UNA EUROPA ALEMANA VERSION 2011

Desde la refundación de Alemania en 1949 los pilares de su política exterior han sido el europeísmo, concretado en el proceso de integración en la Unión Europea, y el atlantismo, en su doble vertiente de relación especial con los Estados Unidos y de pertenencia a la Alianza Atlántica. Pocos Estados miembros han mostrado un fervor multilateralista mayor en sendas organizaciones intergubernamentales. Desde 1950 Alemania ha liderado junto con Francia la constitución de una Europa política y, al mismo tiempo, ha ejercido como aliado sólido en la Alianza Atlántica durante la Guerra Fría –recordemos sin más la dura oposición interna al despliegue de los "euromisiles" a principios de los ochenta– y, después de la desaparición de la Unión Soviética, al participar activamente en las misiones aliadas en Kosovo y Afganistán.

Precisamente, la desaparición de la Unión Soviética precipitó el nuevo papel de Alemania en el continente. La retirada de Rusia a sus fronteras interiores –independencia de los países bálticos, Ucrania y Bielorrusia– significó la vuelta de Alemania a la Europa Central para ejercer el liderazgo que siempre había mantenido en la región. Con el impulso de los Estados Unidos, los nuevos Estados independientes de Europa Central y Oriental pasaron a integrarse, primero, en la Alianza Atlántica, y, poco después, en la Unión Europea. Este fue un proceso imparable que servía a los intereses de los Estados Unidos como potencia hegemónica en Europa pues pasó a actuar en la región de forma interpuesta por Alemania. Por su parte, para Alemania representó la recuperación de mercados tradicionales y la superación de acontecimientos históricos derivados de la implacable derrota de la Segunda Guerra Mundial. Quizás el ejemplo paradigmático de esta vuelta de Alemania al liderazgo regional fue la participación de fuerzas militares de la Bundeswehr en las operaciones militares aliadas en Kosovo en 1999.

Superados los miedos europeos iniciales a la reunificación alemana -esencialmente de franceses y británicos- por el apoyo incondicional de los Estados Unidos (para esta cuestión es ineludible la lectura de la obra del canciller Kohl: Yo quise la unidad de Alemania. Círculo de Lectores. Barcelona, 1997; trad. de Ich wolte Deutschlands Einheit. Ullstein Buchverlage GmBH. Berlín, 1996)), los procesos de ampliación de la Alianza y de la Unión Europea hacia Europa Central y Oriental fueron una consecuencia natural del nuevo equilibrio que se estableció en Europa en la década de los noventa. ¿Quién osaría oponerse a la incorporación de los nuevos Estados a la Alianza o a la Unión Europea cuando de lo que se trataba era de la recuperación de su identidad pérdida durante cuarenta y cinco años a manos de la Unión Soviética? La relación de poder se mantuvo estable porque los Estados Unidos ejercían una hegemonía benévola en Europa y todos los miembros de la Unión Europea y de la Alianza aceptaban la presencia americana como la mejor garantía para su seguridad.

Ahora bien, las partes del sistema cambiaron cuando los Estados Unidos decidieron retirarse del continente europeo para centrarse en el área del Pacífico -su área de expansión natural- y esto significó la emergencia inesperada de Alemania. Los Estados Unidos alcanzaron a principios del mandato del Presidente Obama un acuerdo general sobre el funcionamiento del sistema internacional con Rusia, de modo que ambas potencias actúan como co-garante de la estabilidad global. Como consecuencia de este acuerdo general, Alemania ha pasado de actuar como agente interpuesto de los Estados Unidos en Europa Central y Oriental a potencia hegemónica del sistema europeo. Este cambio es natural al funcionamiento del sistema general, sirve a los intereses de los Estados Unidos y es aceptado por Rusia. Por tanto, la Unión Política Europea debe responder a los intereses de seguridad de tres potencias: los Estados Unidos, Rusia y Alemania. Pero, este nuevo régimen de seguridad continental se da en un contexto de crisis económica y financiera que ha puesto a Alemania en una posición más visible de lo que ella misma y las otras dos grandes potencias querrían; de lo que se trataba es de que Alemania ejerciera el poder de forma benévola en el continente europeo pero que la crisis de la deuda soberana ha impedido. Desde el año pasado la canciller Merkel y otros dirigentes alemanes no han dejado de afirmar que el euro forma parte del proceso de Unión Europea, que de ninguna de las maneras se iba a dejar caer el euro e, incluso, que Alemania tiene "un interés nacional existencial en la estabilidad de Europa y del euro" (véase la entrada del mes de septiembre ¿POR QUÉ NO HACEN CASO A MERKEL?: http://ullderechointernacional.blogspot.com/2011/09/por-que-no-hacen-caso-merkel.html). En una reunión organizada por el diario Süddeustche Zeitung en Berlín (17 de noviembre de 2011), la canciller afirmó que se debe ir a "una reforma de los Tratados" que implique cesión de más competencias a las Instituciones comunes –que no comunitarias–, decisiones hacia una cooperación reforzada avanzada entre los Estados miembros de la Eurozona, todo ello como "paso definitivo hacia una nueva Europa". Por tanto, es normal que la canciller insistiera en que "la solución es política".


Sencillamente, Alemania ha pasado a dictar las reglas del sistema europeo con la anuencia de los Estados Unidos y Rusia, garantes de la estabilidad global, en términos realistas es la consecuencia del implacable interés nacional hegemónico.

Un análisis sobre el supuesto nuevo revisionismo alemán en Guérot, U. y Leonard, M.: «Conseguir la Alemania que Europa necesita», Política Exterior núm. 142, 2011, pp. 82-92. Una explicación a la postura alemana en Llamas, M.: «El tabú alemán», Libertad Digital, 17 de noviembre de 2011, en http://www.libremercado.com/2011-11-17/manuel-llamas-el-tabu-aleman-62005/

1 comentario:

  1. No sé por qué no me sorprende. A fin de cuentas, el concepto "Realpolitik" es tan alemán como el "Sauerkraut". La UE de ahora es el sueño erótico de Bismarck hecho realidad.

    ResponderEliminar