El 5 de octubre se hizo pública en la ciudad de
Atlanta (Estados Unidos) la conclusión de las negociaciones para un nuevo
acuerdo comercial en la cuenca del Pacífico denominado Asociación Transpacífica
(TPP) que engloba a doce países de ambos lados de cuenca oceánica desde los
Estados Unidos hasta Chile y de Australia a Japón. Las negociaciones, que han
durado cinco años, se han llevado a cabo con discreción entre las partes debido
a los asuntos sensibles que se trataban como son la reducción y eliminación de
aranceles comerciales, la protección de la propiedad intelectual, la armonización
de la normativa laboral o la regulación medioambiental. En las declaraciones
públicas se afirma que se trata del mayor acuerdo comercial de la historia, ya
que agrupa a casi el cuarenta por ciento del PIB mundial, la oportunidad que se
representa para el desarrollo económico mundial al reducir las barreras
arancelarias y fomentar el libre comercio, así como de la influencia que tendrá
en las actuales negociaciones entre los Estados Unidos y la Unión Europea para
un acuerdo de libre comercio transatlántico –véase cómo se erige el Bloque
Occidental-. También se alude de pasada a que China se ha quedado fuera de
dicho pacto, como si hubiera sido posible que China estuviera dentro –es como
si se hubiera planteado la idea de una Unión Soviética dentro de la Comunidad
Europea durante la Guerra Fría-. En realidad, este acuerdo lo que hace es
acercar más si cabe a los países que forman parte de la comunidad de naciones
libres del Pacífico: los Estados Unidos, Canadá, México, Chile, Australia,
Nueva Zelanda y Japón, ya agrupadas entre ellas en acuerdos de seguridad mutua
–falta Corea del Sur, por ahora- y que, con este nuevo acuerdo comercial,
estrechan la unión entre ellas. En este sentido se expresaba el ministro de
Economía japonés Akira Amarai cuando declaró que el TPP tiene una importancia
regional estratégica más allá del comercio. En Pekín consideran adecuadamente
que se trata de un acuerdo impulsado por los Estados Unidos para contener el
auge chino como potencia global, recordando las palabras del Presidente Obama:
“no podemos dejar que países como China dicten las reglas del comercio mundial.
Nosotros debemos escribir esas reglas.” En efecto, la paciencia de la
Administración Obama en las negociaciones que han llevado a la conclusión y
firma del TPP pone de manifiesto, una vez más, el alcance de la política de
contención que los Estados Unidos están desarrollando frente a China desde el
final de la anterior Administración americana. Por eso el supuestamente
proceloso proceso de ratificación en el Senado donde hay mayoría republicana
tendrá una resolución positiva ya que sirve a los intereses nacionales de los
Estados Unidos y contribuye al mantenimiento del régimen internacional de
seguridad. Como ya hemos indicado en otra ocasión, a
China, o a cualquier otra potencia o conglomerado de potencias que
eventualmente se pueda formar, le quedan muchas décadas para poder encontrarse
en disposición de desafiar el poder global americano, siendo realistas se
tendrían que dar muchos cambios en la estructura internacional para que esto
ocurriera y no antes de 2050, o quizás ni siquiera en este siglo como ha
escrito Friedman en Los próximos cien años (trad. de The Next 100
Years. A forecast for the 21st Century. Nueva York, 2010). Nuestras
consideraciones al respecto se recogen en el ensayo “Auge de China y poderío global americano” publicado en ANEPE en septiembre de 2013.
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