Y LO QUE TE RONDARÉ...

Continuando con el análisis de la política exterior del presidente Trump interesa detenernos de nuevo en el caso de las relaciones con Irán porque ponen de manifiesto la existencia de la lucha por el poder en el seno de las élites dirigentes de Washington. En un nuevo episodio del enfrentamiento con Irán, el 23 de julio de 2018 el presidente Trump envío un claro mensaje (por Twitter) al presidente Rohaní: “nunca más vuelva a amenazar a los Estados Unidos o sufrirá las consecuencias como las que pocos han sufrido antes en la historia”. Era la respuesta a las declaraciones del dirigente iraní en las que instaba a los Estados Unidos “a no jugar con fuego” ya que empezar un conflicto tendría consecuencias imprevisibles -que calificó como “la madre de todas las guerras”- y que “negociar hoy con los Estados Unidos no significa más que rendición y el fin de los logros de la nación de Irán”. Para reforzar el tono el mensaje, la respuesta del presidente Trump se escribió prácticamente toda en mayúsculas. Puede interpretarse como una bravata de Trump, una más de tantas, a la que tampoco hay que darle más importancia en ese enfrentamiento dialéctico que mantiene con las autoridades iraníes desde que llegó a la presidencia de los Estados Unidos. Sin embargo, Trump estaba lanzando un mensaje muy claro al presidente Rohaní: “Ya no somos un país que aguantará sus demenciales palabras de violencia. Sea cauto”. Es decir, si abandonan el apoyo a los grupos terroristas en Líbano y Gaza, si abandonan la activísima participación que mantienen en la guerra de Siria y si abandonan el apoyo a los rebeldes hutties en Yemen, es posible encontrar caminos de entendimiento. Poco más de una semana después, Hamid Aboutalebi, un político muy próximo al presidente Rohaní, aseguró que podrían reunirse con Trump si los Estados Unidos volvían al acuerdo nuclear -entendido como cualquier acuerdo mutuamente beneficioso para los intereses de ambas partes y que regule el programa nuclear iraní, la eliminación del régimen de sanciones y el programa de misiles balísticos, lo que podría ser aceptado por las autoridades iraníes como reconocieron altos dirigentes militares del país en junio pasado-. Por eso, Aboutalebi transmitió el mensaje de que es posible “allanar el camino hacia unas conversaciones entre Irán y los Estados Unidos”. Está claro que los Estados Unidos no van a volver al Pacto Nuclear de julio de 2015, lo dijo el presidente Trump en enero de 2017 y lo demostró con la retirada efectiva del mismo anunciada el 8 de mayo de 2018, a pesar de que muchos analistas consideraron que no se atrevería a abandonarlo. Es un “mal acuerdo”, como dijo el presidente Trump en enero de 2017 y no van a volver a él. Pero eso no significa que no puedan existir cauces de concertación o entendimiento con Irán -como los hay con Corea, con Rusia o China-, como reconoció el presidente Trump el mismo 31 de julio de 2018 cuando aseguró que estaba dispuesto a reunirse con los dirigentes iraníes “sin condiciones previas”. Trump insistió en su idea de que se reunirá con cualquiera siempre que sea beneficioso para su país: “Hablando con otra gente, especialmente cuando hablamos sobre el potencial de la guerra, de muerte, hambre y pérdida de otras cosas, te reúnes. No hay nada malo en reunirse”. Como hemos dicho, el presidente Trump practica un tipo de política en la que los hechos suelen coincidir con las palabras, lo que es bastante inusual entre los dirigentes occidentales, y que precisamente por eso llama tanto la atención y se amplifica extraordinariamente. El problema al que se enfrenta el presidente Trump es cómo sacar adelante sus iniciativas en política exterior, teniendo en contra a una gran parte de la clase política de Washington, tanto demócratas como republicanos, a las burocracias del Departamento de Estado y de la misma Casa Blanca, donde ha tenido que hacer una gran purga para conseguir amalgamar un equipo de confianza, y a los mismos servicios de inteligencia que, espoleados por los medios de comunicación nacionales de tendencia adversa, han tratado de socavar las iniciativas presidenciales en política exterior, lo que ha traído nuevos relevos y cambios para poder formar, no un equipo dócil como se ha dicho, sino uno que cumpla lealmente las instrucciones que dicta el presidente. De hecho, en el reciente enfrentamiento entre el presidente y el Director de Inteligencia Nacional, Daniel Coats, nos planteamos la siguiente cuestión: ¿quién dirige la política exterior, el presidente o los servicios de inteligencia? Y esto nos lleva a recordar el discurso de despedida del presidente Eisenhower del 17 de enero de 1961 cuando advirtió a la Nación del peligro que representaba para la democracia el complejo militar-industrial. 

El 21 de septiembre de 2018 se difundió que el presidente Rohaní solicitó reunirse con Trump con ocasión de la 73ª Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York. Veremos si este anuncio se concreta, porque si fuera así se estaría avanzando en otro de los asuntos fundamentales del programa de política exterior del presidente Trump.

LA NUEVA CUMBRE DE HELSINKI

El esperado encuentro entre los presidentes Trump y Putin en Helsinki de 16 de julio de 2018, que algunos pensábamos que podía ser el germen de una nueva relación entre las dos grandes potencias, se quedó finalmente en nada, a pesar de las declaraciones grandilocuentes pero vacías de contenido de ambas partes. Sin duda, se ha debido a las fortísimas presiones a las que ha tenido que hacer frente el mandatario americano de altos funcionarios de su propia Administración y de la élite de la política exterior de Washington, que ha perdido el sentido de los intereses estratégicos del país. De este modo, la supuesta Cumbre de Helsinki, no ha pasado de un mero encuentro entre los dos presidentes del que no surgirán nuevos acuerdos, reglas o consensos destinados a mantener el régimen de estabilidad estratégica que ha garantizado la paz y la seguridad mundial desde el final de la Guerra Fría. De este modo, en los próximos meses asistiremos a un progresivo deterioro de las estructuras de seguridad globales que se sustentan sobre un conjunto de tratados internacionales entre las dos grandes potencias regidos por los principios de bilateralidad, paridad, transparencia, confianza mutua y mantenimiento del régimen. Tratados como el de Misiles de Corto y Medio Alcance (Tratado INF) de 7 de diciembre de 1987, de Limitación de Armas Estratégicas (Nuevo START) de 8 de abril de 2010 o el Tratado de Cielos Abiertos (Tratado Open Skies) de 24 mayo de 1992 se encuentran en peligro, sencillamente porque en la élite de la política exterior y de seguridad de Washington se ha instalado la idea de que la seguridad de los Estados Unidos solo se refuerza teniendo las manos libres para desarrollar y desplegar todo tipo de armas y sistema de combate avanzados y que los tratados y acuerdos internacional son innecesarios en esta nueva etapa de las relaciones internacionales. Sin embargo, se olvidan de una máxima fundamental: frente a un adversario poderoso, hay que sumar aliados a tu bando. De este modo, si la política estratégica americana se fundamenta en un próximo, y cercano, enfrentamiento con China, es mejor sumar a Rusia que dejarla a su libre albedrío. Y esto pasaba por una exitosa Cumbre de Helsinki, que garantizaría el mantenimiento del régimen de estabilidad estratégica. Desafortunadamente no se ha dado y pronto veremos sus resultados, que serán negativos, sin lugar a dudas. En política interior, el fracaso de la Cumbre de Helsinki plantea un interrogante más complejo aún: ¿quién dirige la política exterior de los Estados Unidos: el presidente o los funcionarios de Washington? Trump, que no es un político, por lo que continuará poniendo en un brete a los funcionarios de los departamentos de Estado y de Defensa, que se consideran depositarios del acervo de la seguridad nacional de los Estados Unidos. Muy probablemente este enfrentamiento se mantendrá a lo largo de toda su presidencia, porque Trump no parece un tipo (entiéndase con todo el respeto) que se deje manipular por funcionarios que deben estar bajo sus órdenes. De este modo, en el ámbito interno, el deterioro de la institucionalidad también está servido, mientras la potencia emergente china comienza a mostrar sus aspiraciones imparables de influencia global. El choque en el Pacífico parece entonces inevitable.

VOLANDO EN LAS NUBES

El pasado 17 de julio de 2018 se dio a conocer en los medios de comunicación generalizados que un comprador no revelado había realizado un pedido a la corporación aeronáutica europea Airbus de 175 aviones de transporte de pasajeros por un importe total de 21.245 millones de dólares. Se trata de un gigantesco contrato por 100 aviones A-321neo y 75 A320neo en el que faltaría por confirmar los motores que equiparían dicha flota y que, según las consideraciones que expondremos, será también europeo. La cuestión que se plantea es: ¿qué cliente puede realizar un pedido de esta magnitud? Porque estamos hablando de una cantidad ingente de aviones de pasajeros que serviría para renovar completamente la flota de cualquier compañía aérea global. Por una cuestión de imagen de marca una compañía comercial anunciaría inmediatamente este pedido, que le permitiría distinguirse de sus competidoras obteniendo un excelente posicionamiento comercial basado en la disposición de una flota extraordinariamente moderna. Como se trata de aviones de un solo pasillo y mediano recorrido, está claro que estamos hablando de alcances regionales como, por ejemplo, vuelos europeos, vuelos interiores en los Estados Unidos o China o vuelos regionales en el sudeste asiático o en otras regiones del mundo donde existe un tráfico aéreo denso. También el monto económico de la operación se torna prohibitivo para una compañía comercial, que estaría al alcance solo de grandes compañías aéreas globales como IAG, Lufthansa, KLM-Airfrance o United Airlines. Lo que nos lleva a pensar que ese comprador no revelado puede ser un Estado. Y un Estado que controla el tráfico comercial de pasajeros en su territorio y en el área circundante. Un Estado que maneja grandes volúmenes de pasajeros. Un Estado que necesita renovar toda su flota de aviones comerciales. Y, finalmente, que dispone de la capacidad financiera para hacer frente a un contrato de más de 21.000 millones de dólares. Precisamente, la americana Boeing anunció el 6 de junio de 2018 la suspensión de sendos contratos firmados con las compañías aéreas Iran Air y Aseman Airlines para suministrarles aviones comerciales, precisamente por un valor conjunto de 20.000 millones de dólares. Según el comunicado de la compañía aeronáutica americana todavía no se había entregado ningún avión al amparo de esos contratos y “dado que ya no tiene licencia para comerciar” con Irán tampoco lo haría en el futuro. Esto se produce en el contexto de la aplicación del nuevo régimen de sanciones económicas y financieras contra Irán aprobado por la Administración Trump tras el anuncio el 8 de mayo de 2018 de retirada del Acuerdo Nuclear de 15 de julio de 2015, denominado Plan Integral de Acción Conjunta (JCPOA). Desde ese momento, los Estados europeos firmantes -Alemania, Francia y Gran Bretaña- junto con la Unión Europea han llevado a cabo intensos contactos diplomáticos con las autoridades iraníes, así como con Rusia, China, India y Japón, para mantener la vigencia del Acuerdo Nuclear sin los Estados Unidos ya que todos lo consideran un instrumento fundamental para garantizar la estabilidad regional en Oriente Medio. Mientras el presidente Trump anuncia una política de máxima presión sobre el régimen de los ayatolás basada en la idea de que el Pacto Nuclear de 2015 fue un “mal acuerdo” lesivo para los intereses de seguridad de los Estados Unidos, los dirigentes europeos tratan de buscar las vías para evitar la aplicación extraterritorial de las sanciones americanas. De este modo buscan contentar al régimen iraní mientras abren una vía para negociar un nuevo pacto que se extienda no solo al programa nuclear iraní sino también a su programa de misiles balísticos, que es una de las grandes exigencias del presidente Trump, pero también de los aliados israelíes -quienes no quieren oír hablar ni del Pacto de 2015 ni de ningún entendimiento con Irán-. Sin embargo, Washington vería con buenos ojos una ampliación del Acuerdo Nuclear a estas materias, pero sin comprometerse formalmente o firmar un nuevo tratado que debería pasar obligatoriamente por el Senado americano para su entrada en vigor y, como sabemos, la forma de hacer política exterior del presidente Trump busca éxitos inmediatos -como hemos tratado en la entrada LA POLÍTICA EXTERIOR DEL PRESIDENTE TRUMP: IRÁN, COREA, RUSIA Y CHINA en junio de 2018-. Como ha dicho recientemente el jefe del Grupo de Acción sobre Irán del Departamento de Estado, Brian Hook: "ahora estamos fuera del acuerdo, tenemos mucha más libertad diplomática para combatir toda la gama de amenazas iraníes." Es en este contexto en el que se inserta el anuncio de Airbus del gigantesco contrato por 21.000 millones de dólares. Como la entrada en vigor de las sanciones americanas es gradual, con un conjunto de medidas de aplicación inmediata el mismo mes de mayo, una segunda etapa a partir del 7 de agosto y finalmente la entrada en vigor plena del nuevo régimen el 5 de noviembre de 2018, pronto veremos si se anuncia el “comprador no revelado” o si, por el contrario, se produce la anulación del pedido, precisamente, por el temor a la aplicación extraterritorial de las sanciones que dañaría los intereses de la compañía europea por excelencia.