CRIMEA, UCRANIA ORIENTAL, EL PUENTE DE KERCH O EL INEVITABLE DESLIZAMIENTO HACIA LA GUERRA

El domingo 25 de noviembre de 2018 tres pequeños barcos de la Armada ucraniana -las lanchas artilladas Berdiansk y Nikopol y el remolcador Yany Kapu- se aproximaron al estrecho de Kerch, que separa la Rusia continental de la península de Crimea, con la intención de cruzarlo. De inmediato, fueron interceptados por varios buques de los guardacostas del FSB que les conminaron a volver sobre sus pasos; ante la persistencia de las maniobras de los barcos ucranianos desobedeciendo las instrucciones que se les emitían, los guardacostas rusos los bloquearon, abrieron fuego contra una de las lanchas artilladas y, posteriormente, los apresaron llevándolos al puerto ruso de Kerch donde quedaron detenidos veinticuatro marineros, entre ellos varios agentes del SBU, los servicios de inteligencia ucranianos -lo que fue confirmado por las mismas autoridades ucranianas el 27 de noviembre-. El gobierno de Kiev acusó a Rusia de cometer un acto de agresión, afirmando que habían informado a las autoridades rusas de la derrota de los barcos militares cuyo destino era el puerto de Mariupol, en el mar de Azov. De inmediato Kiev pidió a los aliados occidentales “endurecer la presión internacional sobre Rusia para que liberen de forma inmediata a los marineros y barcos ucranianos”, y el presidente Poroshenko y el secretario general de la Alianza acordaron convocar una reunión urgente de la comisión OTAN-Ucrania a nivel de embajadores para discutir la situación. El secretario general Stoltenberg expresó el 26 de noviembre de 2018 “su apoyo a la integridad territorial y la soberanía de Ucrania e instó a Rusia a que respete el Derecho internacional”, afirmó que “no hay justificación para el uso de la fuerza militar contra los barcos y el personal ucranianos” y advirtió de que “evaluamos de forma constante qué más podemos hacer porque Rusia tiene que entender que sus acciones tienen consecuencias [las cursivas a lo largo del texto son mías]”. Stoltenberg afirmó sin ambages “que hay una guerra en Ucrania”. Como nunca faltan dos sin tres, el mismo día el ministro de Defensa polaco, Mariusz Blaszczak, anunció -por supuesto en su cuenta de Twitter- que había convocado a los altos mandos de las Fuerzas Armadas y jefes de las unidades militares “debido al agravamiento de la situación en el mar de Azov”. Mientras tanto, la parte rusa solicitó una convocatoria urgente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Sin embargo, la propuesta rusa no fue aceptada por siete votos en contra, con lo que el asunto no llegó a acceder al orden del día y mucho menos cualquier propuesta de resolución del Consejo sobre este tema. La posición del gobierno ruso fue resumida en un comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores en el que afirma que “advirtió en repetidas ocasiones al régimen de Kiev y sus protectores occidentales sobre el peligro de desorbitar la histeria en torno al mar de Azov y el estrecho de Kerch.” El representante permanente adjunto ante Naciones Unidas, Dmitri Polianski, reiteró la posición de su país: la acción de los barcos ucranianos supuso la violación de la soberanía rusa, pero no por un acto meramente circunstancial o accidental, sino que responde a “una provocación planificada con anterioridad” y “con una total connivencia de los países occidentales que prácticamente dieron carta blanca a sus tutelados ucranianos hace mucho para cualquier acción”. Estas acciones están conectadas con las denuncias de la militarización del estrecho de Kerch tras la entrada en servicio en mayo del puente que une Rusia con la península crimea. No parecen desmesuradas las declaraciones del representante ruso si tenemos en cuenta las declaraciones del presidente Poroshenko pidiendo la llegada de barcos de la Alianza Atlántica al mar de Azov, la proclamación de la ley marcial en diez regiones fronterizas del país -lo que no había ocurrido desde el inicio del enfrentamiento con Rusia en marzo de 2014- o las disparatadas declaraciones del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas ucranianas, general Víctor Muzhenko, sobre un supuesto ataque con misiles antibuque de la Aviación Naval rusa contra los tres barcos apresados. Sorprende la cortedad de miras de los ucranianos, que saben que no van a ingresar en la Alianza Atlántica ni en la Unión Europea. Pero esta política forma parte del esfuerzo de Kiev de extender e internacionalizar el conflicto frente a una Rusia cada vez más sancionada por las potencias occidentales y, en consecuencia, cada vez más resuelta a buscar una solución a un conflicto que tiene ante sus mismas fronteras. Después de la rápida e incruenta ocupación de Crimea en marzo de 2014 la política de Moscú ha sido de implicación indirecta, cautelosa en las acciones que lleva a cabo, tratando de no tensar más las relaciones con el Bloque occidental, que son prioritarias para Moscú desde cualquier punto de vista. Pero también hay que tener en cuenta que la reincorporación de Crimea forma parte del interés nacional de Rusia y que, como ha dicho el presidente Putin en reiteradas ocasiones, es un acto irreversible. Por tanto, cualquier acción que vaya en contra de la integridad de Crimea o de sus espacios territoriales, incluidas las aguas marítimas adyacentes y el espacio aéreo será respondido con firmeza, como no puede ser tampoco de otra manera, de ahí el ostensible despliegue esta misma semana de más unidades de misiles antibuque con base en tierra Bal en Kerch y de defensa aérea S-400 en Dzhankoi (Crimea). Si seguimos las tesis de Moscú, al otro lado se encuentra un país sumido en el caos bajo la dirección de una banda de delincuentes de carreteras, en palabras de la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, María Zakharova, es decir, nada bueno puede venir de Kiev mientras se mantengan en el poder los actuales gobernantes. Por eso, Moscú sostiene que las acciones y reacciones del domingo pasado responden a un plan del presidente Poroshenko para tratar de mejorar su deteriorada imagen de cara a las elecciones presidenciales de marzo de 2019 -que deberá disputar a la ínclita Yulia Timoshenko-, como denunció el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso en un comunicado del 26 de noviembre de 2018: “Todo esto, al parecer, fue destinado a distraer la atención de los problemas políticos internos en la propia Ucrania.” El presidente Putin reiteró a la canciller Merkel en una conversación telefónica ese mismo día: “las autoridades ucranianas son las únicas responsables de crear la nueva situación de conflicto y los riesgos conexos.” Por eso, el embajador Polianski hizo el 26 de noviembre una advertencia que debe tomarse en serio: “Nuestro país jamás ha dado el primer golpe, pero sabe protegerse. Los residentes de Crimea, al igual que de otras regiones de Rusia, están bajo una protección segura”. ¿A qué regiones se puede estar refiriendo el diplomático ruso en el contexto del conflicto con Ucrania? Porque hay regiones rusas que permanecen todavía fuera de Rusia, que se mantienen independientes de facto y que gozan de la protección diplomática y militar de Moscú, solo falta dar el paso de incorporarla a la Federación, como ocurrió con Crimea. Por eso fue un error la decisión de la Administración Trump anunciada el 29 de noviembre de 2018 de cancelar la esperada reunión con el presidente Putin en la cumbre del G-20 en Buenos Aires hasta tanto no se devuelvan los barcos y las tripulaciones a Ucrania -sobre todo tras la tibia reacción americana el día 25 de noviembre-, porque hay asuntos estratégicos de máxima importancia que esperan una resolución conjunta, especialmente en desarme (tratados INF y Nuevo START) y régimen de no proliferación, que son uno de los fundamentos del sistema de seguridad global. Sin embargo, el presidente Trump escribió en Twitter que “espera tener una cumbre significativa [con Putin] tan pronto se resuelva esta situación” y los contactos no se interrumpieron entre ambas partes según confirmaron fuentes de Washington y de Moscú. Previamente los gobiernos del G-7 junto con la representante de la UE adoptaron una declaración conjunta en la que explicitaron: “No hay justificación para el uso de la fuerza por parte de Rusia contra los buques y el personal naval ucranianos. Instamos a la moderación, el debido respeto por el Derecho internacional y la prevención de cualquier escalada adicional. Hacemos un llamamiento a Rusia para que libere a la tripulación y los buques detenidos y se abstenga de impedir el paso legal a través del estrecho de Kerch.”, y enfatizaban: “Nosotros, el G-7, reiteramos una vez más que no reconocemos, y nunca lo haremos, la anexión ilegal de Rusia de la península de Crimea, y reafirmamos nuestro apoyo inquebrantable a la soberanía e integridad territorial de Ucrania.” De este modo el conflicto ucraniano no tiene muchas salidas, -que ya examinamos en una publicación en agosto de 2017- o más bien solo una: la guerra de Georgia del verano de 2008 y la ocupación de Crimea en 2014 muestran el camino que puede seguir Rusia si la situación llega a ser políticamente insostenible.