George Friedman proclamó en su análisis prospectivo de Geopolitical Futures para 2023 que la India despegaría definitivamente como gran potencia gracias a un conjunto de factores que hacen que sea preciso poner foco en su desarrollo en los próximos diez años. El primero de ellos es que es el país más poblado de la Tierra y, en su caso, implica también que se trata de la mayor democracia del mundo, lo que no es una cuestión baladí cuando se parte de la retórica occidental para examinar (y justificar o no) el uso del poder y las violencia en las relaciones internacionales. Es el primer desarrollador mundial de software que, en términos tecnológicos, significa que maneja y domina el lenguaje de las máquinas en un mundo que avanza rápidamente hacia la generalización de la inteligencia artificial (IA) tanto en los procesos productivos y el ejercicio de las profesiones como en la educación y el ocio. Cuenta con un programa espacial de largo recorrido que tiene como principal objetivo poner en el espacio una nave tripulada (sería la cuarta potencia en lograrlo), mientras se dota de su propia constelación de satélites espaciales (meteorológicos, de comunicaciones y de vigilancia). Además, es una potencia nuclear, no reconocida legalmente, pero que mantiene importantes acuerdos de cooperación en la materia tanto con Rusia como con los Estados Unidos, y ha sido capaz de planear, desarrollar, construir y operar todos los componentes de una triada nuclear propia. Todos estos desarrollos impulsan una economía que según análisis prospectivos en tres décadas se convertirá en la segunda del mundo, solo superada por la China comunista (véase The Long View. How will the global economic order change by 2050?). Además, geográficamente domina la fachada sur del continente asiático, gracias a su posición central en medio del océano que lleva su nombre, el Índico, y por el que transitan las más importantes rutas de transporte marítimo que conectan los puertos de Asia oriental (los más importantes están en China, Japón y Corea del Sur) con los recursos de Oriente Medio y África. Pero, también mantiene conflictos fronterizos abiertos con China y con Pakistán, ambos potencias nucleares, aunque con diferente estatuto y posición en el sistema internacional global. Precisamente, desde los tiempos de la Guerra Fría, los dirigentes indios fueron capaces de crear unas relaciones exteriores no basadas en alianzas, sino en la cooperación conforme a los principios enunciados en la Carta de la ONU (lo que en su momento les permitió liderar el movimientos de los países no alineados), que ha hecho que actualmente desarrolle excelentes relaciones con Europa, con los Estados Unidos y con sus apéndices de la cuenca del Asia Pacífico como son Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Japón, mientras mantiene una asociación estratégica con Rusia, de la que se abastece principalmente de armamento, tecnología, coopera en el grupo contrasistémico BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y, desde el inicio de la guerra de Ucrania, importa petróleo a gran escala a precios preferenciales (pasó de importar escasamente 60.000 barriles diarios a más de un millón en la actualidad). En el lado opuesto, como decimos, están China y Pakistán, frente a los que desarrolla una política de disuasión que incluye el arma nuclear. Pero, precisamente por aquella posición central y dominadora de su propio océano está en disposición de poder cortar las rutas marítimas que conectan los puertos de China oriental y Oriente Medio-África. Y puede hacerlo desde la misma salida del angosto estrecho de Malaca, al dominar las islas de Nicobar y Andamán que, convertirá más pronto que tarde, en el primer enclave antiacceso y denegación de área (A2/AD en la jerga militar) regional contando con sus propios sistemas de misiles costeros antibuque, sistemas antiaéreos de medio y largo alcance (ha comprado cinco regimientos de misiles antiaéreos S-400 Triumf a Rusia) y buques y submarinos armados con misiles preparados para acometer cualquier acción de bloqueo o de destrucción, en caso de conflicto bélico. Pero, ¿cuál es el factor decisivo para que un país escale a la condición de potencia? Parafraseando a Tucídides, que sus élites crean que son un modelo para los demás, es decir, además de contar con los factores materiales del poder (hard power), tener la voluntad para usarlos. Y esa capacidad y voluntad es la que el primer ministro Narendra Modi le ha dado a la India del siglo XXI. A través de diferentes agencias e instituciones gubernamentales se han aplicado al desarrollo en computación, espacio, comunicaciones, armamento y energía nuclear, acercándose progresivamente a las capacidades de las otras grandes potencias. Ya vimos como en noviembre de 2019 Modi anunció orgullosamente que el primer submarino nuclear estratégico (SSBN) indio Arihant había completado su primera patrulla de disuasión en la mar, es decir, armado con misiles balísticos de largo alcance (SLBM) listos para lanzar (véase la entrada LAS ASPIRACIONES DE LA INDIA COMO POTENCIA NUCLEAR NAVAL Y SU FUERZA DE SSBN, de agosto de 2019). Este despliegue implica el dominio de un gigantesco conjunto de tecnologías, desarrollos, capacidades y procedimientos que solo están al alcance de aquellas potencias que aspiran al poder internacional (según la clásica definición morgenthauniana). Pues bien, el 29 de agosto de 2024 el ministro de Defensa indio, Rajnath Singh, presidió en la base naval de Visakhapatnam, en la costa oriental de la India, la ceremonia de entrega del segundo SSBN que lleva por nombre Arighat (S 81), después de un largo período de pruebas de fábrica y certificaciones de sistemas y armas. Singh señaló que el nuevo submarino “mejorará la disuasión nuclear, ayudará a restaurar el equilibrio estratégico en la región y jugará un papel decisivo para la seguridad del país”. Su construcción comenzó en los astilleros estatales SBC de Visakhapatnam en julio de 2011, se botó en noviembre de 2017 y se aplicaron soluciones tecnológicas y de diseño detectadas en las operaciones con el Arihant (S 80). Tiene un desplazamiento de 6000 toneladas, mide 111,6 metros de eslora, once de manga y nueve con cinco metros de calado, cuenta con un reactor CLRW-B1 de agua ligera de 82,5 MW desarrollado con asistencia rusa y da veinticuatro nudos en inmersión y doce en superficie. Como armamento principal cuenta con doce SLBM K-15 Sagarika de combustible sólido y dos etapas desarrollados por la Organización de Investigación y Desarrollo de Defensa del Ministerio de Defensa de la India (DRDO), que puede transportar una ojiva nuclear o convencional de hasta 1000 kilos de peso a una distancia máxima de 740 km, o alternativamente puede cargar cuatro SLBM K-4 de 3500 km de alcance, además de torpedos clásicos de 533 mm. El programa continúa y las autoridades indias tienen planes para construir otros dos SSBN de esta clase e iniciar la construcción de la primera generación de submarinos nucleares multimisión (SSN), después de la experiencia acumulada con las operaciones con sendos SSN rusos en alquiler (Chakra I y II). Y aunque por sus capacidades no se pueden comparar con los grandes SSBN rusos, estadounidenses, británicos o franceses, es indudable que están trabajando en ello y que la próxima generación de submarinos nucleares estratégicos será más grande, más capaz y estará armada con más misiles de mucho mayor alcance que pongan la costa oriental china al alcance de sus armas, incluido Pekín. Por tanto, no solo se trata de disuasión, sino de imponerse en la lucha por el poder y la paz (de nuevo, Morgenthau) y convertirse en uno de los decisores del sistema mundial.
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CÓMO HA CAMBIADO EL CUENTO O CUANDO UN GENERAL DE LA USAF VOLÓ EN UN BOMBARDERO RUSO CON CAPACIDAD NUCLEAR
Del 19 al 21 de agosto de 2024 se asistió a una nueva etapa en la escalada en la guerra en Ucrania, cuando aviones no tripulados (RPA) ucranianos (aparentemente un modelo comercial modificado), trataron de llegar a áreas remotas del norte de la Rusia europea, en concreto a la región de Múrmansk, con el objetivo de alcanzar, dañar o destruir alguno de los bombarderos estratégicos estacionados en las bases de la península de Kola y que regularmente bombardean objetivos en profundidad en Ucrania con misiles de largo alcance. Entre los bombarderos con capacidad nuclear ubicados en la base aérea de Olenya, en Kola, se encuentran los supersónicos Tupolev Tu-22M3 (Backfire-C en código OTAN), un producto clásico de la Guerra Fría (entró en servicio en 1983) diseñado específicamente para el ataque antibuque de largo alcance contra los grupos de portaviones de la US Navy y de la OTAN ubicados en el Atlántico y el Pacífico. Estos bombarderos participaron en las guerras de Afganistán, Chechenia, Georgia y Siria y actualmente en la campaña de bombardeo estratégico contra Ucrania lanzando sus municiones de precisión desde posiciones de seguridad alejadas de la línea del frente. Debido a su fiabilidad y capacidades bélicas la Fuerza Aérea rusa (VKS) espera mantenerlo en servicio durante mucho tiempo y desde 2018 está recibiendo una variante modernizada denominada Tu-22M3M cuya característica más visible es la reincorporación de la sonda de repostaje en vuelo de las primeras versiones, que desapareció por aplicación de los tratados de desarme que pusieron fin a la Guerra Fría, pero también a la división de Alemania y al Pacto de Varsovia, en el que se agrupaba toda la potencia militar del imperio soviético. En esta secuencia de eventos históricos únicos incluso una de las partes del sistema bipolar incluso dejó de existir. En efecto, en diciembre de 1991 la Unión Soviética desapareció por el peso de sus propias contradicciones, de su desastrosa ineficiencia económica y, definitiva de su acuciante falta de libertad. Fue en el período posterior de distensión de las relaciones entre el Este y el Oeste (este lenguaje se ha puesto de moda de nuevo) cuando en agosto de 2001 el comandante de la 8ª Fuerza Aérea de los Estados Unidos, general Thomas J. Keck, respondió a una invitación del entonces comandante de la Fuerza Aérea rusa (VVS en aquel momento), general Anatoly Kornukov, para visitar bases e instalaciones aéreas en Rusia con la finalidad de tomar una impresión directa y de primera mano de la ausencia de amenaza entre las partes (habían pasado casi diez años desde el fin del Estado soviético, pero ya Vladimir Putin estaba al frente del país). En una visita oficial de seis días por territorio ruso, el 22 de agosto de 2001 el general Keck (anotemos, expiloto de bombardero B-52 y del extraordinario avión de reconocimiento estratégico SR-71 Blackbird y 886 horas de vuelo en combate) voló en un bombardero Tu-22M3 del 43º Regimiento de Aviación de Entrenamiento de la Aviación de Largo Alcance (Aviación estratégica rusa) desde su base de Riazán-Diáguilevo. La salida incluyó el lanzamiento de bombas sobre un campo de tiro (en su nota biográfica oficial consta el vuelo en Tu-22M3). Es preciso señalar que fue el primer militar de la OTAN que voló en un bombardero supersónico ruso. De esto hace exactamente 23 años. En esta época también se produjo la visita de un submarino nuclear clase Akula a la base naval francesa de Brest o la participación de un destructor clase Udaloy en ejercicios de la US Navy en la costa este de Estados Unidos. Sin embargo, esos tiempos han pasado. Las grandes potencias tratan de resolver de nuevo sus dilemas de seguridad mediante un conflicto bélico, el resto del mundo asistente expectante al resultado del conflicto y Europa tiene en sus mismas puertas una dura guerra convencional, mientras se camina al borde del precipicio de un enfrentamiento nuclear si por poco a alguien se le ocurre aplicar la doctrina de la restauración del miedo enunciada por Karaganov y también por Trenin. Iván Ferreiro: “Tupolev (2019)”.