Cuando la mayoría de los países del mundo sufren una crisis sanitaria sin precedentes en el sistema internacional globalizado, que ya supera ampliamente el millón de muertos, la mayoría de las economías más avanzadas continúan en shock, el turismo está bloqueado a escala global y los regímenes democráticos occidentales se ven sometidos a una creciente crisis de legitimidad, interna y externa, las grandes potencias continúan su lucha por el poder, la influencia y la supremacía. Los Estados Unidos avanzan en su política de contención a la China comunista con sus principales aliados regionales: Japón, Australia e India, y a esta estrategia aplicarán los mayores esfuerzos políticos y diplomáticos y gigantescos recursos económicos en los próximos años. Su fortaleza ideológica y poderío económico auguran, en palabras de Friedman, un futuro “americano”, pero que no estará exento de conflictos y guerras. Por su parte, China tratará de mantenerse indemne en esta pugna, mientras continúa promoviendo su crecimiento económico interior, fortalece sus Fuerzas Armadas “para disputar y ganar guerras” y comienza a disputar espacios de influencia política que pueden atraer a más países del sistema global, como hemos visto en la reciente Cumbre de Anchorage (Alaska). El que China pueda convertirse en un modelo socioeconómico alternativo podía parecer, a priori, sorprendente, pero no solo no se puede descartar, sino que, además, es un escenario cada vez más probable. ¿Y qué hace el tercero en discordia? Moscú, consciente de que sus recursos son limitados, juega donde sabe que puede ganar, y donde surgen complicaciones, o el coste supera a los beneficios esperados, simplemente se retira -en la aplicación de una de las lecciones aprendidas de la Guerra Fría: no se puede asumir una política exterior de alto coste cuando los propios ciudadanos no disfrutan de un nivel de vida adecuado, porque se acaba lastrando el desarrollo económico interior-. Por eso, la Rusia postsoviética se concentra en el desarrollo nacional, en el “extranjero cercano” y en las áreas donde estima a priori que su intervención puede ser beneficiosa, puede resolver conflictos o le permitirá ganar influencia política o económica. Y los responsables políticos rusos saben que el país tiene un futuro esplendoroso en el Ártico, el cambio climático en esta región juega a su favor, y tienen un plan definido para el desarrollo del Norte y la explotación de sus recursos, que pasa por el control de la denominada Ruta Marítima del Norte y el océano Ártico. Para ello, Rusia goza de una ventaja estratégica decisiva: es el único Estado ribereño que controla los dos accesos al océano Ártico: el occidental, a través del mar de Barents, y el oriental, por el estrecho de Bering. Es precisamente en estas zonas donde está fortaleciendo su presencia, recuperando instalaciones y bases de la época de la Guerra Fría, construyendo otras nuevas y creando infraestructuras tan sorprendentes como la puesta en funcionamiento de central nuclear flotante en Pevek o la construcción de una nueva flota de gigantescos rompehielos atómicos, que permitirán mantener abierto prácticamente todo el año el océano Ártico a la navegación comercial. Las pruebas de navegación con buques de carga y rompehielos nucleares realizadas entre mediados de 2020 y principios de 2021 han permitido constatar esta posibilidad, probar los medios disponibles y planificar un futuro con un horizonte halagüeño para los intereses rusos. Por ello, un estudio de PWC (Londres) de 2019, que establecía el orden de las economías mundiales en 2050, mantenía a Rusia como la única potencia que no se movía respecto a su posición actual (6º lugar), mientras se producirá una variación completa en las otras nueve del top10 -en estas proyecciones las principales economías europeas, como Alemania, Reino Unido y Francia, descenderán a posiciones más allá del 10º puesto-. En una afirmación de poderío y capacidades, el 26 de marzo de 2021 por primera vez tres submarinos nucleares rusos emergieron de forma simultánea a través de la capa de hielo en un punto del área marítima de la Tierra de Francisco José -vídeo disponible aquí-. El presidente Vladimir Putin recibió el informe del comandante de la Armada rusa, el almirante Nikolay Evmenov: "Como parte de la expedición al Ártico, tres submarinos de propulsión nuclear emergieron de debajo del hielo en un espacio limitado con un radio de 300 metros por primera vez en la historia de la Armada rusa". Al mismo tiempo, dos aviones interceptores MiG-31BM realizaron por primera vez una misión sobre el Polo Norte, desde el aeródromo de Nagurskoye, en la isla de la Tierra de Alejandra, y realizando dos repostajes en vuelo para una misión que tuvo cinco horas de duración. Tres días después, dos bombarderos estratégicos Tupolev Tu-160 realizaron un vuelo de ocho horas sobre los mares de Barents y de Noruega escoltados por MiG-31BM y dos aviones de patrulla marítima de largo alcance Tu-142M hicieron lo propio en una misión de once horas sobrevolando los mares de Barents, Noruega y del Norte con escolta de cazas Su-33 durante algunas fases del vuelo -véase Thomas Nilsen: "Busy day for Russian military in the skies above Arctic", The Barents Observer, 30 de marzo de 20201-. Tales operaciones forman parte del ejercicio UMKA-2021 planeado y ejecutado por la Armada rusa en el Ártico -véase in extenso Igor Delanoë: "Oumka-2021: la Russie réaffirme sa posture de souveraineté en Arctique", Le portail des forces navales de la Fédération de la Russie, 31 de marzo de 2021-. Estas acciones demuestran la decisión del Poder político ruso de ejercer el control del Ártico y de que emplearán sus capacidades en la región en beneficio propio, compartiéndolos cuando lo estimen necesario y denegándolos cuando lo consideren preciso, en una reedición de la máxima morgenthauniana de la lucha por el poder y la paz.