En el número de julio/agosto
de la revista Política Exterior se publica
un artículo de Marck Fischer titulado “El desafío de Occidente en Ucrania y más
allá”, en el que se afirma abiertamente la responsabilidad de Rusia en el
deterioro del conflicto ucraniano y que el Bloque occidental –el autor no usa
este término de forma expresa, pero realmente se está refiriendo a esta nueva
entidad geopolítica- debe actuar por medio de su organización militar: la
Alianza Atlántica. El texto de Fischer, que es Subdirector del German Marshall Fund en Europa, pone sobre
la mesa una cuestión fundamental: ¿cómo una organización militar que estaba
prácticamente agotada en el escenario estratégico de la sociedad internacional
globalizada, adquiere una vigencia inusitada? Esta idea ha calado fuertemente en
determinados dirigentes políticos europeos, los denominados “atlantistas”, que
aspiran a recuperar la sensación de seguridad que la Alianza Atlántica otorgaba
a los débiles Estados europeos de la posguerra mundial tutelados por los
Estados Unidos, y todos ellos encabezados por Anders Rasmussen, Secretario
General de la Organización, como veremos más adelante.
Es evidente que el
sistema de seguridad europeo pasa por un momento complicado, porque ante la
ampliación de las organizaciones europeas a sus mismas fronteras occidentales Rusia
trata de recuperar como sea el cinturón de seguridad que estableció después de
la Segunda Guerra Mundial. Porque una cosa es que los países de Europa Central
y Oriental recuperen su soberanía plena y otra muy distinta es que las
organizaciones de seguridad europeas se extiendan hasta las fronteras de Rusia.
Como establece la vigente Doctrina Militar rusa de 2010 esto representa una amenaza
manifiesta contra la seguridad nacional. Marck Fischer, y toda una pléyade de
politólogos occidentales, acusan a Rusia de violar el statu quo de la posguerra
fría al incorporar sin más dilación la península Crimea a la Federación el
pasado mes de marzo. En el mundo académico se imponen las tesis que sostienen
que estamos ante una “Rusia revisionista” que violenta el proyecto de una
“Europa unida, libre y en paz”. Pero precisamente esa Europa plena se pudo alcanzar
gracias al gran acuerdo con la Unión Soviética de Gorbachov que permitió la
reunificación de Alemania y la liberación de los países de Europea Central y
Oriental del imperio soviético. En ese acuerdo fundacional para una Europa Unida
se encontraba el compromiso occidental de no extender las organizaciones
militares europeas hasta las fronteras de Rusia, lo que se institucionalizó en
el Acta Fundacional de las Relaciones OTAN-Rusia de 1997 con una declaración
adicional de que este acuerdo estratégico “no puede en modo alguno menoscabar
la eficacia política y militar de la Alianza, incluida su capacidad para
cumplir su compromiso de seguridad con los miembros actuales y futuros”. Por
eso, de forma interesada Fischer se pregunta: “¿dónde ha estado el error?”.
Pues el error ha estado precisamente en no respetar ese acuerdo funcional, en
extender la Alianza Atlántica hasta las mismas fronteras de Rusia, en proceder
sin ningún pudor político a la desmembración de Serbia creando el Estado
ficticio de Kosovo sin que respondiera a intereses nacionales de ninguno de los
Estados europeos, en tratar de desestabilizar el equilibrio estratégico entre
las grandes potencias nucleares con el anuncio de desplegar el sistema de
defensa antimisiles a Polonia o Hungría, con la injerencia en la región del
Cáucaso espoleando al gobierno georgiano para que actuara militarmente en las
regiones separadas en 1991 de Abjasia y Osetia del Sur, que son protectorados
militares de Rusia y, finalmente, alcanzando un acuerdo de asociación de la UE
con Ucrania sin la anuencia previa de Rusia. Y esta cuestión es fundamental,
porque no olvidemos que la UE de 2013 cuando se inició la crisis ucraniana que
ha desembocado en la guerra civil actual, no es la de 2009, pues desde el 1 de
diciembre de ese año comenzó a funcionar en el sistema comunitario la cláusula
de defensa colectiva del artículo 42.7 del Tratado de la UE. En consecuencia,
las elites dirigentes rusas perciben como una amenaza directa a la seguridad
nacional la incorporación a la UE de países que hasta hace poco formaban parte
del imperio ruso y soviético. A pesar de la propaganda aplastante a la que
están sometidos los ciudadanos europeos, resulta evidente que el bloque
occidental violentó el acuerdo uti possidetis europeo adoptado en el
momento de la reunificación alemana. Pero es que ahora han dado un paso más, y
han espoleado a los dirigentes golpistas de Kiev para que hagan una “guerra
hasta el final” contra los rebeldes prorrusos apoyados a su vez por Moscú. El
corolario es que la injerencia directa o indirecta de Rusia justifica la
intervención de la Alianza Atlántica como supuesto garante de la paz y la
seguridad en el continente.
El gobierno ruso lleva
advirtiendo desde hace tiempo sobre el deterioro del sistema de seguridad
europeo. Recordemos la intervención del Presidente Putin en la Conferencia de
Seguridad de Múnich de 2007. Pero también ha demostrado que no está dispuesto a
tolerar la injerencia occidental directa en su extranjero cercano como puso de
manifiesto en el sometimiento de Georgia en la Guerra de los Cinco Días en
agosto de 2008. Fischer habla de tibieza en la respuesta política occidental en
ese momento, pero ¿y que tenía que haber hecho el Bloque occidental? El
realismo político establece que la política exterior se rige por los intereses
nacionales, y Europa no estaba dispuesta a un enfrentamiento directo con Rusia por
Georgia. Nada más lejos de la realidad. Pero, ahora parece que los burócratas
de Bruselas y los débiles dirigentes políticos europeos que gobiernan el
sistema comunitario son partidarios del enfrentamiento con Rusia. El problema
radica en que ignoran que Rusia continúa siendo una gran potencia económica y
militar. A pesar de las sanciones occidentales impuestas a partir de julio de
2014 que han supuesto la fuga de unos 60.000 millones de dólares, la caída de
un veinte por ciento de la bolsa de Moscú y la depreciación de un ocho por
ciento del rublo frente al dólar, la economía rusa sigue creciendo por encima
de la media europea, el déficit fiscal es escasamente de un 1,3 por ciento, la
deuda pública representa un trece por ciento del PIB y las reservas de divisas
ascienden a 486.000 millones de dólares. Como reconoce Fischer “las sanciones y
las represalias son un juego en el que nadie sale ganando y el cálculo de su
eficacia incluye factores políticos y económicos”.
Si Rusia no puede ser
considerada un socio “estratégico”, “ni de hecho un socio mínimamente fiable”,
como escribe Fischer, entonces: ¿estamos abocados a una nueva guerra fría? O,
como hemos dicho alguna vez, ¿es que la Guerra Fría nunca se fue? Es aquí donde
hay que traer las declaraciones del Secretario general de la Alianza antes y
después de la reunión del Consejo Atlántico de Newport los días 4-5 de
septiembre de 2014. El día 27 de agosto el “belicista” Rasmussen manifestó:
“creo que Rusia sabe que atacar a un Estado miembro sería cruzar la línea roja.
Ese es el mayor valor de la Alianza. (…) Con esto no quiero decir que haya una
amenaza inminente, sino que nuestro deber es actualizarnos continuamente y
adaptarnos al nuevo entorno para seguir siendo creíbles y efectivos. Cuanto más
fuerte sea nuestra determinación, menor será el riesgo de amenaza militar sobre
cualquier aliado”. Para ello, anunciaba que la Alianza desplegará en un futuro
próximo unidades militares de intervención rápida en los países limítrofes,
pero esto ya lo habían hecho hace más de una década. De lo que se trataba es de
seguir provocando a Rusia. Por eso enfatizaba que era el gobierno ruso “con sus
actos” quien había pasado a tratar a la Alianza –aquí léase “Bloque
occidental”- no como un socio sino como un adversario. Rasmussen le estaba
diciendo a Kiev que, de alguna manera se integre en la Alianza Atlántica, es
decir, con la protección de los Estados Unidos contra Rusia porque si solo
forma parte de la UE tendrá la defensa automática de los Estados miembros, pero
no la de los Estados Unidos. Bien es verdad que el Secretario de Defensa de los
Estados Unidos, Chuck Hagel, puso algo de cordura en este debate cuando el día
4 de septiembre descartó la posibilidad de llevar a cabo “acciones militares,
una guerra contra Rusia” por el conflicto ucraniano.
Sin embargo, en la
Cumbre de Newport se han impuesto las tesis de los atlantistas que quieren
devolver a la Alianza a su misión fundacional: garantizar la seguridad euroatlántica
frente a la amenaza rusa. En concreto a Rusia se la acusa de “haber propagado
el conflicto en Ucrania”. Para responder al clamor de los aliados de Europa
Oriental frente a la acometividad rusa se ha aprobado un Plan de Acción para la
Preparación que contempla el incremento de la presencia militar en Polonia y
los países bálticos con ejercicios militares, el preposionamiento de material, el
despliegue de sistemas de mando y control en bases militares de estos países y el
reforzamiento de la Defensa Aérea del Báltico de la que se encargan desde 2004
de forma rotatoria las fuerzas aéreas de los Estados miembros de la Alianza. Y
no contentos con ello, además, han decidido aprobar un fondo de quince millones
de dólares para la reforma de las Fuerzas Armadas ucranianas, es decir,
suministrar equipamiento militar a una de las partes en la guerra civil
ucraniana -así lo reconocía expresamente el 8 de septiembre el Presidente Poroshenko y, aunque lo desmentían posteriormente los ministros de defensa de varios Estados miembros aludidos, el gobierno ucraniano insiste en que está recibiendo asistencia militar de la Alianza-. Precisamente de lo que se acusa a Rusia.
Pero desde Washington
las relaciones con Rusia se ven con otra perspectiva, más a escala global y a
más largo plazo, por eso la solución al conflicto ucraniano pasa por un acuerdo
con Moscú basado en el plan de paz de siete puntos propuesto por el Presidente
Putin el 4 de septiembre que incluye negociaciones sobre el estatuto de las
autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk. Como dijo el
Presidente ruso el 31 de agosto: “es urgente comenzar negociaciones
sustanciales, pero no sobre temas técnicos, sino sobre cuestiones de la
organización política de la sociedad y el modelo de Estado en el sureste de
Ucrania”.
Llegados a este punto
podemos considerar las opciones para resolver el conflicto ucraniano:
Primera, la normalización
rápida de las relaciones con Rusia, lo que incluye el reconocimiento de la
incorporación de Crimea a la Federación rusa, la existencia de una Ucrania
sometida a la égida rusa y el reconocimiento de una zona exclusivamente rusa en
el espacio postsoviético.
Segunda, la
integración plena de Ucrania en las organizaciones occidentales, lo que implica
el deterioro permanente de las relaciones con Rusia y un esfuerzo económico de
grandes proporciones debido a la desastrosa situación financiera en la que se
encuentra sumido el gobierno de Kiev.
Tercera, la partición
de Ucrania. Las provincias orientales de mayoría rusa se incorporarían a Rusia
como nuevos sujetos de la Federación y la parte occidental del país quedaría
formalmente independiente pero dentro de la UE y la Alianza Atlántica.
Como dice
correctamente Fischer al final del texto: “en el centro del enfrentamiento
entre Occidente y Rusia hay una cuestión de percepción de la voluntad
política”. Y la voluntad política de una y otra parte es clara. Como
titulábamos en una de las entradas del blog del mes de marzo de este año:
“Crimea es rusa”. ¿Acaso alguno de los
dirigentes europeos está dispuesto a respaldar con fuerzas militares una
declaración del tipo “Ucrania es europea”? Mientras tanto el Subsecretario del
Consejo de Seguridad de Rusia, Mijail Popov, declaró el 2 de septiembre de 2014
que se revisará la Doctrina Militar de 2010 antes de final de año debido a las
nuevas amenazas que han surgido a la seguridad nacional: “no cabe duda de que
la aproximación de la infraestructura militar de los países miembros de la
Alianza Atlántica a las fronteras rusas, en particular mediante la ampliación
del bloque (sic), se mantendrá como uno de los riesgos militares exteriores
para la Federación de Rusia”. Aunque expertos militares se han adelantado a
aclarar que “no incluirá aspectos sobre ataques nucleares preventivos y los
probables enemigos”… Pero, ¿qué esperaban, señores de Bruselas? La cuestión no
es la amenaza nuclear localizada, que es lógica sobre todo hacia los países
bálticos, sino que se crean superiores a los toscos dirigentes rusos y de nuevo
calculen mal dejándose arrastrar por la irracionalidad del torpe. Pero
finalmente nadie irá a la guerra por Ucrania, eso lo saben todos, la UE, los
Estados Unidos, Rusia y hasta la misma Ucrania.
Referencia bibliográfica
completa: Fischer, M.: “El desafío de Occidente en Ucrania y más allá”, Política Exterior (Madrid) núm. 160,
julio/agosto de 2014, pp. 72-84.
Para ti, porque hay cosas se escapan a las palabras...