El resultado del referéndum sobre la pertenencia a
la Unión Europea (UE) denominado popularmente “Brexit”, no debería sorprender a
nadie; más bien se trata de un resultado esperado y, podría plantearse incluso,
si hasta era deseable desde el punto de la vista de la integración política
europea. Aprovechando la crisis financiera que desestabilizó la moneda única
durante 2011 y 2012 el Directorio europeo –cada vez más alemán y menos francés-
avanzó en sus planes para dar forma al proyecto de Unión Política Europea.
Debemos recordar que entonces ya se habló del fracaso estrepitoso del euro, de
la ruptura de la UE y otras tantas hecatombes políticas que se vuelven a
reiterar ahora. El Presidente Sarkozy y la Canciller Merkel pactaron en
diciembre de 2011 un acuerdo para los socios de la Eurozona por el que se
crearía un nuevo régimen jurídico en el que una autoridad supranacional tendría
el control de los presupuestos nacionales, la emisión de la deuda soberana y la
política monetaria y la ampliación de los poderes del Banco Central Europeo. En
ese momento, el Presidente Sarkozy explicó que “nuestra preferencia es por un
tratado de todos los Veintisiete para que nadie quedara fuera, pero estamos
listos para seguir con un tratado con Diecisiete (los miembros de la Eurozona
en aquel momento) en el que otros serían libres para unirse.” Este fue un
primer, y evidente, aviso a Londres de que no permitirían retrasos y
oposiciones que pusieran en peligro el euro, que ya había sido definido por
ambos dirigentes como parte del interés nacional de Francia y Alemania. Así lo
expresaron en el Foro de Davos en enero de 2011 cuando el Presidente Sarkozy
enfatizó que “Merkel y yo jamás, dejaremos caer el euro, jamás.” El acuerdo
político en el seno del Directorio en diciembre de 2011 era tan contundente que
París y Berlín anunciaron que comunicarían su acuerdo por escrito dos días después
en una carta dirigida al Presidente permanente de la UE, van Rompuy. En consecuencia, el Consejo Europeo de
diciembre de 2011 se concibió como un mero trámite para extender al resto de
socios europeos los acuerdos del Directorio: los Estados miembros “acordaron”
las medidas decididas previamente que garantizaban una mayor unión fiscal y la
supervisión entre los Estados firmantes, lo que se instrumentaría a través de
acuerdos intergubernamentales que evitaban la reforma de los Tratados
Fundacionales, es decir, un acuerdo dentro de los acuerdos ya existentes, en
los que participarían los Estados miembros de la Eurozona y aquellos miembros
de la UE que lo considerarán conveniente. Como aseguró la Canciller Merkel a la
conclusión del Consejo, la oposición del Reino Unidos y otros países para
sumarse al pacto de Unión Fiscal no impediría a Europa avanzar. Como ya
comentamos en otro lugar, es interesante constatar cómo el Reino Unido estaba
siendo excluido sistemáticamente de la decisiones políticas que implicaban un
cambio estratégico complejo en el continente y, a su vez, cómo Londres carecía
de los recursos e influencia para presionar a otros socios en la petición de
medidas de excepción y derechos de veto en asuntos en los que nadie le pedía
opinión. En ese momento es cuando realmente se abrió el debate sobre si el
Reino Unido seguiría formando parte de la UE. Así, tras conocer las
conclusiones del Consejo Europeo de diciembre de 2011, Nigel Farage,
eurodiputado partidario de la salida de la UE, consideró que lo sucedido era
“la peor de las soluciones, porque nos deja dentro de la Unión, pero sin amigos
y aislados (…) Eso va a llevar sin duda a la apertura de un gran debate sobre
la cuestión esencial de si debemos o no seguir siendo miembros de la Unión Europea.”
Y, evidentemente, no se equivocaba. El problema, de índole esencialmente
política, fue que la Eurozona se constituyó rápidamente en una nueva entidad
política supraestatal que comenzó a elaborar reglas para los Estados que la
componen, empezando por la estabilidad presupuestaria, la deuda pública y la
gobernanza, pero que no se quedaban ahí. Se trataba de una transformación
compleja en una Organización Internacional integrada dentro de la UE con
características fuertemente supranacionales y que coexiste con su gemela, la
UE, supranacional orgánica –Consejo, Comisión, Tribunal de Justicia- e
intergubernamental en todo lo no transferido, y regida por un Directorio del
que había sido excluido explícitamente el Reino Unido. La convocatoria de un
referéndum sobre la pertenencia a la UE por el Primer Ministro Cameron no era
sino un desesperado intento de mostrar a los socios europeístas que el Reino
Unido seguía existiendo, pero, el resultado ha puesto de manifiesto, aunque sea
por un escaso margen del 51,9 por ciento de los votos que, efectivamente, el
Reino Unido no es relevante para lograr la Unión Política Europea. En el
contexto actual, las decisiones económicas y financieras que se han adoptado
implican cambios políticos de gran alcance pero que se efectúan sin ningún tipo
de mandato político, poniendo de manifiesto que el Directorio europeo se
impone. Asistimos, por tanto, al nacimiento de un nuevo equilibrio de poder
continental: Alemania es la potencia hegemónica que dicta las reglas del
sistema con la anuencia de los Estados Unidos –sus prioridades estratégicas se
encuentran en la cuenca del Pacífico- y Rusia. En términos realistas es la
consecuencia del implacable interés nacional hegemónico. El reto es gigantesco
pues se trata de equilibrar el sistema europeo entre una Rusia poderosa que ha
recuperado sus zonas de influencia perdidas y una Alemania convertida en líder
indiscutible de la UE. El Reino Unido ha dejado de existir como actor político
relevante del sistema europeo de Estados.
Las consecuencias económicas del desastroso error de cálculo político del Primer Ministro Cameron han sido inmediatas: fuertes caídas de las principales bolsas europeas, depreciación de la libra, subida de las primas de riesgos de los países periféricos de la eurozona, reducción de dos escalones en la solvencia del Reino Unido y -a nuestro juicio en el colmo del disparate- la rebaja por la agencia de calificación Standard and Poor´s de la nota riesgo de la UE porque considera que el resultado del referéndum es un "hecho trascendetal que provocaría un marco político menos predecible, estable y efectivo".
Para un análisis sobre las consecuencias de un eventual -en aquel momento- "no" es recomedable del artículo de la catedrática Araceli Mangas Martín publicado en febrero de 2016 titulado "Europa al rescate de Reino Unido" (El País, 16 de febrero de 2016); con el referéndum ya celebrado la profesora Mangas Martín publicó "Sorprendente caja de Pandora británica" (El Mundo, 30 de junio de 2016). Véase también la entrada en el blog Equilibrio Internacional de nuestro colega Santiago Pérez: "Gran Bretaña rompe el statu quo", 24 de junio de 2016.Las implicaciones inmediatas en materia de seguridad y defensa en Félix Artega: "La defensa y la seguridad de la UE tras el Brexit", Análisis del Real Instituto Elcano 51,2016, 30 de junio de 2016.
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