El 2 de agosto
de 2019 tuvo lugar un evento histórico de especial relevancia. Ese día terminó
su vigencia el Tratado de Misiles de Corto y Medio Alcance (Tratado INF),
firmado por el presidente Ronald Reagan y el premier Mikhail Gorbachov en
Washington el 7 de diciembre de 1987. Este acuerdo permitió por primera vez la
eliminación de una categoría completa de armamento nuclear e inició una etapa
de distensión y confianza mutua entre las dos grandes superpotencias nucleares
que, en última instancia, abrió la puerta al fin de la Guerra Fría –una guerra no
declarada pero extremadamente violenta en el número de conflictos indirectos y
bajas que provocó–. De este modo, en agosto de 1990, Moscú apoyó el uso de la
fuerza por parte de una coalición internacional ad hoc para desalojar al Ejército iraquí de Kuwait con la
aprobación de la histórica Resolución 678 del Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas. Los acontecimientos posteriores los conocemos: golpe de Estado contra
Gorbachov en agosto de 1991, desintegración de la Unión Soviética y restablecimiento
del Estado ruso en diciembre de 1991 e inicio de una nueva etapa de las
relaciones internacionales, que en su momento denominamos de hegemonía
imperfecta, y que trajo consigo la globalización, la nueva sociedad de la
información y la expansión de internet y un nuevo ciclo de expansión económica del
sistema capitalista ya globalizado. Todo ello bajo la égida de los Estados
Unidos. En este período se mantuvo el régimen de no proliferación y desarme
nuclear del final de la Guerra Fría y nadie lo puso en duda, sencillamente
porque no había oponentes. Sin embargo, el inicio de la Guerra Global contra el
Terrorismo trajo consigo un acontecimiento llamativo: el abandono por parte de
los Estados Unidos del Tratado de Misiles Antibalísticos (Tratado ABM) de 26 de
mayo de 1972. No había razones de seguridad realmente de peso para que
Washington adoptara esa medida, anunciada por el presidente Bush el 13 de
diciembre de 2001; simplemente se trataba de tener las manos libres para disponer
de los sistemas antimisiles que estaba desarrollando, tanto embarcados como con
base en tierra, y que como hemos visto después se han desplegado en territorio
extranjero y muy cerca de las fronteras de Rusia, como es el THAAD en Corea del
Sur y los sistemas antimisiles Aegis
Ashore con base en tierra en Rumanía y próximamente en Polonia y los
embarcados con base en Rota (España). Precisamente Rusia consideró que la
instalación de estos sistemas antimisiles cerca de sus fronteras representaba
una amenaza directa a su seguridad porque podía menoscabar la capacidad de
combate de sus fuerzas nucleares estratégicas, que son el pilar de la defensa
estratégica. La retirada de los Estados Unidos del Tratado ABM puso, de nuevo,
sobre la mesa la opción de un ataque nuclear preventivo o anticipatorio. La
respuesta rusa era esperable. Comenzó a desarrollar nuevos misiles de crucero
con base en tierra que fueran capaces de batir en un primer ataque estas
instalaciones consideradas ofensivas. Y este es el argumento que necesitaban en
Washington para abandonar el Tratado INF: tener las manos libres para
desarrollar nuevos sistemas de misiles en los rangos no permitidos por el
Tratado, es decir, de 500 a 5.500 kms. de alcance. El objetivo declarado por la
Administración Trump es poder responder a los desarrollos que en este campo han
hecho otras potencias. Es decir, el mismo argumento esgrimido cuando se
abandonó el Tratado ABM. También han afirmado que tienen que responder al
agresivo programa de desarrollo de misiles crucero que tiene en marcha China –es
es la única potencia nuclear que sigue aumentando su arsenal y continúa
desarrollando nuevos vectores de lanzamiento–. Esto motiva que a nivel político
estén dispuestos, supuestamente, a negociar un tratado de control de armas
nucleares global que incluya a China. Sin embargo, este planteamiento es
rechazado oficialmente por Pekín, que no quiere oír hablar para nada de un
tratado internacional que limite las capacidades de sus Fuerzas Armadas en una
etapa en la que busca alcanzar la capacidad “para combatir y ganar guerras”,
como dice el reciente Libro
Blanco de la Defensa publicado el 24 de julio de 2019. Los intereses de los
Estados Unidos son manifiestos, así como los de China. En medio, Rusia defiende
la vigencia del último acuerdo de limitación de armas nucleares, el Tratado de Armas Estratégicas (Nuevo
Tratado START), firmado en Praga el 8 de abril de 2010, y lo hace por varios
motivos: el primero es el mantenimiento de su posición de co-garante del
régimen de seguridad global junto con Washington; el segundo, es la defensa a
ultranza de la política de paridad y equilibro estratégico con los Estados
Unidos, que es el fundamento de su estrategia de seguridad nacional; y tercero,
es que no quiere incurrir en una nueva carrera de armamentos con consecuencias
desastrosas para todos los implicados –en este sentido se manifiesta la parte
china en el Libro Blanco de la Defensa citado–. Por eso, Rusia ha propuesto una
moratoria al despliegue de misiles de crucero en Europa. Pero los próximos
tiempos son complejos: ¿veremos un acuerdo multilateral de control de armas
nucleares? ¿Se logrará al menos un nuevo tratado general de armas nucleares
entre los Estados Unidos y Rusia? O quizás, ¿lo único que queda es la
destrucción del régimen de seguridad global vigente? En mi opinión, quedará un
único dique de contención a la alternativa de un mundo
sin normas: la existencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Este es
el órgano internacional en el que se conciertan las grandes potencias en los
principales asuntos de seguridad mundial. El derecho de veto es el
reconocimiento de ese estatuto privilegiado entre ellos. Por eso Rusia lo
defiende enconadamente, y también China, que se autodeclara potencia que
“siempre ha amado la paz” –de nuevo, véase el Libro Blanco de la Defensa de
2019–. Pero como hemos visto en los años recientes, cuando el Bloque
Occidental considera que el Consejo de Seguridad no responde a sus intereses tiende
a sortearlo, o simplemente pasa por encima, amparado en principios como
intervención humanitaria o la injerencia por motivos humanitarios no aceptados
con carácter general pero que han justificado intervenciones militares como en
Kosovo, Irak, Libia o Siria, con los resultados que todos conocemos.
Estimado Luis, estas reflexiones evidencian que las lógicas del juego de "poderes" se está tornando, globalmente, muy peligro y los marcos institucionales "no están dando el ancho". Esperemos que los líderes estén a la altura y se evite una inminente escalada armamentista. Saludos
ResponderEliminarGracias por esta nota. Habrá mucho de que hablar sobre este tema en los próximos meses. M.M.
ResponderEliminarQuerido Luis,
ResponderEliminarme faltaba a mí, en particular, un artículo suyo de esta envergadura. En gran parte desarrolla cosas que ya ha tratado en numerosas partes, apunto otras y, sobre todo, tiene un final original y brillante. Comienza por la pequeña historia, la única ocasión que han tenido los EEUU de terminar con Rusia como potencia por razones que todos conocemos pero de las que no hablamos, el advenimiento de China como Tercera Gran Potencia a Escala Mundial y, lo que usted llama, con exactitud, "un mundo sin normas". Porque no es cierto, aunque la generalidad crea lo contrario, que el Derecho Internacional es un conjunto normativo inútil, sobrante y que nadie cumple sino cuando interesa. Precisamente ha sido la ausencia del Derecho lo que ha provocado todos los conflictos que en el mundo han sido, solo en los periodos de estabilidad Diplomática, cuando se ha respetado el Orden Jurídico, es cuando hemos comprobado la absoluta necesidad de cumplir y hacer cumplir las normas.
Usted, ante la ausencia absoluta de estabilidad estratégica, se le ocurre un punto clave y casi genial. ¿Quién mejor que el Consejo de Seguridad de las NU para garantizar el cumplimiento del Derecho y el mantenimiento de la estructura de una sociedad en paz casi absoluta (yo así lo considero) desde 1945 hasta 2019? Cuando se desmorona el sistema jurídico trabajosamente hecho, cuando parece que se camina hacia una Tercera Guerra Mundial, ¿qué queda sino el diálogo y el consenso interesado por una vía inventada hace más de 50 años y cuyo incumplimiento hace traer de nuevo al planeta al terror a la destrucción y el fin de los tiempos?
Le felicito y alabo su corto pero nuclear artículo sobre lo que tenemos en nuestras manos y que es la única posible salida ante la ruptura total del Orden. Le animo a seguir por este camino y espero que lo que usted apunta, se haga realidad. Un fuerte abrazo.
EAL