El equilibrio de poder (balance of power en inglés) es un mecanismo de coordinación entre Estados que tiene como objetivo fundamental evitar el conflicto a través de la negociación y de la distribución del poder entre diferentes potencias que forman un sistema. Los procesos que llevan a la formación del equilibrio se sustentan en mecanismos de negociación permanentes o cuasipermanentes, bien sean tácitos o explícitos (en este caso pueden implicar la creación de foros y órganos institucionales) en los que se busca constantemente el intercambio de información para, a través de la comprensión del interés nacional y los objetivos de la otra parte, alcanzar posiciones de consenso, distribuir adecuadamente el poder e, incluso, en el caso de un sistema con dos o más potencias fuertes, establecer zonas de influencia. El equilibrio de poder se da en sistemas bipolares y multipolares. En el sistema de equilibrio bipolar casi siempre funciona bajo las reglas de suma cero, pero que, en una dinámica de enfrentamiento, se inicia con una carrera de armamentos y puede evolucionar hacia el enfrentamiento, conforme a las tesis del juego del gallina, terminando con un enfrentamiento bélico directo. La existencia de tres o más potencias (sistemas multipolares) asegura un funcionamiento efectivo del equilibrio porque éstas tratan permanentemente de establecer acuerdos que faciliten el reequilibrio evitando que una de ellas acumule más poder e influencia que la suma de las restantes, es decir, estos sistemas tienden inexorablemente al equilibrio porque la alternativa es el conflicto, como describió magistralmente Kissinger en su análisis fundamental del sistema de la Santa Alianza en el siglo XIX -véase la entrada UN MUNDO RESTAURADO, de marzo de 2020-. Pero es que, además, puede darse el caso (y de hecho se da) que en una potencia hegemónica imponga en un subsistema regional una suerte de equilibrio de poder. En este caso no son las potencias que forman el sistema las que acuerdan y ordenan la distribución del poder y la influencia entre ellas, sino que es una potencia externa, ajena y superior (en cuanto a acumulación de poder) la que realiza dicha asignación con el objetivo de que ninguna de las potencias regionales acumule demasiado poder (entendido como capacidad para someter al resto), evite el conflicto y, en última instancia, detraiga recursos de la gran potencia reguladora para imponer la paz, bien mediante el acuerdo o el uso de la fuerza. Esto es especialmente importante en los momentos de crisis o conflicto, donde la gran potencia hegemónica imperfecta tiene que aplicar su poder en un área geográfica o en un sector relativamente alejado que requiere la concentración de medios y recursos de forma masiva. El ejemplo de referencia es la actuación de Inglaterra en el sistema europeo durante todo el siglo XIX. Otro ejemplo fundamental es la imposición de un régimen de seguridad por parte de los Estados Unidos en Europa después de 1945 con la creación primero de la OTAN y después de las Comunidades Europeas (hoy Unión Europea) para controlar a las potencias europeas. En este caso puede haber, además, un objetivo adicional que es tratar de evitar a toda costa el surgimiento de una nueva gran potencia que, a la larga, pueda llegar a disputar la posición del hegemón imperfecto. Conforme a estas reglas proponemos un estudio de caso recientísimo sobre la aplicación de las reglas del equilibrio de poder en un subsistema regional inestable. El Mediterráneo oriental es un área de conflicto permanente, tanto por razones históricas como por la conjunción de intereses encontrados entre grandes potencias y potencias regionales y, además, es un punto de tránsito (y por tanto de cierre, chokepoint en inglés) de los flujos marítimos mundiales como es el canal de Suez. La incesante sucesión de guerras en esta área al menos desde el final de la Segunda Guerra Mundial excusa una referencia explícita a las mismas, incluida la reciente guerra en Gaza. Es significativo que en la última década una potencia regional emergente trata de imponerse sobre las demás, esta es Turquía, como ya lo adelantó magistralmente Friedman en Los próximos cien años (2010). Aunque este país es miembro de la OTAN como consecuencia de los avatares de la Guerra Fría, no reúne los estándares fundamentales para considerarlo un país occidental, es más, por su propio pasado y también por su proyección, es una potencia con aspiraciones imperiales porque sus élites dirigentes, con independencia del régimen político imperante, consideran que su sociedad es un modelo para los demás (esta es una característica propia de las grandes potencias que ya puso de manifiesto Tucídides en Las guerra del Peloponeso, siglo V a. C.). Actualmente, después de un largo proceso de reconstrucción política, social y económica interior, las autoridades turcas miran hacia el Cáucaso (han tenido una intervención decisiva en la resolución del conflicto de Nagorno-Karabaj por la fuerza), el Mediterráneo oriental y central (apropiación de recursos naturales en el subsuelo marino) y norte de África (influencia en Libia), pero también se han adentrado más al sur (búsqueda de influencia en Sudán y Cuerno de África a través de ayuda humanitaria vinculada a la identidad religiosa) y su papel como Estado neutral en la guerra en Ucrania, a pesar de su propia condición de miembro de la OTAN (lo que sirve, además, para desmontar el mito falso de los atlantistas belicistas de que el Tratado de Washington impone una respuesta inmediata en caso de agresión). Es decir, Turquía se comporta y actúa como una potencia regional clásica que, a través de una política exterior racional, trata de alcanzar sus intereses nacionales por encima de declaraciones buenistas o grandilocuentes como son propias de los testigos silenciosos europeos (que han dejado de serlo para promover directamente intereses ajenos). Pero, esta tendencia turca tiende inevitablemente a desestabilizar el subsistema regional, en particular porque existen reclamaciones territoriales entre países del área y no solo espacios marítimos, zona económica exclusiva o extensiones de la plataforma continental, sino también espacios terrestres y ocupación de partes de otros Estados, como es su presencia en el norte de Chipre (país de la UE ¡Oh, sorpresa!). El encumbramiento de Turquía, que tiene en marcha, como no podía ser de otra manera, una importante expansión de su capacidad militar general y naval en particular, haría que, en última instancia, impusiera a sus vecinos un nuevo orden de las cosas. Esto no es ni bueno ni malo, se llama aplicación del poder en teoría de las Relaciones Internacionales. Sin embargo esta área regional tiene una potencia tutelar: los Estados Unidos, que aplica permanentemente las reglas del equilibrio de poder para evitar que Turquía acumule demasiado poder y, por tanto, trata de evitar un conflicto entre potencias regionales. Desde el final de la Segunda Guerra Fría los responsables de la política exterior de Washington identificaron a Grecia como el moderador del conflicto en el área, el equilibrador de la contraparte turca, a pesar de que ambos forman parte de la OTAN, pero uno es europeo y cristiano (bien que ortodoxo) y el otro asiático y musulmán. Unos y otros conceptos no son baladíes y en el plano ideológico generan filias y fobias que terminan determinando políticas, por eso, las autoridades turcas pueden estar otros veinte años más negociando su ingreso en la UE y no lo conseguirán, a pesar de las declaraciones buenistas de algunos dirigentes europeos basadas en la falta de respeto hacia la contraparte (como vemos también en el caso de Ucrania). Veamos la aplicación práctica de esta política americana hacia Turquía en estos momentos. El 25 de enero de 2024, dos días después de que Turquía desbloqueara la integración de Suecia a la OTAN, la Administración Biden solicitó al Congreso la aprobación de la venta a ese país de cuarenta aviones de combate F-16V de nueva construcción, setenta y nueve paquetes de modernización para otros tantos F-16 de los modelos C y D en servicio más un conjunto de equipos adicionales relacionados por un importe total de 23.000 millones de dólares. Sin embargo, en 2021 el gobierno turco cursó la solicitud de venta de estos cazas, que ha permanecido bloqueada hasta ahora por distintas disputas con los Estados Unidos (refugio a golpistas turcos en territorio americano, compra turca de sistemas antiaéreos rusos S-400, expulsión de Turquía del programa del avión de combate de quinta generación F-35, bloqueo de la adhesión de Finlandia y Suecia a la OTAN). Una vez alcanzado el objetivo fundamental de acercar las fronteras de la OTAN lo máximo posible a Rusia, el gobierno americano inició los trámites para ejecutar la venta de armas solicitada por Turquía. Pero, como esta medida mejora sus capacidades militares, no podía quedar sin respuesta. Al día siguiente el Departamento de Estado aprobó y la Agencia de Cooperación para la Seguridad de la Defensa de los Estados Unidos (DSCA) solicitó al Congreso la pertinente autorización para la venta de cuarenta F-35A a Grecia a través del Programa de Asistencia Militar al Extranjero (FMS) por un importe de 8.600 millones de dólares. El contrato incluye, además, motores, radares, sistemas de comunicaciones seguras, simuladores, sistemas de guerra electrónica (EW), apoyo logístico, ingeniería, formación del personal y muy probablemente un paquete mínimo de municiones de diferentes tipos. También, en este caso el gobierno griego envío una solicitud urgente de compra de los aviones en noviembre de 2020 y ahora, de repente, se inician los trámites para su formalización de forma inmediata. Es decir, la respuesta a la venta de los F-16 a Turquía será la entrega de exactamente el mismo número de aviones (cuarenta) pero de una generación superior a Grecia, además con el apoyo necesario para su empleo eficiente en caso de conflicto (amén de los dieciocho cazas Rafale suministrados por Francia y la actualización de 82 de sus F-16 al estándar V que se acaba de autorizar a Turquía). Por tanto, la teoría del equilibrio de poder permite explicar por qué Grecia, un pequeño país europeo de casi diez millones y medio de habitantes y con una economía de las más bajas de la UE (puesto 21º) y que requirió su rescate financiero por parte del Fondo Monetario Internacional y de la UE en 2015, tiene las quintas Fuerzas Armadas con más personal de Europa (132.00 efectivos en activo), un presupuesto de defensa que ocupa el puesto más alto de la OTAN en porcentaje del PIB (3,54%) y puede permitirse el dispendio de operar un avión de combate que cuesta 30.000 dólares la hora de vuelo. Pero todo aplica para evitar el conflicto en el Mediterráneo oriental. La pregunta que queda en el aire es: ¿qué ocurrirá cuándo los Estados Unidos no puedan sostener esta política debido a sus costes?
Muy buena entrada, con algunas partes tan duras como claras. Lo mejor la pregunta final, lo duro sería la respuesta sincera.
ResponderEliminarMuy bueno. Y da igual el color del partido que gobierne Grecia. Hará lo que le dicte su hegemon.
ResponderEliminarGracias por compartir.
ResponderEliminarCurioso e interesante 👍👍
ResponderEliminarExcelente artículo. Enhorabuena.
ResponderEliminarInteresantísimo tema el equilibrio de poder aplicado a Turquía y Grecia.
ResponderEliminarEntonces ¿Turquía puede seguir insistiendo 20 años más y nada?
ResponderEliminarMuy interesante artículo y la guinda al final 👏👏👏
ResponderEliminarGracias por compartir. Un abrazo.
ResponderEliminarExcelente y clarificador. Enhorabuena. Muchas gracias.
ResponderEliminarGracias por estas informaciones. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias por el artículo.
ResponderEliminarBuenas tardes:
ResponderEliminarMuy interesante la ejemplificación de la teoría del equilibrio de poderes. Efectivamente, el problema será serio cuando la gran facción mediadora no pueda gestionar por diferentes motivos la mediación y pueda desembocar en conflictos a mayor escala.
Un saludo, Daniel