigida
“bienintencionadamente” hacia Moscú… si no fuera por la errática estrategia
francesa post-Sarkozy hacia Rusia. No se oculta a nadie que, después de la
salida del Reino Unido de la Unión Europea, Francia queda como la única
potencia europea con armas nucleares –“the only one”– y esto le da la fortaleza
para renovar esa visión de sí misma como garante última de la seguridad europea
y de los Estados que la conforman. Esta posición política francesa ya la
tratamos ampliamente en el ensayo “Hacia la creación de un sistema europeo dedisuasión nuclear” de 2005, en pleno debate de la después fracasada
Constitución Europea, por lo que el asunto no es nada nuevo. Macron dice
que la capacidad nuclear francesa “refuerza la seguridad de Europa por el
hecho de existir y que tiene una dimensión auténticamente europea”. Estas
dos afirmaciones encadenadas no tienen parangón en el seno de la Unión Europea,
de hecho, deben causar desazón entre los políticos bruselenses imbuidos de un
discurso comunitario “buenista” que niega cualquier posibilidad de catástrofe
global. Para continuar con este discurso, mantengamos esta última cuestión en
suspenso por ahora. Pues bien, aunque Macron proclame que “Francia está
convencida de que la seguridad de Europa a largo plazo pasa por una alianza
fuerte con los Estados Unidos”, la visión estratégica francesa parte de la
hipótesis de que los Estados Unidos no van a continuar garantizando la
seguridad europea como en los tiempos de la Guerra Fría. Esto es así porque
tienen que defender sus propios intereses de seguridad en la cuenca de
Asia-Pacífico, cambio estratégico que puso en marcha el presidente Bush hijo y
han seguido fielmente Obama y Trump. Macron continúa: “nuestra seguridad pasa
también, inevitablemente, por una mayor capacidad de acción autónoma de los
europeos”. Seguridad y decisión autónoma significa construcción de una defensa
europea común que, para ser creíble, debe contener en su seno un sistema de
disuasión nuclear propio, porque las armas nucleares existen dentro y fuera de
la Unión Europea. Pero las que están dentro son francesas –si obviamos la
existencia de cerca de un centenar de bombas atómicas americanas en cinco bases
europeas– porque fue el presidente de Gaulle con su firme decisión política
quien creó la fuerza nuclear y son los contribuyentes franceses los que pagan
su sostenimiento. Pero para convertirlo en un sistema de disuasión común París debería
congregar a todos los socios europeos en un proyecto político común que sentara
las bases de una estrategia exterior, en todas las organizaciones
internacionales y en todos los foros en los que participan. Las bases del
liderazgo político francés están en su condición de miembro permanente del
Consejo de Seguridad de la ONU y su derecho de veto que, desde su propia
perspectiva, ejerce de forma “ejemplar” y presenta “un balance único en el
mundo”. Porque sigue apostando por la paz y el multilateralismo, pero
no descuida los fundamentos de una defensa basada en la posesión de las
armas nucleares y una política de empleo de las mismas. Pero no es solo
esto. El presidente Macron enfatizó, además, que Francia no firmará ningún
tratado destinado a reducir su arsenal nuclear y anunció que continuará
aumentando el presupuesto de defensa nacional –del que se destina el 12%
anual al mantenimiento de la disuasión nuclear–. Quizás esto escuece en los
oídos de algunos dirigentes europeos. Claro que también cabe otra posibilidad,
y es que el presidente Macron acoja los principios políticos de la estratégica
nuclear degaulliana de la Guerra Fría y quiera poner a Francia en una posición
intermedia entre los gigantes nucleares, con la aspiración de actuar como
moderador, contando para ello con los atributos de poder global que hemos
examinado más arriba. De una u otra manera, París necesita el respaldo
político del copartícipe del Directorio europeo, la poderosa, y al mismo tiempo
dubitativa, Alemania. Es aquí donde entramos de lleno en la cuestión del liderazgo
europeo, o más bien de la falta de liderazgo, que no parece que vaya a
solucionarse a corto plazo –nuestra tesis de los testigos silenciosos está
subyacente a lo largo de estas líneas–. Entonces, ¿sirven de algo estos discursos
franceses? porque, hasta ahora, no han conseguido nada. Mientras tanto,
las grandes potencias nucleares, los Estados, Rusia y China, avanzan
cada vez más hacia políticas nacionales y a soluciones bilaterales en los
asuntos internacionales. Veremos hasta cuándo y cómo. Inevitablemente este
escenario estratégico recuerda al período de los años treinta en Europa y,
desgraciadamente, la historia nos enseña que el directorio solo cambia
después de una guerra entre grandes potencias y que las vencedoras dictan las
nuevas reglas. Estamos a las puertas y muy probablemente sucederá.
El texto completo del discurso del presidente Macron está disponible en el sitio web oficial de la Presidencia Francesa, y también se puede seguir en el canal de la Ecole Militaire en Youtube (duración 1:14:26).
Enhorabuena.
ResponderEliminarMacron hablando de invertir en defensa y armaas nucleares en ciernes de una crisis económica nunca vista desde la segunda guerra mundial...
ResponderEliminarMuchas gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias!. Y un saludo.
ResponderEliminarMuy interesante. El problema que tiene Europa es la dependencia estratégica de EEUU. Sola no puede hacer nada y la estrategia de Trump prescinde Europa.
ResponderEliminar