El 20 de septiembre de 2022 el presidente ruso, Vladimir Putin, afirmó durante un acto público con motivo de la celebración del centenario de la unión de las repúblicas caucásicas de Adiguea, Kabardino-Balkaria y Karacháyevo-Cherkesia a la Rusia Soviética, que la unidad y la amistad entre los pueblos de Rusia son la garantía del bienestar del país en el futuro. Nada de lo que dice Putin es gratuito. El mismo día, el líder de la república de Donetsk reconocida por Rusia, Denis Pushilin, afirmó que más de nueve mil residentes de su república habían muerto desde marzo de 2014, primero a manos de militares y fuerzas de seguridad ucranianas, y más recientemente con ayuda de armas y municiones suministradas por Occidente, con las que se ataca y bombardea a poblaciones civiles. Pushilin reiteraba los argumentos escuchados durante la sesión del Consejo de Seguridad ruso del 21 de febrero de 2022: los rusos en Ucrania están siendo asesinados despiadadamente y deben ser protegidos, en palabras de la presidente del Consejo de la Federación, Valentina Matvidenko. Mientras avanzaba la mañana, continuaba subiendo de tono la retórica impulsada por el aparato de poder del Kremlin. El presidente de la Comisión de Control de la Duma rusa, Oleg Morozov, afirmó que el proceso constitucional para incorporar a nuevos sujetos a la Federación Rusa sería rapidísimo, puesto que podría aprobarse en cuestión de horas, siguiendo el antecedente de la fulgurante integración de Crimea y Sebastopol en marzo de 2014 -solo que ésta se produjo sin disparar un solo tiro-. Pero, Morozov se encargó de recordar que, además, sería necesario restaurar la integridad territorial de los nuevos sujetos de acuerdo con las fronteras administrativas establecidas en sus respectivas constituciones. Más tarde, el presidente de la Comisión de Defensa de la Duma, el general y exviceministro de Defensa Andrey Kartapolov, afirmó que en caso de integración de las repúblicas del Donbás en la Federación sus milicias populares pasarían a formar parte de las Fuerzas Armadas rusas. En este punto se debe recordar que, de forma oportuna, el 23 de agosto el presidente Putin firmó un decreto que ordenó incrementar el personal de las Fuerzas Armadas en 137.000 militares a partir del 1 de enero de 2023. El 21 de septiembre, Putin firmó un decreto que ordenaba la movilización parcial de las Fuerzas Armadas rusas e inmediatamente el Ministerio de Defensa ruso puso en marcha el procedimiento para incorporar a filas hasta 300.000 reservistas -se estima que las Fuerzas Armadas rusas cuentan con dos millones de reservistas movilizables en caso de guerra-. De forma esperada, sin embargo, no se realizó ninguna apelación a una eventual declaración de guerra, pero en una comparecencia televisada Putin recordó a Occidente, con suma frialdad, la existencia de armas nucleares y la voluntad de usarlas en caso necesario para defender la existencia de Rusia. La flexibilidad de las medidas rusas implicó que esa misma mañana, las autoridades prorrusas de Kherson anunciarán la incorporación de dos localidades del oblast de Nikolaiev (Snegirevka y Alexandrovka) bajo ocupación rusa al oblast de Kherson, para permitirles participar en el referéndum de unión. El 22 de septiembre fue un frenético día de preparación y organización de las consultas populares a pesar de la existencia de un estado de guerra, que incluyó un intercambio de prisioneros con el político ucraniano prorruso Viktor Medvechuk a la cabeza. Sin solución de continuidad, el 23 de septiembre los territorios de Donetsk, Kherson, Lugansk y Zaporiyia bajo ocupación comenzaron las votaciones para aprobar su unión a Rusia. A estas alturas, prácticamente nadie tiene dudas de que el resultado será positivo por un amplio porcentaje, superior al ochenta por ciento o incluso más allá, todo depende de cuánto quieran venirse arriba las autoridades rusas. Cuando estos resultados se hagan público, el día 27 de septiembre por la noche o, quizás, el 28 por la mañana, en Moscú se pondrá en marcha un proceso expedito de reforma constitucional para incorporar a los nuevos sujetos a la Federación Rusa. El corolario es que, una vez incorporados, estarán bajo la protección del paraguas de las Fuerzas de Disuasión nuclear. De este modo, una vez que las fuerzas rusas desalojaron el territorio del oblast ucraniano de Kharkov ante la ofensiva ucraniana, se puso en marcha un proceso destinado a intentar cambiar el signo de la guerra con una escalada política, no militar del conflicto, a pesar de que esta venga acompañada de la movilización y de declaraciones sobre la adopción de otras medidas, incluida la amenaza, siempre latente, de empleo de armas nucleares, tanto contra Ucrania (potencial uso de armas tácticas), como contra la OTAN (bajo la promesa de la destrucción mutua asegurada). Es decir, mientras Occidente continúa ayudando financieramente, entrega suministros y presta apoyo político al régimen de Kiev, Rusia pone sobre la mesa su inmenso arsenal nuclear para seguir aplicando una política basada en sus intereses nacionales. Este conjunto de medidas y acciones ponen de manifiesto que los dirigentes rusos continúan manteniendo la iniciativa estratégica y presentan a Occidente, al que identifican como su principal oponente, su particular alternativa a la ausencia de un acuerdo general de zonas de influencia: una dura y drástica política de hechos consumados, que solo es reversible mediante el uso de la fuerza, es decir, una declaración de guerra general del Occidente civilizado contra Rusia. Esto significa que, mientras la Unión Europea piensa en la aprobación de nuevas sanciones económicas y comerciales, el conflicto ha escalado a un extremo en que aquellas se han vuelto absolutamente inservibles, en que no tendrán ningún efecto para disuadir la escalada rusa, simplemente porque ésta ya se ha producido y que, frente a un frío invierno sin petróleo y gas rusos, estemos abocados a decidir si estamos dispuestos a afrontar un invierno nuclear. Lo que parecía imposible ha llegado. La pregunta es si somos conscientes de ello y si estamos dispuesto a aceptarlo o admitimos el funcionamiento de las reglas del equilibrio de poder, porque lo que está en juego ya no son nuestros valores, sino la existencia misma de la civilización como la conocemos.
¿Será que ya estamos en guerra, y somos sólo nosotros los que no nos hemos dado cuenta?
ResponderEliminarFantástico y aterrador a la vez.
ResponderEliminar☹️☹️☹️☹️ da mucho miedo.
ResponderEliminar¿Qué papel juega China? Parece que le están pidiendo a Putin que pare la guerra.
ResponderEliminarEuropa y las naciones que la constituyen hace mas de 70 años que no combate. El que no practica se vuelve menos ágil, hace poco estuve con un alto cargo que hablaba que su país estaba iniciando preparativos para una guerra y lo decía con una tranquilidad pasmosa. Lo que está en juego es la existencia misma de la civilización que conocemos.
ResponderEliminarOpino igual, además estamos en guerra sin que nos lo hayan dicho.
ResponderEliminarEso significa que cualquier ataque contra esos territorios podría considerarse un ataque contra la propia Rusia y abrir una caja de Pandora hasta ahora cerrada.
ResponderEliminarUna vez mas el conflicto estalla por imprevisión. En el Maidan hay dos variables. 1.- Hacer daño a Rusia a toda costa. 2.- Apoyar, contra el parecer de Kissinger, a una Ucrania contra otra, digámoslo sin ambages, la ucranionazi frente a la rusofoeslavista. El proyecto político subyacente era delirante. Pero es claro que se prefirió correr el riesgo a cambio de jugar con la paz y la seguridad internacionales. Véanse las consecuencias. Estamos en plena escalada. No sabemos como va a terminar. Bien, no.
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