El 14 de agosto de 2020 el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU) votó un proyecto de resolución de los Estados Unidos que se saldó con un estrepitoso fracaso de la propuesta americana de ampliación de las sanciones contra Irán por su programa nuclear. Solo hubo dos votos a favor, los de Estados Unidos y República Dominicana, once abstenciones, entre ellos Alemania, Francia y el Reino Unido, y los esperados votos en contra de Rusia y China -los miembros actuales del Consejo se pueden consultar en su sitio web oficial-. El resultado de esta votación no deja dudas sobre qué piensan las potencias que rigen el sistema internacional acerca del affaire iranienne, pero, más importante aún, pone de manifiesto el grado de soledad que puede alcanzar una gran potencia mundial si no es capaz de atraer hacia sus tesis a las potencias secundarias, incluidas las de su propio bando, bien sea de forma voluntaria o por la fuerza. El secretario de Estado Michael Pompeo dijo que el Consejo de Seguridad “rechazó una resolución razonable para extender el embargo de armas de trece años a Irán y allanó el camino para que, por primera vez en más de una década, el principal patrocinador estatal del terrorismo del mundo compre y venda armas convencionales sin el establecimiento de restricciones específicas de la ONU. (…) Los Estados Unidos seguirán trabajando para corregir este error”. Y la embajadora permanente ante las Naciones Unidas, Kelly Craft, afirmó que su gobierno comenzará de inmediato a adoptar las medidas necesarias para reinstaurar el régimen de sanciones más fuertes contra Irán, enfatizando que “los Estados Unidos cumplirán la promesa de no detenerse ante nada para extender el embargo de armas”, en una interpretación sui generis de la Resolución del Consejo de Seguridad 2231, de 20 de julio de 2015, relativa a la cuestión nuclear de Irán -véase aquí-. Estas declaraciones ponen de manifiesto el renovado unilaterialismo de la política exterior americana que caracteriza a esta etapa del sistema internacional globalizado, que es el resultado del fracaso del período de la hegemonía imperfecta y, por tanto, no atribuible exclusivamente a la Administración Trump como muchos quieren hacer creer. Pero este nuevo unilaterialismo está formulado desde la debilidad, no desde el poderío como ocurrió en momentos pasados de la historia constitucional americana. Esto tiene que ver, en primer lugar, con la habilidad para generar acuerdos y formar alianzas que caracteriza a las grandes potencias, cualidades que los actuales responsables de la política exterior americana han socavado en su afán por destruir los fundamentos del régimen de estabilidad estratégica que permiten el funcionamiento del sistema internacional globalizado -véase la entrada UN MUNDO RESTAURADO de marzo de 2020-. Segundo, parece que han olvidado otro principio fundamental de la política exterior de toda gran potencia: no se puede enfrentar a todos en todos los lugares y al mismo tiempo, sencillamente porque los recursos no son ilimitados, cuestión que los teróricos de las relaciones internacionales han tratado extensamente. De este modo, una política exterior errática, carente de objetivos coherentes y basada en una incorrecta valoración de los intereses nacionales ha facilitado que se generaran consensos, hasta ahora inéditos, entre el resto de las potencias del sistema internacional, como ocurrió tras el anuncio por parte de Washington el 8 de mayo de 2018 de retirarse del Plan de Acción Integral Conjunto de 15 de julio de 2015 o Pacto Nuclear con Irán, uniendo a las potencias europeas -que son, o deben serlo, sus principales aliados y socios estratégicos- con rusos y chinos y hacerlo en su propia contra. Morgenthau decía que “la política exterior racional es la buena política. Solo una política exterior racional reduce al mínimo los riesgos y lleva al máximo los beneficios”. Exactamente lo contrario de lo que están haciendo los Estados Unidos actualmente. Pero vayamos más allá. Muy probablemente arreciarán, de nuevo, las críticas contra el Consejo de Seguridad por su supuesta parálisis y no acción y saldrán los autoproclamados profetas del enésimo nuevo orden mundial proponiendo su reforma hacia fórmulas “más democráticas”, iniciativas que surgen siempre cuando el Consejo no se pliega a los dictados de la gran potencia, como ocurrió en el caso de Yugoslavia en 1999 o de Irak en 2003 y que acabaron en sendas guerras ilegales y la destrucción y desmembramiento de ambos países. Veamos entonces cómo surgió el Consejo de Seguridad, su juridicidad y el fundamento de sus poderes y potestades. En 1945 las grandes potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, junto con sus aliados y asociados, acordaron el establecimiento de la ONU con el objetivo de “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”. En la nueva estructura que se creó con la Carta de la ONU, que es el tratado constitucional de la sociedad internacional, se atribuyó al Consejo de Seguridad la responsabilidad primordial de mantener la paz y la seguridad internacionales y para ello los Estados miembros “reconocen que actúa en nombre de ellos al desempeñar las funciones que le impone aquella responsabilidad” (artículo 24 de la Carta) y se obligan a “aceptar y cumplir las decisiones del Consejo de Seguridad de acuerdo con esta Carta” (artículo 25). La Carta establece el compromiso fundamental de que “no se usará la fuerza armada sino en servicio del interés colectivo” y, en los principios, proclama que “en sus relaciones internacionales se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los Propósitos de las Naciones Unidas.” (artículo 2.4). Es decir, la Carta impone una prohibición general del uso de la fuerza en las relaciones internacionales, cuyo monopolio queda en manos del propio Consejo de Seguridad. De este modo, el uso de la fuerza solo es lícito en dos supuestos: la acción colectiva decidida y autorizada por el Consejo de Seguridad conforme a las previsiones del Capítulo VII de la Carta y el derecho de legítima defensa, individual o colectiva, frente a una agresión (artículos 51 y 53). Cualquier otra circunstancia en la que los Estados recurran a la fuerza es ilegal, opuesta a la Carta y al ordenamiento internacional general. Desde un punto de vista fáctico, el Consejo de Seguridad agrupa al Directorio Mundial, formado por cinco miembros permanentes y dotados de derecho de veto, y que desde la aprobación de la Carta ostentan el monopolio del uso de la fuerza, convirtiéndose en el órgano supremo del sistema internacional sometido a reglas jurídicas. Se trataría de una suerte de Estado de Derecho de la sociedad internacional, con ayuda de una Asamblea semiparlamentaria en la que todos sus miembros tienen derecho a voto y que adopta el papel de caja de resonancia del mundo, pero sin poder entrar a decidir las cuestiones claves: el uso de la fuerza y el mantenimiento efectivo de la paz y la seguridad, que corresponde al Directorio inamovible, intocable, soberano. Es decir, la existencia y funcionamiento del Consejo de Seguridad se encuentra en la base de la estructura del régimen internacional y su sustitución o alteración cambiaría las reglas del sistema. Como el directorio internacional surge siempre tras un enfrentamiento militar decisivo, estas reglas continuarán vigentes hasta que, tras una nueva gran guerra, el sistema cambie y se reconfigure la estructura mundial adaptándose a la nueva distribución del poder que surja del conflicto. Por eso, cuando una gran potencia o, incluso, una organización internacional, ha tratado de suplantar el papel del Consejo de Seguridad ha fracasado estrepitosamente, porque solo él es el supremo garante de la paz y la seguridad internacionales, por el propio mandato de la Carta y porque las grandes potencias que fundaron el régimen de seguridad internacional lo aceptaron como tal, atribuyéndose el derecho de veto como garantía del cumplimiento efectivo de las resoluciones adoptadas.
Web dedicada a temas de Derecho Internacional, Relaciones Internacionales y Ciencia Política en forma de artículos y comentarios desde la comunidad de la Universidad de La Laguna (Tenerife, España). «Contemplando el centro de la Historia»
VIGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA PERDIDA DEL SUBMARINO NUCLEAR K-141 KURSK
El 12 de agosto de 2020 se conmemora el vigésimo aniversario del hundimiento del submarino nuclear de ataque K-141 Kursk durante unas maniobras de la Flota del Norte de la Marina rusa en el mar de Barents. A las 07.28 UTC de ese día se produjo una primera explosión en la cámara de torpedos y dos minutos y quince segundos después una segunda explosión devastadora acabó de forma inmediata con las vidas de los tripulantes hasta el compartimento número cinco. Los veintitrés supervivientes, que buscaron refugio en el compartimiento número nueve, a popa del buque, fallecieron pocos días después y antes de que se pudiera acometer con éxito el rescate con medios técnicos y humanos proporcionados por la Marina británica. Algunos de estos marinos dejaron testimonios por escrito de esos días que fueron ser recuperados una vez se pudo acceder al interior del submarino nuclear hundido, en los que dan muestra de profesionalidad, entereza y amor a sus seres queridos. En total ciento dieciocho marinos, miembros de la tripulación del submarino nuclear y del estado mayor de la 7ª División de Submarinos que estaban a bordo auditando el ejercicio, se convirtieron en héroes para siempre. Merece la pena recordar la secuencia de los acontecimientos: las primeras grandes maniobras navales de la Flota del Norte desde la caída de la Unión Soviética, un recién nombrado presidente Vladimir Putin al frente del país, el deseo de los altos mandos navales de mostrar al nuevo presidente las capacidades de combate de la Marina rusa y la presencia en el mar del submarino nuclear de ataque más moderno y poderoso de la Flota del Norte, que había regresado de una patrulla exitosa en el Mediterráneo en la que se había dedicado a seguir a los buques de la Alianza Atlántica durante la campaña militar aliada contra la República de Yugoslavia en la primavera de 1999. Sin embargo, la pérdida del Kursk puso de manifiesto de forma terrible las carencias que acumulaba la Marina rusa -y las Fuerzas Armadas en general- después de una década de abandono, de falta de recursos financieros y de dirección política. Es indudable que las autoridades rusas tomaron nota de las graves consecuencias que acarrea para la supervivencia del Estado la retirada del Poder político y fueron adoptando, a lo largo del tiempo, las decisiones necesarias para recuperar no solo el prestigio de las instituciones, incluido el estamento militar, sino el ejercicio efectivo de las competencias estatales que, en última instancia, tienen el deber de garantizar la vida, la existencia y el bienestar de la Nación.
Sobre el hundimiento del Kursk y las operaciones de rescate y reflotado posterior del submarino, véase la entrada KURSK: UNA TRAGEDIA DE LOS SUBMARINOS NUCLEARES RUSOS de octubre de 2019.
LA MISION SPACEX DEMO-2 REGRESA LA TIERRA: REFLEXIONES SOBRE EL DESARROLLO DEL ESPACIO Y LA DEMOCRACIA
El 30 de mayo de 2020 seguimos prácticamente en directo las operaciones de lanzamiento, vuelo y atraque de la primera misión tripulada americana al espacio desde hacía casi diez años. En la entrada titulada SPACEX DEMO-2: HOY EL MUNDO HA COMENZADO A CAMBIAR comentamos cómo la tenacidad de algunos individuos visionarios, en este caso Elon Musk, aunque no es el único, hace que el mundo avance, de repente, más rápidamente. Es evidente que se no trata de un impulso físico, es decir, la Tierra no gira más rápido o el universo se expande más rápidamente en esos momentos, sino que nos referimos a un salto cualitativo en el desarrollo civilizacional. La Historia tiene tantos ejemplos que nos excusan de citar ahora uno u otro evento, porque lo importante ahora es que estamos asistiendo a un segundo salto en el desarrollo tecnológico humano que supera los límites de nuestro planeta, los límites de un mundo que ya se quedó pequeño para las grandes potencias a finales del siglo XIX, en la era de la “primera globalización” instaurada en el “mundo restaurado” del que nos habló magistralmente Kissinger -véase UN MUNDO RESTAURADO de marzo de 2020-, y que sirvió para establecer los principios de funcionamiento del sistema bipolar de la Guerra Fría. Esta etapa de estabilidad estratégica y el desarrollo tecnológico alcanzado durante la Segunda Guerra Mundial posibilitaron el primer salto más allá de las fronteras que permiten la vida humana. Estados y grandes organizaciones gubernamentales llevaron al espacio la tecnología en forma de satélites y naves espaciales, los primeros seres humanos -hombres y mujeres- y crearon estaciones espaciales que han permitido una presencia más o menos permanente en la órbita baja de la Tierra. Pero ahora hemos entrado en una nueva etapa en la carrera por el espacio, resultado de la “segunda globalización” de la última década del siglo XX y la primera de este siglo, caracterizada por la expansión de la economía libre de mercado y los recursos tecnológicos y cognitivos propios de la sociedad de la información, que llevan implícito el sello de la libertad individual. Es en esta etapa cuando pequeñas empresas privadas están sustituyendo exitosamente a los gobiernos y a las grandes agencias gubernamentales con presupuestos multimillonarios en la conquista del espacio. ¿A qué se debe su éxito? Sin duda, a la visión futurista de sus directivos, a la capacidad innovativa de sus equipos humanos en los ámbitos tecnológicos, organizativos y de gestión de recursos, pero también a un sistema socioeconómico que permite que unos y otros puedan trabajar con libertad superando los límites económicos y legales vigentes en un momento dado. Y eso solo puede darse en los sistemas políticos basados en la democracia, la economía libre de mercado y los derechos individuales. De hecho, hasta ahora ningún sistema que limite la libertad de desarrollo del individuo se ha mantenido exitosamente en el tiempo -el fin del sistema soviético y de las democracias populares debería bastar para confirmarlo, incluso para los más incrédulos-. Es en este espacio virtuoso donde podemos esperar y aspirar a nuevas cotas de desarrollo humano, como el que estamos viviendo en estos momentos, cuando la nave Crewn Dragon “Endeavour” de SpaceX, con los dos astronautas de la misión Demo-2, Hurley y Behnken, se separó de la Estación Espacial Internacional el 1 de agosto de 2020 e inició el camino de regreso a la Tierra amerizando en el oceáno Atlántico cerca de las costas de Florida al día siguiente. Pero dos días después, el 4 de agosto, SpaceX alcanzó otro hito realizando el primer vuelo de la nave espacial Starship SN5 diseñada para realizar misiones a la Luna y que puede llegar hasta Marte con una carga de hasta 100 toneladas. Fue solo un vuelo de 40 segundos que alcanzó 150 metros de altura, posándose de nuevo la nave en las instalaciones de la compañía en Boca Chica (Texas, pero que es todo un éxito tras cuatro intentos en los que otros tantos prototipos resultaron dañados o destruidos por diversos fallos de presurización o de encendido del motor. SpaceX realizó otra prueba de las mismas características con el prototipo Starship SN6 equipado con un motor Raptor SN29 el 3 de septiembre de 2020. El cohete propulsor de la Starship será el Super Heavy, también en desarrollo, un gigantesco cohete reutilizable dotado con treinta y un motores Raptor. Ahora continuará un largo y exhaustivo programa de pruebas de todos los equipos hasta que una nueva misión lleve astronautas más allá de los límites de la Tierra, pero suficiente para que Musk haya podido enfatizar: "Marte parece real". Así pues, el futuro próximo está más allá de la constreñida órbita baja de la Tierra, donde ya la tecnología humana parece desarrollarse con soltura, y será una conquista conjunta de seres humanos y sistemas robóticos basados en inteligencia artificial. Que sea un futuro halagüeño depende, como siempre, de cómo los responsables políticos usen su poder.
Vídeo del desatraque de
la Crew Dragon de la EEI disponible aquí. Las operaciones de regreso a la
Tierra se pueden seguir en tiempo real en el sitio web de SpaceX.
Vídeo de las espectaculares pruebas de los prototipos de la nave Starship SN5 y SN6 en Boca Chica (Texas) el 4 de agosto y el 3 de septiembre de 2020: