UN MUNDO RESTAURADO

Este es el título de una de las primeras y emblemáticas obras de Kissinger, que fue el resultado de su tesis doctoral dedicada a analizar el régimen internacional establecido por las grandes potencias que formaban la Santa Alianza y que fue capaz de mantener la paz en Europa de 1815 a 1914, es decir, prácticamente un siglo. Fue un complejo y desquiciante entramado de tratados bilaterales el que permitió que se pusiera fin a ese largo período de paz, proceso de desintegración gradual iniciado para poner freno a las aspiraciones globales de la nueva y pujante potencia que surgió de la reunificación alemana. En un mundo equilibrado las potencias que rigen el sistema, denominadas “potencias de statu quo” por Morgenthau, trataran de frenar a toda costa la emergencia de nuevas potencias, denominadas a su vez “revolucionarias”, entendidas como aquellas que tratan de alterar el equilibrio de poder. La historia enseña que cuando una potencia revolucionaria llega a desafiar a las otras grandes potencias, el vértice del enfrentamiento se elevará exponencialmente hasta llegar al conflicto militar decisivo. Los casos paradigmáticos son el Reino Unido contra Alemania en 1914, y Japón contra los Estados Unidos en 1941. La misma regla se puede aplicar cuando el sistema internacional se encuentra sometido a una potencia hegemónica en lugar de a un directorio de grandes potencias. La Guerra Fría fue un tipo de conflicto singular en el que el enfrentamiento directo y decisivo se resolvió por medios no violentos. El moderador del conflicto fue la posesión de inmensos arsenales de armas nucleares por parte de las dos grandes potencias, denominadas por ese motivo “superpotencias”, porque por primera vez en la historia un poder militar disponía de la capacidad de aniquilar completamente al adversario, lo que se ejemplificó en la estrategia de la Destrucción Mutua Asegurada. De este modo, las armas nucleares actuaron como moderador del conflicto, evitaron el enfrentamiento directo y garantizaron la paz por un largo período de tiempo. Entonces el estatuto de gran potencia se obtuvo por la posesión del arma nuclear… y por la condición de miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Es decir, formar parte del directorio mundial surgido en 1945 del enfrentamiento decisivo, como había ocurrido en 1815 tras la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo y la conformación de la Santa Alianza. De este modo, después de un período de violencia que se extendió de 1914 a 1945, la “guerra civil europea” de Nolte, el sistema internacional se conformó de nuevo como un mundo restaurado. Por tanto, debemos entender “restaurado” como el sistema internacional que emerge después de una guerra definitiva, que está conformado por una o varias potencias que dictan las reglas del sistema que son asumidas por todos los actores, generalmente de forma voluntaria y en casos marginales por el uso de la fuerza, que se constituye como monopolio de las grandes potencias. Sin embargo, como hemos visto, la desaparición de una de las partes del sistema de la Guerra Fría, la Unión Soviética, no se produjo como consecuencia de un enfrentamiento militar decisivo, sino que fue el resultado del agotamiento económico en la carrera por el poderío global, en un proceso perfectamente estudiado por Kennedy para el período de 1500 a 1989. Esto significó que los Estados Unidos se convirtieron prácticamente de la noche a la mañana en la potencia hegemónica del sistema internacional. Pero las reglas, el conjunto de normas y procesos de adopción de decisiones, el régimen internacional, no cambió. Por eso, denominé al período que va de 1991 a 2001 “la hegemonía imperfecta”. La Santa Alianza tuvo un Metternich y las Naciones Unidas tuvieron un Roosevelt, que crearon o mantuvieron los principios fundamentales para mantener la paz y la seguridad entre las grandes potencias, donde quedaba excluido el conflicto bélico. Sin embargo, el sistema que se alumbró en 1991 careció de un líder. Pero, para ser justos hay que decir que el presidente Clinton fue un gran gestor de la hegemonía dada a los Estados Unidos por segunda vez en cincuenta años. Aquí podríamos hablar de la doctrina del Destino Manifiesto y no sería descabellado su planteamiento, como hicieron en aquel momento desde Krauthammer a Albrigth. Pero la nueva hegemonía americana, la hegemonía imperfecta, coincidió con un período de globalización, como ya había ocurrido en el siglo XIX como apuntó Waltz, y con un nuevo proceso promisorio para el desarrollo: la expansión sin limites en las sociedades humanas de internet, las redes sociales, la hiperconectividad, en fin, el triunfo de la “sociedad de la información” de Castells. Pero esta nueva etapa no llegó a consolidarse definitivamente y, por tanto, no pudo crearse un nuevo régimen internacional que garantizara la paz y la seguridad. El poder militar masivo no ha servido para frenar a actores no estatales que, de todos modos, nunca pusieron en peligro el statu quo, al menos hasta ahora. Sin embargo, ha sido la emergencia de una nueva potencia la que puso en alerta al sistema mundial. La emergencia de China ha sido silenciosa en términos económicos y, solo recientemente, también en lo militar. En todo caso, podría ser considerada “silenciosa” para Occidente y, entre otros factores, no debemos desdeñar prejuicios racistas en esta apreciación, o más bien en la falta de apreciación del poderío emergente, como por otra parte ocurrió con el Japón de los años treinta como dijo Kaiser en 1995. Pero, la potencia de statu quo, los Estados Unidos, intuyeron rápidamente que estaban ante la emergencia de una nueva potencia que iba a disputarles la hegemonía, primero en el ámbito regional del Asia-Pacífico, y después a escala global. El primer presidente americano en tomar decisiones para poner freno a estas aspiraciones fue Bush hijo al final de su segundo mandato. Posteriormente, el presidente Obama desplazó el foco de interés de la política exterior americana al Pacífico y el presidente Trump ha seguido con esta política. Claramente los Estados Unidos comenzaron a tejer un conjunto de alianzas militares en la región del Asia Pacífico en una nueva política de contención a China, como había ocurrido durante la Guerra Fría contra la Unión Soviética. Sin embargo, esta política de contención no ha llegado a configurar una gran alianza político-militar, como lo fue la Alianza Atlántica también durante la Guerra Fría, y el Bloque Occidental se ha quedado hasta ahora más como un concepto académico o una aspiración que como una realidad poderosa que ponga dique a la nueva potencia emergente y sea capaz de imponer un nuevo orden mundial. Pero, ¿cómo iba a ocurrir esto sin un enfrentamiento militar decisivo? El problema es que una de las partes de esa alianza carece de liderazgo: los Estados europeos, agrupados en la Unión Europea exclusivamente en lo económico, son meros “testigos silenciosos” de la lucha por el poder entre los Estados Unidos y China. Y esta falta de liderazgo desintegra también las posibilidades de incorporar a Rusia a la Alianza Occidental. Porque, en el sistema internacional de la posguerra fría, si admitimos este término sujeto a profunda discusión académica, Rusia continúa siendo una gran potencia: junto con los Estados Unidos tienen el 92% de todas las armas nucleares del mundo como recuerda Kristensen, y es miembro permanente del Consejo de Seguridad, con lo que se asegura que cuando se adopte una decisión se haga con su anuencia, conforme al santificado derecho de veto que rige el sistema de adopción de decisiones del directorio mundial. Los Estados Unidos han emprendido una peligrosa política de tratados bilaterales y alianzas militares menores, denominadas coaliciones ad hoc, que recuerdan el entramado de tratados cuya activación desencadenó la Primera Guerra Mundial en el verano de 1914. La carencia de visión política para configurar una poderosa alianza político-militar hace que los Estados Unidos se encuentren solos ante el reto de la potencia emergente que disputa la distribución del poder, en una clara plasmación de las tesis apuntadas por Morgenthau en La lucha por el poder y la paz. En una conferencia pública en 2013 apunté que el enfrentamiento decisivo se produciría entre 2020 y 2023 en el área del Pacífico y que implicaría el uso de armas de destrucción masiva. Estamos asistiendo a eventos que, aunque desconocidos hasta ahora, configuran los elementos necesarios para el desastre. Históricamente es inevitable, los grandes teóricos del realismo político lo han dicho. Friedman lo advirtió en 2010, pero también afirmó que los Estados Unidos serían la potencia del siglo XXI, por tanto, una potencia victoriosa. Han pasado doscientos años de la configuración del mundo restaurado y, de nuevo, estamos abocados a una nueva etapa, a la creación de un nuevo régimen internacional con nuevas reglas, normas y procedimientos de adopción de decisiones que traerán la paz y la seguridad. Las incógnitas son si habrá una gran guerra entre grandes potencias y si el mundo que surja, con guerra o sin ella, será un mundo globalizado o compartimentado. Y un temor, un gran temor: se mantendrá la democracia como la conocemos hasta ahora o será una víctima más en esa nueva lucha por el poder mundial.

13 comentarios:

  1. Magnífica lectura que trata de explicar, el momento tan importante que estamos viviendo. La encrucijada de un cambio de régimen, un régimen dispuesto a darle la puntilla a una vieja Europa que cada vez pinta menos.

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  2. Veamos si aciertas... y dónde nos pilla.

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  3. Según tú, nos quedan máximo tres años para una guerra en el Pacífico. Eso implica que China está en medio. Espero que te equivoques.

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  4. Muchas gracias. Muy interesante.

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  5. Y espero que te equivoques.

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  6. Muy interesante, como todas tus publicaciones.

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  7. Enhorabuena por este nuevo artículo.

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  8. Quiero pensar que la pandemia pueda provocar un sesgo distinto de mayor colaboración en la forma en que los dirigentes de las potencias ven el futuro.
    Gracias por tus análisis.

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  9. No podrá haber mundo "libre" mientras Rusia, China y sus satélites sigan actuando de forma opaca; ello no es compatible conque al tiempo exista un mundo globalizado.

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